En el año 2006 los productores musicales George Martin y su hijo Giles realizaron un soundtrack para un espectáculo –ideado en 2000– por Guy Laliberté (fundador del Cirque Du Soleil) y por nuestro dulce señor George Harrison. Los Martin se encerraron durante unos meses en los legendarios estudios Abbey Road, con las cintas pergeñadas por los Fab Four entre 1962 y 1969, resultando el excelente disco Love, colección de éxitos remezclados, que algunos sentimentales beatlemaniacos no verían con buenos ojos. A esto podríamos llamar restauración, en el buen y correcto sentido de la palabra, en el que no se pueden dejar de lado ciertas habilidades individuales que conlleva un trabajo como este. Actividad mayormente desarrollada en la arquitectura y en algunas artes plásticas, y más recientemente en películas cinematográficas.
El poeta Antonio Sarmiento (Chimbote, 1966), yendo por esas sendas inculcadas por Luis Cernuda y por Octavio Paz en la que los poetas también deben ser unos libres pensadores, ha escudriñado las entrañas mismas del texto poético al querer ir tal vez más allá del grado cero de la escritura, punto en el cual el poema ya siendo de dominio público podría ser modificado/arreglado/reestructurado con miras al futuro o a una mejor comprensión del texto.
Es patente en algunos grandes lectores de libros (véanse los pertenecientes a Mario Vargas Llosa en la exposición-homenaje a su persona) anotar ciertas ideas en las márgenes de las páginas leídas, y que en buena medidas son punto de inflexión para prontos trabajos textuales.
Si se tomaran más en cuenta dichas anotaciones qué otros textos saldrían a la luz al verse el lector transfigurado en el autor. ¿Qué hubiera sido de la poesía de José María Eguren si un conspicuo Jorge Luis Borges talvez se arriesgara a restaurar alguna de sus Simbólicas? Sarmiento recalca que posiblemente el mayor trabajo de restauración pudo haber sido la revisión y tachadura de muchos versos del gran poema de T. S. Eliot The Waste Land (La Tierra Baldía, publicado en el annus mirabilis de 1922), realizada por Ezra Pound, il miglior fabbro.
El meollo del asunto está concentrado, según mi criterio, en la siguiente cita del libro: “La técnica restauradora que centra su análisis también en la creatividad no se fundamenta en la transmutación o en la conversión de un texto a otro. Más bien busca fijar y aproximar la trama de relaciones a la versión más definida y esencial. No halla su método en la acción libérrima de la escritura”. (p. 65).
Evidentemente en nuestro medio latinoamericano muchos poetas de cuño mayor podrían entrar en un franco proceso de restauración que no les vendría mal con miras y en provecho de las próximas generaciones. Pienso en Jorge Teillier, Juan Ojeda, Mario Santiago, entre otros más. Por lo pronto una de esas temáticas interminables dentro de la restauración poética (disciplina que no debe confundirse con la filología, muy a pesar de sus raíces comunes, y de los ideales reticentes de estoicos teóricos literarios), según Sarmiento, son las sucesivas ediciones de la poesía de César Vallejo. Cada uno de sus célebres editores ha visto conveniente ordenar, corregir, retacear, aproximar y agregar algo nuevo y distinto de los otros editores. Así por ejemplo yo me fascinaba con las diatribas escritas por Xavier Abril en sus libros sobre Vallejo criticando –aunque me lo imaginaba más refunfuñando- los criterios transcriptivos y editoriales de Juan Larrea y Américo Ferrari. Pa’ bravo solo él. Justamente el estudio de Sarmiento, para ejemplarizar sus ideales, está más que nada basado en los vericuetos lingüístico-culturales de los inmarcesibles versos del autor de Trilce.
Baste por eso con la lectura y comprensión del último apartado del libro en el que siete jóvenes poetas peruanos (entre quienes destacan Raúl Heraud, Héber Ocaña Granados, Jorge Ita Gómez, Raúl Jurado Párraga y el propio autor) se aventuran a restaurar, casi al modo de los talleres de literatura por los que muchos de ellos pasaron, algunos de los poemas de César Vallejo, quien ya ha dejado de ser un paquidermo inalterable (¡perdónanos querida Georgette!) dentro del canon literario peruano actual. Quien creo que libra mejor la batalla con los versos vallejianos es Raúl Heraud, quien ha hecho el trabajo junto a la tumba de Vallejo en el cementerio de Montparnasse en París, donde descansa nuestro eterno César.
Mejor lugar no habría... Técnicas de restauración poética (Fondo Editorial de la Universidad Nacional de Educación Enrique Guzmán y Valle “La Cantuta” – Ediciones Altazor, 2008) es una lectura fascinante para bibliófilos impenitente; es un libro ideal para iniciarse y/o afirmarse en el siempre difícil camino de la poesía, sin dejar de lado la lectura íntima y aguda (como debe ser sin duda) de los poemarios propiamente dichos. Se lo agradecerán no solo los paperback writers si no también The Beatles. Yeah, yeah, yeah...!!!
El poeta Antonio Sarmiento (Chimbote, 1966), yendo por esas sendas inculcadas por Luis Cernuda y por Octavio Paz en la que los poetas también deben ser unos libres pensadores, ha escudriñado las entrañas mismas del texto poético al querer ir tal vez más allá del grado cero de la escritura, punto en el cual el poema ya siendo de dominio público podría ser modificado/arreglado/reestructurado con miras al futuro o a una mejor comprensión del texto.
Es patente en algunos grandes lectores de libros (véanse los pertenecientes a Mario Vargas Llosa en la exposición-homenaje a su persona) anotar ciertas ideas en las márgenes de las páginas leídas, y que en buena medidas son punto de inflexión para prontos trabajos textuales.
Si se tomaran más en cuenta dichas anotaciones qué otros textos saldrían a la luz al verse el lector transfigurado en el autor. ¿Qué hubiera sido de la poesía de José María Eguren si un conspicuo Jorge Luis Borges talvez se arriesgara a restaurar alguna de sus Simbólicas? Sarmiento recalca que posiblemente el mayor trabajo de restauración pudo haber sido la revisión y tachadura de muchos versos del gran poema de T. S. Eliot The Waste Land (La Tierra Baldía, publicado en el annus mirabilis de 1922), realizada por Ezra Pound, il miglior fabbro.
El meollo del asunto está concentrado, según mi criterio, en la siguiente cita del libro: “La técnica restauradora que centra su análisis también en la creatividad no se fundamenta en la transmutación o en la conversión de un texto a otro. Más bien busca fijar y aproximar la trama de relaciones a la versión más definida y esencial. No halla su método en la acción libérrima de la escritura”. (p. 65).
Evidentemente en nuestro medio latinoamericano muchos poetas de cuño mayor podrían entrar en un franco proceso de restauración que no les vendría mal con miras y en provecho de las próximas generaciones. Pienso en Jorge Teillier, Juan Ojeda, Mario Santiago, entre otros más. Por lo pronto una de esas temáticas interminables dentro de la restauración poética (disciplina que no debe confundirse con la filología, muy a pesar de sus raíces comunes, y de los ideales reticentes de estoicos teóricos literarios), según Sarmiento, son las sucesivas ediciones de la poesía de César Vallejo. Cada uno de sus célebres editores ha visto conveniente ordenar, corregir, retacear, aproximar y agregar algo nuevo y distinto de los otros editores. Así por ejemplo yo me fascinaba con las diatribas escritas por Xavier Abril en sus libros sobre Vallejo criticando –aunque me lo imaginaba más refunfuñando- los criterios transcriptivos y editoriales de Juan Larrea y Américo Ferrari. Pa’ bravo solo él. Justamente el estudio de Sarmiento, para ejemplarizar sus ideales, está más que nada basado en los vericuetos lingüístico-culturales de los inmarcesibles versos del autor de Trilce.
Baste por eso con la lectura y comprensión del último apartado del libro en el que siete jóvenes poetas peruanos (entre quienes destacan Raúl Heraud, Héber Ocaña Granados, Jorge Ita Gómez, Raúl Jurado Párraga y el propio autor) se aventuran a restaurar, casi al modo de los talleres de literatura por los que muchos de ellos pasaron, algunos de los poemas de César Vallejo, quien ya ha dejado de ser un paquidermo inalterable (¡perdónanos querida Georgette!) dentro del canon literario peruano actual. Quien creo que libra mejor la batalla con los versos vallejianos es Raúl Heraud, quien ha hecho el trabajo junto a la tumba de Vallejo en el cementerio de Montparnasse en París, donde descansa nuestro eterno César.
Mejor lugar no habría... Técnicas de restauración poética (Fondo Editorial de la Universidad Nacional de Educación Enrique Guzmán y Valle “La Cantuta” – Ediciones Altazor, 2008) es una lectura fascinante para bibliófilos impenitente; es un libro ideal para iniciarse y/o afirmarse en el siempre difícil camino de la poesía, sin dejar de lado la lectura íntima y aguda (como debe ser sin duda) de los poemarios propiamente dichos. Se lo agradecerán no solo los paperback writers si no también The Beatles. Yeah, yeah, yeah...!!!
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