En general, a los poetas siempre los han relacionado con el amor. Es una correspondencia tan arraigada que hasta pudiera pensar que, ciertamente, el primer escrito de cualquier poeta del mundo siempre ha sido de ese tema. Pero valgan verdades, del amor al acto cursi hay sólo un paso.
De ello hay muchos ejemplos histriónicos. Sólo basta con recordar aquel comercial de una conocida marca de bebidas gaseosas cuya frase era: “las cosas como son”, para entender esto. Ahí se revelaba las comunes muestras de cursilería que el ser humano puede llegar a hacer. Sin duda, el amor hace respirar locuras.
En la poesía latinoamericana, amor y Benedetti son casi sinónimos. Y no han sido pocos los que han tildado al poeta Mario Orlando Hardy Hamlet Brenno Benedetti Farrugia de ser cursi. Este uruguayo, nacido el 14 de setiembre de 1920, ha proclamado al amor como la materia prima más perfecta para poetizar.
El amor, como refería él, es un elemento tan relacionado con lo cursi que es difícil desligarlo. Tanto es así que si se le separa, las palabras sonarían con esa frialdad polar que ningún verdadero poema de amor podría tener. Sin embargo, Benedetti aparta muy bien la cursilería de adolescentes con la forma estética de apropiarse del sentimiento más humano que tenemos. Eso lo hace único.
Él aplicaba una fórmula encendida en cada frase que pareciera quemar la letra. Así tenemos: “Es una lástima que no estés conmigo / cuando miro el reloj y son las cinco / y soy una manija que calcula intereses / o dos manos que saltan sobre cuarenta teclas”.
En las dos primeras líneas, pareciera increpar a la cotidianidad, a la soledad y al tiempo de espera, asuntos que podrían resultar “cursis”. Pero aquí lo cotidiano de mirar la hora, junto al lamento por la ausencia, se abre espacio en esas dos metáforas perfectas que le siguen y que le imprimen el más profundo impulso poético. Eso mismo se puede apreciar en los siguientes versos: “Puedes querer el alba / cuando ames. / Puedes / venir a reclamarte como eras. / He conservado intacto tu paisaje. / Lo dejaré en tus manos / cuando éstas lleguen, como siempre, / anunciándote”.
Por otro lado, solamente a Benedetti se le hubiese ocurrido colocar al nombre de un poemario “Te quiero” (1956) y no sonar cursi. Su legión de libros de distintos géneros (cuento, drama, novela, poesía, ensayo y hasta discografía) tienen el sabor especial de un sabio amoroso, de un personaje cuya sonrisa prístina de la mañana sólo es de amor.
Mario Benedetti murió, anciano y feliz, el 17 de mayo de 2009. Y qué mejor que un verso para sentenciar su presencia perenne: “No existe un puente para cruzar el cielo”. Pero él lo cruzó y ya es un hecho, pues la música de su voz se queda en el cielo y, la de sus libros, en cada uno de nosotros.
De ello hay muchos ejemplos histriónicos. Sólo basta con recordar aquel comercial de una conocida marca de bebidas gaseosas cuya frase era: “las cosas como son”, para entender esto. Ahí se revelaba las comunes muestras de cursilería que el ser humano puede llegar a hacer. Sin duda, el amor hace respirar locuras.
En la poesía latinoamericana, amor y Benedetti son casi sinónimos. Y no han sido pocos los que han tildado al poeta Mario Orlando Hardy Hamlet Brenno Benedetti Farrugia de ser cursi. Este uruguayo, nacido el 14 de setiembre de 1920, ha proclamado al amor como la materia prima más perfecta para poetizar.
El amor, como refería él, es un elemento tan relacionado con lo cursi que es difícil desligarlo. Tanto es así que si se le separa, las palabras sonarían con esa frialdad polar que ningún verdadero poema de amor podría tener. Sin embargo, Benedetti aparta muy bien la cursilería de adolescentes con la forma estética de apropiarse del sentimiento más humano que tenemos. Eso lo hace único.
Él aplicaba una fórmula encendida en cada frase que pareciera quemar la letra. Así tenemos: “Es una lástima que no estés conmigo / cuando miro el reloj y son las cinco / y soy una manija que calcula intereses / o dos manos que saltan sobre cuarenta teclas”.
En las dos primeras líneas, pareciera increpar a la cotidianidad, a la soledad y al tiempo de espera, asuntos que podrían resultar “cursis”. Pero aquí lo cotidiano de mirar la hora, junto al lamento por la ausencia, se abre espacio en esas dos metáforas perfectas que le siguen y que le imprimen el más profundo impulso poético. Eso mismo se puede apreciar en los siguientes versos: “Puedes querer el alba / cuando ames. / Puedes / venir a reclamarte como eras. / He conservado intacto tu paisaje. / Lo dejaré en tus manos / cuando éstas lleguen, como siempre, / anunciándote”.
Por otro lado, solamente a Benedetti se le hubiese ocurrido colocar al nombre de un poemario “Te quiero” (1956) y no sonar cursi. Su legión de libros de distintos géneros (cuento, drama, novela, poesía, ensayo y hasta discografía) tienen el sabor especial de un sabio amoroso, de un personaje cuya sonrisa prístina de la mañana sólo es de amor.
Mario Benedetti murió, anciano y feliz, el 17 de mayo de 2009. Y qué mejor que un verso para sentenciar su presencia perenne: “No existe un puente para cruzar el cielo”. Pero él lo cruzó y ya es un hecho, pues la música de su voz se queda en el cielo y, la de sus libros, en cada uno de nosotros.
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