«Lo que busco es que el lector piense, se involucre y así escape de lo cotidiano, de los estereotipos que atiborran nuestras vidas, que se libere de los lugares comunes que están tan arraigados en nuestros cerebros que bloquean nuestras capacidades para sentir, crear y ser libres.»
El hombre de a cero (Cascahuesos Editores, 2011) es la ópera prima de Juan Carlos Nalvarte Lozada (Arequipa, 1991). Debut literario que nos permite acercarnos a este joven narrador y a un muestrario de su obra.
- Juan Carlos, ¿desde qué época de tu vida comenzaste a escribir ficción? ¿Qué te animó a hacerlo?
- Tengo vagos recuerdos de mi infancia en los que escribí ficción, pero en realidad no tienen mayor importancia y no conservo ningún texto de esa época. Es recién en quinto grado de secundaria, tenía dieciséis años, cuando empiezo a escribir ficción ya como algo que me llama de manera definitiva, es decir, para toda la vida. El detonante fue un texto de Oswaldo Reynoso que leí en un libro del curso de Comunicación en el colegio. Era una parte de El Príncipe de Los Inocentes. Ahí me di cuenta que la literatura no era aburrida, los temas podían ser cercanos al lector y no había límites en el lenguaje. Luego, fui investigando y metiéndome más en la literatura y me nace la idea de ser escritor, de hacer arte mediante la palabra. Ya, después, me puse a leer todo lo que podía y empecé a escribir unos relatos pésimos que por suerte perdí en un USB que me robaron.
- ¿Qué significa para ti ser escritor?
- Bueno, antes yo veía al escritor como una especie de ser sobrenatural que hace arte y con eso se acerca a lo divino; pero ahora tengo una concepción diferente. Pues creo que el escritor es quien escribe y con eso pretende derrotar a la pasividad, abolir los estereotipos y el cliché, hacer que los demás piensen para generar espacios de autonomía y, así, resistir a la muerte. Pero el escritor no es más que el lector. El escritor es quien brinda el texto, que equivaldría a un cincuenta por ciento del proceso, y se lo ofrece al lector para que él lo interprete y, así, complete el otro cincuenta por ciento. Al final, el escritor no es el dueño del texto, sino simplemente quien lo ofrece para que éste se complemente a través de la lectura.
- Háblanos de tu actividad literaria antes de la aparición de tu primer libro.
- En realidad todo lo que he escrito antes ha servido para alimentar de alguna manera a El hombre de a cero.
- ¿Cuánto tiempo te tomó escribir El hombre de a cero? ¿Y por qué optaste por ese peculiar título?
- Cuatro años. El cuento más antiguo data de finales de dos mil siete. En cuanto al título, éste antes era el de un cuento que escribí cuando un editor rechazó mis textos y me dijo prácticamente que eran basura. Entonces el cuento trataba de un sujeto que quiere ser escritor, quiere publicar, pero nunca se siente satisfecho. Empieza con una carta del editor rechazando sus textos y luego trata de ensayar diferentes maneras de escribir. Es como un diario en el que escribe algunos cuentos y luego de terminar cada uno dice: sequedad creativa 1 - yo 0. Entonces después de mucho intentar y cuando iba perdiendo por siete a cero dice: “no hay manera, seguiré siendo el hombre de a cero”. En realidad, la frase viene de antes, cuando tenía diez años, jugaba tenis y jamás ganaba un partido, entonces mi entrenador decía que yo era el hombre de acero porque siempre me daban seis a cero.
- ¿Podrías definir el estilo de tu narrativa?
- Creo que no, ahora dudo mucho sobre los géneros y estilos. Creo que en realidad eso es tarea del lector, él es quien define con su interpretación esos aspectos. Pero si estuviera obligado a responder, lo haría como lector y te diría que son una especie de realismo-grotesco-exagerado-fantástico.
- ¿Por qué te sueles decantar casi siempre por el microrrelato?
- Bueno, ahora último más que antes. Porque creo que el microrrelato es el género que más le exige al lector que piense. Aquí el lector es más activo que nunca, él es el encargado de llenar las omisiones intencionadas que hace el autor para darle sentido al texto. Además, en este mundo en el que todo transcurre a velocidades inimaginables el microcuento es la gran esperanza de la literatura. Es el género más idóneo para hacer que la gente lea. Su corta extensión atrae al lector, que no cuenta con mucho tiempo y que, por lo general, es apático hacia la literatura y hacia obras extensas. Pero no por eso hay que subordinar al microcuento como una introducción a la literatura. Lo que más me atrae del microrrelato es la sugerencia que le da al lector para que piense, para que escape de la cotidianeidad.
- ¿Qué autores sientes que han influido en El hombre de a cero?
- En el primer momento de El hombre de a cero la influencia de Bryce es apabullante, eso se nota en el cuento más antiguo que se llama La triste historia del pobre Pepito. ¿Ves?, hasta el título es bryceano. De esas épocas data mi admiración por el perdedor, no como alguien insignificante, sino como un ser sin igual, un ser que no está hecho para este mundo. En esos tiempos mi ídolo era Martín Romaña y el estilo indirecto libre era para mí el mayor avance de la literatura. Luego leí a Borges y escribí cosas fantásticas, pero las deseché, no sin guardarme la influencia borgeana para siempre. También están Juan José Arreola y Ricardo Sumalavia, que me abrieron los ojos hacia la brevedad. Están también Ribeyro, Palma, Adolph. Está Cabrera Infante por los juegos de palabras, aunque éste ya no sería una influencia para El hombre de a cero, sino posterior. Y, por último, también me he dado cuenta que en El hombre de a cero soy un discípulo de Rabelais y no me había dado cuenta, porque lo leía después. En fin, son muchos, creo.
- ¿Te consideras un escritor compulsivo?
- En realidad quisiera serlo, la escritura me llama a cada instante, pero muchas veces me gana la pasividad, la flojera o simplemente tengo muchas cosas que hacer. Quisiera escribir por lo menos unas dos o tres horas al día.
- ¿Qué buscas o cuál es el fin de tu narrativa?
- Fundamentalmente lo que busco es que el lector piense, se involucre muchísimo y así escape de lo cotidiano, de los estereotipos que atiborran nuestras vidas, que se libere de los lugares comunes que están tan arraigados en nuestros cerebros que bloquean nuestras capacidades para sentir, crear y ser libres. Lo que busco es generar espacios de autonomía, resistir a la servidumbre y a la muerte. Aunque todo lo anterior no se note tanto en El hombre de a cero, que parece más para entretener que otra cosa, pero de todas maneras tiene algo de esto también.
- Del conjunto de historias de El hombre de a cero, ¿Qué historia te parece la más lograda y por qué?
- No quiero fomentar la desunión entre mis hijos, pero si me obligas a hacerlo creo que Lilith, Amnesia y Alea Iacta Est son los más logrados. Sin embargo, si me refiero al cuento en sentido más tradicional creo que Mi primer quince y El espejo de mi vida son los mejores. Ah, no me puedo olvidar de Manchas.
- ¿Sientes que la minificción se ha puesto de moda? ¿Tienen que ver en esto las redes sociales como Facebook y con mayor razón twitter?
- La verdad que desconfío de eso. Facebook y Twitter ayudan mucho en la difusión de la microficción, yo, por ejemplo, siempre reviso los microcuentos que publica el grupo Micrópolis en el twitter, pero esto también se presta a que se crea que cualquier texto breve, cualquier chistecito se considere microficción. Hay que tener cuidado con eso.
La gente así cree que escribir microficción es lo más fácil del mundo, que cualquiera lo pude hacer y se deja de apreciar la verdadera literatura.
- ¿Qué sueles hacer antes de escribir? ¿Alguna manía o superstición?
- Ninguna, aunque a veces luego de escribir algo que me gusta mucho suelo frotarme las manos emocionadísimo como si tuviera frío o golpeo repetidamente los dedos de una mano contra los de la otra, de arriba abajo, muy rápido. Creo que eso sí es una manía.
- ¿Cómo ves a las nuevas editoriales arequipeñas?
- Bueno, creo que es muy importante la labor que realizan por los espacios que crean para la difusión de obras que normalmente no verían la luz. Luchan constantemente contra el mercado frívolo del best-seller y ya se están creando su propio mercado. Yo no sé mucho de eso, pero creo que Cascahuesos es muy prometedora, dicen que para el dos mil doce van a lanzar varios libros de narrativa, yo a “Vallejín” (José Córdova, editor de Cascahuesos) lo veo algo así como a un futuro Carlos Barral o Jorge Herralde (ríe).
- Hablando de Barral y Herralde, ¿Crees en los concursos literarios?
- La verdad que no. Dicen que fomentan la creación pero a veces solo hacen que la gente escriba para ganar dinero. La creación no necesita de fomento. El creador tiene una especie de animalito dentro de él que no lo deja vivir si no escribe, no lo hace por dinero. Si el dinero viene después ya es otra cosa.
- ¿Qué piensas de las nuevas formas de difusión de la narrativa como los blogs, páginas electrónicas sobre literatura?
- Que son una gran cosa porque permiten que talentos que no tienen los recursos para publicar sean leídos por miles de personas. El problema es cuando se banaliza la creación y se convierte en un instrumento más para la dominación y el fomento de la pasividad como la televisión basura, MTV, que me parece el epítome de la estupidez humana.
-Hablando de blogs, ¿qué nos podrías decir de tu flamante blog Insecto lascivo?
-No sé, en realidad nace para promocionar mi nuevo libro y también hacer un poco lo que tú haces en el tuyo: publicar algunos cuentos y escribir mis opiniones. Debo confesarte que me inspiré en el tuyo para hacerlo. Es más se iba a llamar Juan Carlos Nalvarte Lozada, pero dije: “no, ya mucho plagio”. Y le puse Insecto Lascivo, que es un apodo que me puso Andrea, mi enamorada, cuando aún no estábamos y yo tenía la autoestima en el suelo y decía que era un insecto, que en cualquier momento me iban a aplastar, y ella decía que si era un insecto debía ser un insecto lascivo (ríe).
-En uno de tus microrrelatos (“Cambalache”) nos enteramos de que el mundo no es como te lo contaron… Entonces, ¿cómo es el mundo para Juan Carlos Nalvarte?
-No lo sé, está lleno de porquería por todos lados, y hay cosas que con solo pensar en ellas me da vértigo. Pero siempre hay un espacio para la esperanza, para los pequeños gestos que salvan a la humanidad: la señora invidente que te dice "gracias, angelito" cuando le compras un Olé Olé o el docente que a pesar de las decepciones sufridas día a día sigue luchando para hacer de esos energúmenos juveniles unos abogados con vocación. Antes creía que era todo lindo, pero gracias a las experiencias que me brindó mi colegio cuando estaba en secundaria me di cuenta de que no era así. Aunque eso no me desanima, porque si todo fuera perfecto no habría por qué luchar y eso sí sería sumamente aburrido.
-¿Qué harías si te informan que una enfermedad degenerativa te impedirá leer pues irás olvidándote hasta de las vocales?
-¡Diablos! Me arrepentiría de haber escrito ese cuento que ya ni me acuerdo como se llama.
-En “Lilith” el personaje afirma “el demonio se engendra con mi semen”, ¿qué buscabas transmitir con este relato?
-Creo que Lilith es una parodia de la represión del deseo sexual y de las convenciones sexuales. En una parte del relato el personaje se puso a rezar buscando ayuda divina o una distracción talvez, ahí me refiero al reprimir el orgasmo para poder "durar más" y así “quedar bien”. El personaje es una especie de monje atormentado o algo así. En realidad lo que me seduce es la mitología y más que todo la judeo cristiana.
-En “Otra vez” pareces recurrir a una canibalización de tu educación sentimental y demostrando que, en verdad, eres de a cero… ¿O, al final, de “acero”?
-Sí, hasta ese momento era de a cero. Escribí el cuento una tarde en la sospeché que me iban a plantar, en realidad estaba seguro y, al final, sí me plantaron. Ahora estoy vacunado, ya soy de acero (ríe).
-En “Perdón, Varguitas” lo grotesco parece dar paso a una toma de distancia respecto a la obra de un autor canónico, ¿o me equivoco?
-Sí, puede ser. ¿Qué escritor joven peruano no ha querido ser Vargas Llosa? Ya luego te vas distanciando y buscas nuevos autores y nuevas formas.
-Finalmente, ¿qué nos puedes adelantar de tus próximos proyectos creativos?
-¡Uf! Estoy en pleno proceso de un siguiente libro que tendrá de todo un poco: microcuentos, relatos hiperbreves, variada invención, prosas apátridas, viñetas, juegos de palabras, tipogramas, avisos de periódicos, índices de libros inexistentes, publicidades de todo tipo... En este libro plasmaré muchas ideas que me están persiguiendo con la finalidad de que el lector piense muchísimo. Además será un libro que me transformará totalmente, lo veo como un proceso de metamorfosis de mi yo que dará como producto este nuevo libro. Espero que me salga. También me gustaría escribir cuentos jurídicos y alguna novela fantástica, pero eso ya será luego del fin del mundo…
Amnesia
A los dos meses y medio de su regreso, Marcos olvidó cómo montar bicicleta, así empezó todo. Luego, lenta y progresivamente, olvidó qué es lo que se hace con las hostias, dónde estaba el control remoto y cómo bailar bolero. Pasaron semanas sin ningún cambio. Pero cuando creyó que el mal se había detenido y empezaría a retroceder olvidó cómo servir un buen whisky y cómo dormir sentado, se olvidó su tarea y las llaves de su casa. Fue una gran cadena de olvidos. Pronto ya no comía, ya no jugaba, ya no soñaba, ni siquiera dormía. Y de no comer, no jugar, no soñar y no dormir, solo le quedó escribir y esperar la muerte por inanición o cualquier otra cosa cuyo nombre ya habría olvidado. Todo el día lo pasaba escribiendo la evolución de su mal, hasta que olvidó las v c l s y y n p d scr b r m´s.
Lilith
Lilith me ha vuelto a visitar en sueños. ¿Podré esta vez despertar a tiempo?
Estoy sumido en una modorra inexorable y mi espíritu lúbrico ha sido llamado desde las profundidades de mi ser. Lilith continúa su faena con sórdida delectación. Se regocija viéndome caer en sus garras. Revolotea alrededor de mi sexo y despliega su hedor por todo lo que me circunda. Se confunde con mi espíritu en un baile nauseabundo y ensordecedor.
Estoy atrapado. En otras ocasiones pude luchar contra ella haciendo uso de mi inquebrantable templanza. Pero hoy ella viene más poderosa que nunca, más hermosa que nunca, y no creo poder resistirlo. Empiezo a orar, solicitando apoyo celestial o inventando una distracción talvez.
De pronto… no pude soportarlo, por fin me ha ganado esta guerra. Despierto. Palpo las sabanas. En algún lugar del infierno un demonio se engendra con mi semen.
Lo fundamental
—¡Fue genial! Imagínate, lo dos solos, atrapados en el ascensor por durante casi una semana. Hacíamos el amor casi todo el día. ¿Qué más se puede pedir?
—¿Y el aire, la comida?
—Créeme, uno puede vivir sin eso.
El hombre de a cero (Cascahuesos Editores, 2011) es la ópera prima de Juan Carlos Nalvarte Lozada (Arequipa, 1991). Debut literario que nos permite acercarnos a este joven narrador y a un muestrario de su obra.
- Juan Carlos, ¿desde qué época de tu vida comenzaste a escribir ficción? ¿Qué te animó a hacerlo?
- Tengo vagos recuerdos de mi infancia en los que escribí ficción, pero en realidad no tienen mayor importancia y no conservo ningún texto de esa época. Es recién en quinto grado de secundaria, tenía dieciséis años, cuando empiezo a escribir ficción ya como algo que me llama de manera definitiva, es decir, para toda la vida. El detonante fue un texto de Oswaldo Reynoso que leí en un libro del curso de Comunicación en el colegio. Era una parte de El Príncipe de Los Inocentes. Ahí me di cuenta que la literatura no era aburrida, los temas podían ser cercanos al lector y no había límites en el lenguaje. Luego, fui investigando y metiéndome más en la literatura y me nace la idea de ser escritor, de hacer arte mediante la palabra. Ya, después, me puse a leer todo lo que podía y empecé a escribir unos relatos pésimos que por suerte perdí en un USB que me robaron.
- ¿Qué significa para ti ser escritor?
- Bueno, antes yo veía al escritor como una especie de ser sobrenatural que hace arte y con eso se acerca a lo divino; pero ahora tengo una concepción diferente. Pues creo que el escritor es quien escribe y con eso pretende derrotar a la pasividad, abolir los estereotipos y el cliché, hacer que los demás piensen para generar espacios de autonomía y, así, resistir a la muerte. Pero el escritor no es más que el lector. El escritor es quien brinda el texto, que equivaldría a un cincuenta por ciento del proceso, y se lo ofrece al lector para que él lo interprete y, así, complete el otro cincuenta por ciento. Al final, el escritor no es el dueño del texto, sino simplemente quien lo ofrece para que éste se complemente a través de la lectura.
- Háblanos de tu actividad literaria antes de la aparición de tu primer libro.
- En realidad todo lo que he escrito antes ha servido para alimentar de alguna manera a El hombre de a cero.
- ¿Cuánto tiempo te tomó escribir El hombre de a cero? ¿Y por qué optaste por ese peculiar título?
- Cuatro años. El cuento más antiguo data de finales de dos mil siete. En cuanto al título, éste antes era el de un cuento que escribí cuando un editor rechazó mis textos y me dijo prácticamente que eran basura. Entonces el cuento trataba de un sujeto que quiere ser escritor, quiere publicar, pero nunca se siente satisfecho. Empieza con una carta del editor rechazando sus textos y luego trata de ensayar diferentes maneras de escribir. Es como un diario en el que escribe algunos cuentos y luego de terminar cada uno dice: sequedad creativa 1 - yo 0. Entonces después de mucho intentar y cuando iba perdiendo por siete a cero dice: “no hay manera, seguiré siendo el hombre de a cero”. En realidad, la frase viene de antes, cuando tenía diez años, jugaba tenis y jamás ganaba un partido, entonces mi entrenador decía que yo era el hombre de acero porque siempre me daban seis a cero.
- ¿Podrías definir el estilo de tu narrativa?
- Creo que no, ahora dudo mucho sobre los géneros y estilos. Creo que en realidad eso es tarea del lector, él es quien define con su interpretación esos aspectos. Pero si estuviera obligado a responder, lo haría como lector y te diría que son una especie de realismo-grotesco-exagerado-fantástico.
- ¿Por qué te sueles decantar casi siempre por el microrrelato?
- Bueno, ahora último más que antes. Porque creo que el microrrelato es el género que más le exige al lector que piense. Aquí el lector es más activo que nunca, él es el encargado de llenar las omisiones intencionadas que hace el autor para darle sentido al texto. Además, en este mundo en el que todo transcurre a velocidades inimaginables el microcuento es la gran esperanza de la literatura. Es el género más idóneo para hacer que la gente lea. Su corta extensión atrae al lector, que no cuenta con mucho tiempo y que, por lo general, es apático hacia la literatura y hacia obras extensas. Pero no por eso hay que subordinar al microcuento como una introducción a la literatura. Lo que más me atrae del microrrelato es la sugerencia que le da al lector para que piense, para que escape de la cotidianeidad.
- ¿Qué autores sientes que han influido en El hombre de a cero?
- En el primer momento de El hombre de a cero la influencia de Bryce es apabullante, eso se nota en el cuento más antiguo que se llama La triste historia del pobre Pepito. ¿Ves?, hasta el título es bryceano. De esas épocas data mi admiración por el perdedor, no como alguien insignificante, sino como un ser sin igual, un ser que no está hecho para este mundo. En esos tiempos mi ídolo era Martín Romaña y el estilo indirecto libre era para mí el mayor avance de la literatura. Luego leí a Borges y escribí cosas fantásticas, pero las deseché, no sin guardarme la influencia borgeana para siempre. También están Juan José Arreola y Ricardo Sumalavia, que me abrieron los ojos hacia la brevedad. Están también Ribeyro, Palma, Adolph. Está Cabrera Infante por los juegos de palabras, aunque éste ya no sería una influencia para El hombre de a cero, sino posterior. Y, por último, también me he dado cuenta que en El hombre de a cero soy un discípulo de Rabelais y no me había dado cuenta, porque lo leía después. En fin, son muchos, creo.
- ¿Te consideras un escritor compulsivo?
- En realidad quisiera serlo, la escritura me llama a cada instante, pero muchas veces me gana la pasividad, la flojera o simplemente tengo muchas cosas que hacer. Quisiera escribir por lo menos unas dos o tres horas al día.
- ¿Qué buscas o cuál es el fin de tu narrativa?
- Fundamentalmente lo que busco es que el lector piense, se involucre muchísimo y así escape de lo cotidiano, de los estereotipos que atiborran nuestras vidas, que se libere de los lugares comunes que están tan arraigados en nuestros cerebros que bloquean nuestras capacidades para sentir, crear y ser libres. Lo que busco es generar espacios de autonomía, resistir a la servidumbre y a la muerte. Aunque todo lo anterior no se note tanto en El hombre de a cero, que parece más para entretener que otra cosa, pero de todas maneras tiene algo de esto también.
- Del conjunto de historias de El hombre de a cero, ¿Qué historia te parece la más lograda y por qué?
- No quiero fomentar la desunión entre mis hijos, pero si me obligas a hacerlo creo que Lilith, Amnesia y Alea Iacta Est son los más logrados. Sin embargo, si me refiero al cuento en sentido más tradicional creo que Mi primer quince y El espejo de mi vida son los mejores. Ah, no me puedo olvidar de Manchas.
- ¿Sientes que la minificción se ha puesto de moda? ¿Tienen que ver en esto las redes sociales como Facebook y con mayor razón twitter?
- La verdad que desconfío de eso. Facebook y Twitter ayudan mucho en la difusión de la microficción, yo, por ejemplo, siempre reviso los microcuentos que publica el grupo Micrópolis en el twitter, pero esto también se presta a que se crea que cualquier texto breve, cualquier chistecito se considere microficción. Hay que tener cuidado con eso.
La gente así cree que escribir microficción es lo más fácil del mundo, que cualquiera lo pude hacer y se deja de apreciar la verdadera literatura.
- ¿Qué sueles hacer antes de escribir? ¿Alguna manía o superstición?
- Ninguna, aunque a veces luego de escribir algo que me gusta mucho suelo frotarme las manos emocionadísimo como si tuviera frío o golpeo repetidamente los dedos de una mano contra los de la otra, de arriba abajo, muy rápido. Creo que eso sí es una manía.
- ¿Cómo ves a las nuevas editoriales arequipeñas?
- Bueno, creo que es muy importante la labor que realizan por los espacios que crean para la difusión de obras que normalmente no verían la luz. Luchan constantemente contra el mercado frívolo del best-seller y ya se están creando su propio mercado. Yo no sé mucho de eso, pero creo que Cascahuesos es muy prometedora, dicen que para el dos mil doce van a lanzar varios libros de narrativa, yo a “Vallejín” (José Córdova, editor de Cascahuesos) lo veo algo así como a un futuro Carlos Barral o Jorge Herralde (ríe).
- Hablando de Barral y Herralde, ¿Crees en los concursos literarios?
- La verdad que no. Dicen que fomentan la creación pero a veces solo hacen que la gente escriba para ganar dinero. La creación no necesita de fomento. El creador tiene una especie de animalito dentro de él que no lo deja vivir si no escribe, no lo hace por dinero. Si el dinero viene después ya es otra cosa.
- ¿Qué piensas de las nuevas formas de difusión de la narrativa como los blogs, páginas electrónicas sobre literatura?
- Que son una gran cosa porque permiten que talentos que no tienen los recursos para publicar sean leídos por miles de personas. El problema es cuando se banaliza la creación y se convierte en un instrumento más para la dominación y el fomento de la pasividad como la televisión basura, MTV, que me parece el epítome de la estupidez humana.
-Hablando de blogs, ¿qué nos podrías decir de tu flamante blog Insecto lascivo?
-No sé, en realidad nace para promocionar mi nuevo libro y también hacer un poco lo que tú haces en el tuyo: publicar algunos cuentos y escribir mis opiniones. Debo confesarte que me inspiré en el tuyo para hacerlo. Es más se iba a llamar Juan Carlos Nalvarte Lozada, pero dije: “no, ya mucho plagio”. Y le puse Insecto Lascivo, que es un apodo que me puso Andrea, mi enamorada, cuando aún no estábamos y yo tenía la autoestima en el suelo y decía que era un insecto, que en cualquier momento me iban a aplastar, y ella decía que si era un insecto debía ser un insecto lascivo (ríe).
-En uno de tus microrrelatos (“Cambalache”) nos enteramos de que el mundo no es como te lo contaron… Entonces, ¿cómo es el mundo para Juan Carlos Nalvarte?
-No lo sé, está lleno de porquería por todos lados, y hay cosas que con solo pensar en ellas me da vértigo. Pero siempre hay un espacio para la esperanza, para los pequeños gestos que salvan a la humanidad: la señora invidente que te dice "gracias, angelito" cuando le compras un Olé Olé o el docente que a pesar de las decepciones sufridas día a día sigue luchando para hacer de esos energúmenos juveniles unos abogados con vocación. Antes creía que era todo lindo, pero gracias a las experiencias que me brindó mi colegio cuando estaba en secundaria me di cuenta de que no era así. Aunque eso no me desanima, porque si todo fuera perfecto no habría por qué luchar y eso sí sería sumamente aburrido.
-¿Qué harías si te informan que una enfermedad degenerativa te impedirá leer pues irás olvidándote hasta de las vocales?
-¡Diablos! Me arrepentiría de haber escrito ese cuento que ya ni me acuerdo como se llama.
-En “Lilith” el personaje afirma “el demonio se engendra con mi semen”, ¿qué buscabas transmitir con este relato?
-Creo que Lilith es una parodia de la represión del deseo sexual y de las convenciones sexuales. En una parte del relato el personaje se puso a rezar buscando ayuda divina o una distracción talvez, ahí me refiero al reprimir el orgasmo para poder "durar más" y así “quedar bien”. El personaje es una especie de monje atormentado o algo así. En realidad lo que me seduce es la mitología y más que todo la judeo cristiana.
-En “Otra vez” pareces recurrir a una canibalización de tu educación sentimental y demostrando que, en verdad, eres de a cero… ¿O, al final, de “acero”?
-Sí, hasta ese momento era de a cero. Escribí el cuento una tarde en la sospeché que me iban a plantar, en realidad estaba seguro y, al final, sí me plantaron. Ahora estoy vacunado, ya soy de acero (ríe).
-En “Perdón, Varguitas” lo grotesco parece dar paso a una toma de distancia respecto a la obra de un autor canónico, ¿o me equivoco?
-Sí, puede ser. ¿Qué escritor joven peruano no ha querido ser Vargas Llosa? Ya luego te vas distanciando y buscas nuevos autores y nuevas formas.
-Finalmente, ¿qué nos puedes adelantar de tus próximos proyectos creativos?
-¡Uf! Estoy en pleno proceso de un siguiente libro que tendrá de todo un poco: microcuentos, relatos hiperbreves, variada invención, prosas apátridas, viñetas, juegos de palabras, tipogramas, avisos de periódicos, índices de libros inexistentes, publicidades de todo tipo... En este libro plasmaré muchas ideas que me están persiguiendo con la finalidad de que el lector piense muchísimo. Además será un libro que me transformará totalmente, lo veo como un proceso de metamorfosis de mi yo que dará como producto este nuevo libro. Espero que me salga. También me gustaría escribir cuentos jurídicos y alguna novela fantástica, pero eso ya será luego del fin del mundo…
Amnesia
A los dos meses y medio de su regreso, Marcos olvidó cómo montar bicicleta, así empezó todo. Luego, lenta y progresivamente, olvidó qué es lo que se hace con las hostias, dónde estaba el control remoto y cómo bailar bolero. Pasaron semanas sin ningún cambio. Pero cuando creyó que el mal se había detenido y empezaría a retroceder olvidó cómo servir un buen whisky y cómo dormir sentado, se olvidó su tarea y las llaves de su casa. Fue una gran cadena de olvidos. Pronto ya no comía, ya no jugaba, ya no soñaba, ni siquiera dormía. Y de no comer, no jugar, no soñar y no dormir, solo le quedó escribir y esperar la muerte por inanición o cualquier otra cosa cuyo nombre ya habría olvidado. Todo el día lo pasaba escribiendo la evolución de su mal, hasta que olvidó las v c l s y y n p d scr b r m´s.
Lilith
Lilith me ha vuelto a visitar en sueños. ¿Podré esta vez despertar a tiempo?
Estoy sumido en una modorra inexorable y mi espíritu lúbrico ha sido llamado desde las profundidades de mi ser. Lilith continúa su faena con sórdida delectación. Se regocija viéndome caer en sus garras. Revolotea alrededor de mi sexo y despliega su hedor por todo lo que me circunda. Se confunde con mi espíritu en un baile nauseabundo y ensordecedor.
Estoy atrapado. En otras ocasiones pude luchar contra ella haciendo uso de mi inquebrantable templanza. Pero hoy ella viene más poderosa que nunca, más hermosa que nunca, y no creo poder resistirlo. Empiezo a orar, solicitando apoyo celestial o inventando una distracción talvez.
De pronto… no pude soportarlo, por fin me ha ganado esta guerra. Despierto. Palpo las sabanas. En algún lugar del infierno un demonio se engendra con mi semen.
Lo fundamental
—¡Fue genial! Imagínate, lo dos solos, atrapados en el ascensor por durante casi una semana. Hacíamos el amor casi todo el día. ¿Qué más se puede pedir?
—¿Y el aire, la comida?
—Créeme, uno puede vivir sin eso.
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