jueves, 29 de julio de 2010

Fiestas patrias: precisiones históricas. Frente a la fanfarria anual durante el mes de Julio. Por Orlando Ordóñez Santos, docente de Historia

Frente a la fanfarria anual durante el mes de Julio, es menester dejar en claro lo siguiente:

1. ¿Qué Independencia se celebra? Si la verdadera Independencia es aún un proceso en marcha desde los tiempos de Túpac Amaru y Ayacucho (1824).

2. El Perú (julio 1821) pasó de la dependencia española a la inglesa (resto siglo XIX), luego al dominio apabullante del Imperio norteamericano (siglo XX hasta el día de hoy).

3. El 28 de julio no es un hito o no tiene ningún significado histórico, porque el ejército realista y poder político todavía seguía en la mayor parte del territorio peruano; recién en la Batalla de Ayacucho (9 diciembre 1824) se derrotó militarmente el Ejército multisudamericano a las huestes del Rey. Entonces ¿acaso no se debe relevar esta fecha, antes del 28 de julio?

4. Por qué en el presente mes se despliega un sentimiento patriotero y militarista, cuando en sí se recuerda un movimiento acaudillado por los Criollos (representantes nativos de una “burguesía larvaria e incipiente” a decir de José Carlos Mariátegui; tal clase social devendría en lo más rapaz y corrupta que se conoce hasta hoy día).

5. La independencia económica, por ende social, política, cultural, etc. Es todavía una tarea pendiente. La Independencia total no significa aislamiento, sino vivir juntos con los otros pueblos del mundo, pero dentro de un sistema mundial justo para todos.

martes, 27 de julio de 2010

La mafia etílica de la literatura piurana. Que asuman que son unos amorales fingidores. Por Ricardo Musse Carrasco

El poeta y miembros de su familia.

Los escritores que en Piura se promocionan y que constituyen las mismas caras de siempre, monocordes e insufribles, con una incurable y narcisista hipertrofia del ego; con el paso del tiempo se han amurallado mafiosamente. Pues, sólo entre ellos se reseñan, reventándose cuetes, diciéndose mutuamente que lo que han parido escrituralmente es la última chupada del mango, producto de sus entrañables identificaciones con las tribulaciones del hombre de carne y hueso; ¡pero qué doblez de conducta que se manejan estos amorales!: Que ya, de una sola vez, excreten sus más fariseos intereses, que evacuen auténticas afirmaciones como admitir que realmente no sopesan los méritos estéticos de las obras publicadas, que no les da la gana analizarlas y/o posicionarlas en su justa dimensión, y que, si lo hacen a regañadientes, es porque aprovechan que ya han sido reconocidas fuera de los mezquinos linderos de Piura; y que no les interesa, en absoluto, propiciar el relevo generacional.

Que asuman y, digan ya, que son unos amorales fingidores, que se aferran con uñas (mugrientas, dicho sea de paso) y dientes (sarrosos, además) a sus deleznables poderes literarios, acallando impíamente obras que opacarían, a todas luces, las suyas. En fin, que se dejen de estarnos hueveando con la abominable retórica de que siempre han evidenciado apertura a los nuevas voces discursivas.

Empero, lo más repudiable de todo esto es que esta detestable mafia ha impuesto, con su sistemático y vil accionar, una única credencial consistente en que para que los demás sean difundidos deben chupar hasta decir basta, hasta que se embrutezcan alcohólicamente y se envilezcan hablando toda suerte de huevadas y menos de literatura; y para que vociferen, a los cuatro vientos, que ellos son el Non Plus Ultra de la literatura piurana; y, además, para que las nuevas voces los lisonjeen y sean publicados –con esa insobornable condición- sus alucinógenos escritos, esto es, rogándoles hasta trastabillar y, en una mendicante genuflexión, clamarles que por favor les hagan un artículo y lo difundan en los diarios de la región.

El escritor que ose no someterse a dichos requisitos será condenado a la aborrecible eternidad del implacable ninguneo.

Qué triste constatar –acongojado, estoy por esto-, que escritores que antaño relumbraban repulsa hacia esas amorales prácticas, ahora, con una prominente barriga alcoholizada, orondos e ingratos, comparten, con su obsecuente anuencia, esos humilladores bacanales.

Qué triste constatar, además, que la “reserva moral” que constituía la nueva hornada literaria, esté compuesta por drogadictos, trasnochados izquierdistas, renegones de su raza originaria, intonsos acomplejados que requieren de las sustancias etílicas para degradarse más y para cometer injustificables tropelías amorales.

Felizmente que nunca me veré esclavizado con esa maldita ebriedad, ni, mucho menos, falseado y denigrado, en una adulona actitud, suplicando, botella en mano, que por favor no sean así, que por favor no me castiguen con el obnubilado puñal de su beoda indiferencia.

Sullana, 12 de julio 2010.

lunes, 26 de julio de 2010

Conferencias sobre Westphalen y Arguedas en la Casa de la Literatura Peruana por Julio Ortega‏

Reconocido crítico literario Julio Ortega visitará la Casa de la Literatura Peruana.

Continuando con nuestras visitas ilustres, la Casa de la Literatura Peruana (Jr. Ancash 207, antigua Estación Desamparados), recibirá el jueves 29 de julio al crítico literario Julio Ortega. El reconocido hombre de letras recorrerá las instalaciones de la institución y a las 12:30 p.m. ofrecerá la conferencia Rumbo a los centenarios de Arguedas y Westphalen.

Julio Ortega (Perú, 1942) es un crítico, ensayista, profesor, poeta y narrador peruano cuya obra de pensamiento es una de las más importantes de América Latina, por sus lúcidas reflexiones acerca de la literatura y sus relaciones con la historia y la sociedad. Estudió literatura en la Pontificia Universidad Católica del Perú, posteriormente viajó a EE.UU. invitado como profesor visitante por las Universidades de Pittsburgh y Yale. Vivió en Barcelona donde trabajó como traductor y editor. Luego regresó a EE.UU. como profesor de la Universidad de Texas, donde en 1978 fue nombrado catedrático de literatura latinoamericana. También ejerció la docencia en las universidades de Brandeis y Brown (EE.UU.).


Es miembro de las academias de la lengua de Perú, Venezuela, Puerto Rico y Nicaragua. Ha obtenido los premios: Juan Rulfo de Cuento (Francia), Bizoc de novela breve (Mallorca), Casa de la América de ensayo (Madrid) y el COPE de cuento (Lima).

Su primer libro de crítica La contemplación y la fiesta (1968), está dedicado al “boom” de la novela latinoamericana. De su crítica ha dicho Octavio Paz: "Ortega practica el mejor rigor crítico: el rigor generoso."

Discurso sin nombre y escrito a partir de una pregunta que más que respuestas abstractas requiere acciones. Por Karina Bocanegra. Perú: mi país

¿Qué significado tiene ser peruano(a)?
Testimonio

YO NUNCA ESTUVE INTERESADA EN CONOCER ESTE PAÍS AL QUE TODOS LLAMAN PERÚ, nací y crecí aquí pero jamás me sentí peruana, mucho menos trujillana. En realidad no me he sentido parte de alguna congregación, sociedad, asociación, grupo o barrio; más bien me figuré que había nacido en este continente por error, y por qué no decirlo, de este planeta Tierra. Siento que mi espíritu descansa sobre un envase humano totalmente ajeno y extraño -y por demás un estorbo. He viajado por algunas regiones peruanas por motivos diversos -y esto si debo admitir-, me he quedado fascinada con el color del cielo de Cajamarca, por ejemplo; o con la imponencia de los restos que quedaron de Machupicchu, esa pequeña ciudad de piedra con relojes solares y casitas pintorescas. Tuve la suerte de visitar Cusco a los 15 años, me quedé un mes en Aguascalientes, en casa de mi tía Manuela, una mujer hiperactiva y con una sazón exquisita para preparar trucha frita (que ha sido uno de mis platillos favoritos en estos años de estancia en la Tierra).

Después visité Tingo María, Piura, Chiclayo y Lima. No he viajado mucho, a pesar que ése ha sido uno de mis anhelos más fervientes: conocer ciudades situadas en contextos culturales tan diferentes entre sí como si de otra galaxia se tratara.

Si bien es cierto –y no pretenderé negarlo–, he maldecido el hecho de haber nacido al que llamo de manera muy particular “pedazo de tierra tercermundista”, y teniendo en cuenta que me he dedicado a leer, en su mayoría, autores/as extranjeros; debo decir que después de reflexionar largo y tendido, he llegado a la conclusión que el Perú está en auge, en todo el sentido de la palabra. Por ello quiero quedarme más tiempo del que he planeado, aunque a decir verdad, no será mucho.

Por otro lado, haber crecido en un país como éste me ha dado la satisfacción de renegar con sustento sobre cuestiones esenciales, y eso no se da en cualquier país, hace falta guarecer individuos de tanto cinismo como chapucería; producir diarios con faltas ortográficas, votar presidentes ex presidiarios; animar la prostitución; violar tanto leyes como personas y favorecer a los aristócratas arruinados que buscan sostener su apellido promocionando escritores burgueses. Nunca el arte de criticar fue más practicado en algún espacio del orbe que aquí, hasta los taxistas desarrollan discursos políticos contra el cuerpo policial al que tachan de corrupto y otros adjetivos menos sutiles. Si se quiere organizar un conversatorio sobre Literatura, hay que buscar auspicios, pero resulta que los auditorios no están auspiciando por el momento, ya que tienen actividades programadas para lo que resta del año. Si se pone costo a la entrada de un recital, a éste no asistirán más que familiares, y si tienen suerte, cerrarán la velada con un brindis por el reencuentro familiar.

No existe en los anuncios clasificados alguna empresa que requiera escritor(a), pues a decir verdad, los escritores no existimos sino como amantes del arte a quienes no les queda más remedio que prostituir sus convicciones para comer.

En Perú, mi país, está prohibido ser inteligente bajo pena de ostracismo, más aún si se pretende desmaquillar a maestros sabios omnipotentes, bajo pena de rencor irracional recalcitrante. No se metan con las vacas sagradas del rico Perú, terminarán queriendo ser como ellas, o mejor aún, puliendo autos de madera para venderlos al mejor postor.

Si hay que sobrevivir en mi Perú, es necesario haberle chupado las medias al decano de la Facultad, fingido una sobredosis de deseo por aprender estupideces, y usar tacones altos para que los misóginos androcentristas no fastidien. Aunque es mejor, y esto lo confieso con tremenda fiebre filósofica, ir contra todos y contra todo; de ese modo sólo se corre el riesgo de transformar el mundo.

Finalmente, los que aún seguimos buscando nuestra verdadera tierra de origen, no nos queda más que dar discursos sobre el lugar donde cayó nuestra nave espacial. Imagínense si tuviéramos que decirlo en inglés, o en islandés; ya todos estuvieran durmiendo o tejiendo paradojas en torres de tildes olvidadas.


*Leído la noche del 21 de julio a propósito del aniversario de Poesía de Miércoles, organizado por los quijotes Tume y Olivares.

Gran Feria!, pronto una crónica sobre la I FERIA INTERNACIONAL DEL LIBRO DE PIURA (también organizada por estos bardos incansables)

Recital Poetas de Bisagra e Invitados. 15° Feria Internacional del Libro. Tulio Mora, Maoli Mao, Héctor Ñaupari, Jhon Martínez y Enrique Ortiz

domingo, 25 de julio de 2010

HOY: Se presentará FUNDACIÓN DE LA NIEBLA de Ernesto Carrión en la Feria Internacional del libro de Lima

Estimados amigos, los invito para el día de hoy a la presentación del libro "Fundación de la niebla" del gran poeta ecuatoriano Ernesto Carrión. Me acompañará en la mesa de presentación el crítico y poeta peruano Paul Guillén. La presentación se llevará a cabo en la Sala Blanca Varela de la XV Feria Internacional del libro de Lima, a partir de las 8:00 de la noche. Los espero.

ECUADOR
Presentación de libro
Fundación de la Niebla de Ernesto Carrión

Participan: José Córdova y Paul Guillén.

Organizan: Ministerio de Cultura, Embajada de Ecuador, Cámara Ecuatoriana del Libro y Cascahuesos Editores.

lunes, 19 de julio de 2010

Martín Heidegger: La palabra. La significación de las palabras

Tan pronto como hablamos de “significación” de las “palabras”, hemos dispuesto a éstas de conformidad con su sonido verbal (Wortlaut), al cual le está adherida una “significación”. El sonido (fvn®) es, como algo sensiblemente dado, lo más próximo y real. Lo otro le es adherido y sobrecargado, de manera que la palabra, como configuración sonora, se convierte en la portadora de la significación.

¿Acaso no se puede comprobar y confirmar todo esto, siempre, en la constancia fáctica del lenguaje? Por cierto. ¿Pero quiere decir esto que el lenguaje es pensado, así, a partir de su “inicio” (“Anfang”)? El inventario en términos de sonido verbal, significación, resulta de la pregunta de esencia: ¿qué es el lenguaje? En qué consiste. Fácilmente se reconoce el carácter metafísico de este inventario. Lo fónico y la fonación es lo físico, la significación es lo no-sensible (el sentido [Sinn]), es decir, lo metafísico. Pero, pensado más exactamente, el inventario se muestra todavía de otra manera. Está dada la palabra sonora y el objeto designado en ella (la cosa, por ejemplo). Únicamente a partir del [doble] hecho de que la palabra “designa” (“bezeichnet”) la cosa, mientras que el sonido en sí mismo sólo suena y resuena, se llega a la función de designación de la “palabra” con ayuda de aquello que no puede ser ni mero sonido verbal ni la cosa designada: y esto es la “significación”.

Surge la pregunta de dónde ha de situarse esta forma (Gebilde). Se la confía al representar y opinar. Se ha caído, sin advertirlo, en el círculo de la relación del hombre al ente, en cuanto que en este círculo es posible la concordancia entre representar y objeto, concordancia que se llama “verdad”. El mencionado inventario de la esencia de la palabra y del lenguaje no sólo presupone un saber acerca del ente y del hombre, sino que se mueve en una esencia de la verdad que se ha admitido sin reparo. Dentro de este círculo ya resuelto, que manifiestamente es el de la metafísica, se mueven, entonces, todas las discusiones sobre el lenguaje y la palabra. La metafísica proporciona los ingredientes de las indagaciones de la filosofía del lenguaje y de la ciencia del lenguaje, pero a la vez proporciona inmediatamente y sin que se lo advierta el circuito de los posibles respectos entre los cuales se mueven, en una y otra dirección, las diversas teorías.

Pero si la metafísica como tal no es lo inicial, entonces todo “saber” habido hasta ahora acerca del lenguaje no puede ser lo verdadero (das Wahre).

Mas ¿por qué ha de ser necesario un semejante saber inicial? Ciertamente, no porque se trate de una correcta organización de la investigación, sino porque la palabra y el modo en que ella es contribuye a decidir el destino del hombre (das Geschick des Menschen mitentscheidet).

El perfeccionamiento de la ciencia del lenguaje, puesto como meta de la meditación “sobre” la palabra, sería un motivo demasiado precario para el pensar. Pero aun la amenaza a la esencia del hombre (die Bedrohung des Menschenwesens) a causa de la decadencia (Verfall) del lenguaje y la degradación de la palabra no puede bastar para justificar el pensar “sobre” la palabra, ya, empero, aparentemente reflexionado. Además de esto, la decadencia del lenguaje es quizá solamente una consecuencia de la amenaza a la esencia del hombre, amenaza que viene de otro origen. Ella surge del olvido del ser.

Pero la palabra podría, ciertamente, pertenecer a la verdad del Ser (Seyn). Entonces sólo podría hablarse acerca de la palabra (vom Wort nur… sagen) a partir del pensar inicial del Ser. Entonces habría que esclarecer desde allí en qué respecto se encuentra ella con los ingredientes usuales del lenguaje, y sobre todo con aquello que, a diferencia del cuerpo verbal, se denomina “el alma”, con la significación. Si la metafísica acierta con algo correcto, entonces esto correcto, sin importar lo que sea de su verdad, tiene que ser pensado, de todos modos, en su origen.

No por causa del hombre (nicht des menschen wegen) el pensar inicial piensa en pos (nachdenkt) de la palabra, sino en gracia al Ser (dem Seyn zum Dank).

Así podría propiamente acontecer (sich ereignen) que los consabidos ingredientes del lenguaje mostrasen un distinto “modo”. Una simple reflexión conduce a lo libre.

Habitualmente las palabras, y, más precisamente, la acuñada conexión de un hablar en la conversación del lenguaje (der geprägte Zusammenhang eines Sprechens im Gespräch der Sprache), mientan al ente. Cada “algo” de lo que se habla en la conversación (das im Gespräch besprochen wird) es un ente.

No obstante, en la conversación se esconde todavía algo dicho que no es algo de que se hable. Precisamente esta palabra “es” que acaba de ser mencionada dice “algo” que no es un “ente”; la palabra nombra al Ser.

¿Es, esta palabra, sus derivaciones y sus ocultas formas en el articulado ensamble del lenguaje, sólo una excepción entre las palabras, es un extraño en medio de las constancias lingüísticas, o es la palabra de todas las palabras, en la cual todas las palabras pueden, ante todo, ser palabras? Si fuera así, entonces el Ser primeramente regala (schenkt) al ente, expresamente o no (ob ausgesprochen oder nicht), el aparecer y el mostrarse, de forma tal que puede ser lo designable y lo designado en el sentido del significar habitualmente entendido.

Entonces el Ser primeramente regala al ente el que, luciéndose al aparecer (es erscheinend sich lichtend), indique (deutet) hacia algo otro y a sí mismo. Entonces el Ser regala primeramente al ente la posibilidad de tener una significación.

Entonces el Ser es aquello que regala y señala (be-deutet) al ente con tales significaciones. El Ser dota (be-denkt) (como la gracia inicial [der anfängliche Dank]) al ente con estas significaciones. El Ser es lo señalante (das Be-deutende).

Así resulta, por contraposición con la metafísica del lenguaje, algo otro: no que el sonido verbal signifique al objeto con ayuda de una “significación” que viene al vuelo desde alguna parte, sino que el Ser señala (acontecedoramente) al ente como tal, de manera que lo apropia (ereignet) en el indicar (Deuten) y mostrar (Zeigen) de las señas iniciales (anfänglichen Zeichen), y lo acontecido en propiedad es primeramente aquello a consecuencia de lo cual la palabra puede ser acogida por lo pronto, y solamente, en conformidad con el mero sonido, y puede, luego, ser perfeccionada (ausgestaltet) con la “significación”.

Lo que es propiamente dicho en el lenguaje, lo soslaya la conversación, en tanto que sólo representa y aprehende aquello de lo que se habla.

¿Puede sorprender que el “es” y el “ser” sólo sean admitidos como palabras auxiliares?

Sólo porque el lenguaje se origina en el Decir del Ser (Sage des Seyns) puede llegar a ser lenguaje. Pero el Decir del Ser no se deja nunca pensar y experienciar ni desde el lenguaje ni desde la explicación metafísica del lenguaje.

En todo caso, en un sentido inicial, la palabra “ser” es la palabra auxiliar por antonomasia, en la medida en que primeramente auxilia al lenguaje a llegar a ser él mismo, también allí donde esta palabra inaparente se rezaga en el ocultamiento de lo inicial.

Con esta palabra (ser, es…), el hombre ha recibido ya la garantía de que, antes que todo ente, el Ser es dicho y decible. Pero al mismo tiempo se ha destinado la capciosidad (das Verfängnis) de explicar la palabra sólo a partir del lenguaje y, así, de excluir al pensar del camino que medita en conformidad con el inicio del lenguaje (dem Anfang der Sprache nachdenkt).

El hombre tiene el lenguaje, porque el lenguaje se origina en la palabra, pero la palabra, como el Decir del Ser, tiene al hombre, es decir, lo afiata en su destinación (bestimmt in seine Bestimmung). Lo a-fiatante (das Be-stimmende) es la voz (Stimme) del Ser, que no se disipa en rumor (verlautet), sino que se acalla (sich verschweigt) en la queda (Stille) de la remisión del Ser a su verdad (acallamiento y velamiento).

Si, no por causa de la poesía (Poesie) y la filosofía, ni menos para fines de una ulterior forma de organización de su ejercicio, vale decir, la cultura, sino en gracia al Ser, hubiese la urgencia de pensar el pensar y el poetizar (das Dichten) en su inicialidad y su envío (Schickung), entonces esto sólo puede llegar a ser posible a partir de un saber de la palabra y de su iniciación. La apelación y la mirada al lenguaje y a la “palabra” comprendida desde el lenguaje son caminos extraviados.

Pero si el Ser en su verdad es la remisión a la despedida (die Verwindung in den Abschied), en la cual se regala la venida del resguardo del inicio (die Kunft der Bergung des Anfangs), si el Ser es acontecimiento de propiación y, como éste (es decir, como la vuelta de separación y venida [die Kehr von Schied und Kunft]), el favor y la gratitud (die Gunst und der Dank), entonces se guarda (verbirgt sich) en el Ser mismo el poetizar y el pensar.

El poetizar es el Pre-decir (die Vor-sage), el Decir inicial, que acontece en propiedad como el favor de aquello que no es hecho y que no puede ser calculado a partir de lo meramente presente y lo efectivo (aus Vorhandenem und Wirklichem). El poetizar es el favor pre-dicente de la guardiana de lo sagrado (der Hüterin des Heiligen). Porque el poetizar es el favor predicente, por eso le pertenece lo despejador-proyectante de la “fantasía”. ¿Cómo ha de pensarse la interna referencia de lo por-poetizar a lo sagrado?


Das Wort / Die Bedeutung der Wörter”. Tomado de Zur philosophischen Aktualität Heideggers, Bd. 3, “Im Spiegel der Welt: Sprache, Übersetzung, Auseinandersetzung”, hsg. v. Dietrich Papenfuss u. Otto Pöggeler, Frankfurt/M: Klostermann, 1992, pp. 13-16. La nota aclaratoria proporcionada por Friedrich-Wilhelm von Herrmann (editor de las obras completas de Heidegger) indica que este breve manuscrito, hasta entonces inédito, está referido, mediante una inscripción en la portadilla (que lleva el título “La palabra”), a un texto escrito en 1944 bajo el título “Die Stege des Anfangs” (“Los senderos del inicio”). También en la portadilla, así como en la primera página del manuscrito (que lleva el título “La significación de las palabras”), está registrada la palabra “Ereignis”; por último, la portadilla enseña también la seña “vgl. Dichten und Denken — Inständigkeit” (“cf. poetizar y pensar — instancialidad”).

Traducción de Pablo Oyarzun Robles.
Edición electrónica de www.philosophia.cl/ Escuela de Filosofía Universidad ARCIS.
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Un recital histórico en Poesía de Miércoles. Por David Novoa. Armando Arteaga, José Briceño Berrú y Juan Félix Cortés

Los poetas eran José Briceño Berrú, Armando Arteaga y Juan Félix Cortés. El portón del Chaska lucía como una boca hambrienta por donde ingresaban los invitados. César Olivares, organizador, tiritaba nervioso: el local estaba lleno ¡y los bardos no llegaban! Brrr. Fríazo y la inquietud crecía como una rémora. La gente de Tume siempre falla, comentábamos, mientras los últimos asistentes arribaban en sus flamantes último modelo e ingresaban acompañados de suculentas anfitrionas. Nos referíamos a aquellas ocasiones en que los invitados piuranos de Jorge Tume se fueron de parranda y nunca aparecieron, y a aquella vez en que sus convocados simplemente ni asomaron las narices por nuestro evento. Pero bueno, a la tercera iría la vencida. Y, en definitiva, la vencida era real. Olivares restregaba eufóricamente los dedos sobre el celular, pero nadie respondía. Ni el mismo Tume que apareció -por fin- rozagante, recién bañadito y perfumado. Enterado de la crisis, se le fue el fulgor y se enfrascó en las llamadas que no recibían respuesta. De repente ya no vienen estos churres, guá, comentó al borde de la desesperanza.

Pero como Poesía de Miércoles es poética, como Poesía de Miércoles es el infame templo de lo prohibido, como Poesía de Miércoles es nuestro corralón libérrimo para a jugar a la belleza, decidimos hacer el recital con el público. A ver ¿qué poemarios tenemos? De Ricardo Virhuez, de Manuel Ibáñez Rossasa, de Danilo Sánchez Lihón y de José Watanabe. Ya, ponlos en la mesa. Vamos a hacer pasar al público de tres en tres para que lean un poema cada uno, el que elijan de los libros que tenemos aquí y salió el recital. Tahhh. ¡Somos lo máximo! ¡La Poesía nunca muere, carajo!

Dedicida la tónica de la noche los primeros en pasar al altar fuimos los tres organizadores: César Olivares, Jorge Tume y yo. Contenta la muchachada: ¡Por primera vez compartíamos la mesa que tanto tiempo les cedimos a nuestros invitados! Y como la Poesía es poética no me sorprendió encontrar un papel en el bolsillo con un texto del divino Eielson: Que todos somos poetas/ no cabe duda alguna/ y no sólo los humanos/ sino también el cocodrilo –señalé a Tume- las hormigas –señalé al público- y los monos –nos señalaron a Olivares y a mí-. Risas. ¡La Poesía existe! Lo corroboramos una vez más. Se cree que es la imaginación desenfrenada de los locos, pero no. Es la realidad vista desde el cristal de la belleza, inclusive sin cristal y sin belleza como sucedió esta noche mágica donde Eielson apareció –como un genio travieso- desde un bolsillo para retratarnos. Continuó en la lectura Jorge Tume y al llegar el turno de Olivares, precisamente cuando íbamos a inaugurar el primer evento en la historia de la literatura donde el público se haría solito su recital, aparecieron. Llegó la comisión plenipotenciaria del norte peruano: desde Milán, Italia, el destacado hombre de letras, José Briceño Berrú, natural de Chulucanas, y los célebres escritores sullaneros Armando Arteaga y Juan Félix Cortés. Vi al público: allí estaban la mamá de Beto Barriga que había ido por primera vez; doña Luz Romero, ex candidata a la Alcaldía de Trujillo; Ulises Loyola, crítico de arte; el pintor Óscar del Águila y a una vasta retafila de maravillosas almas que hubieran vivido la deliciosa experiencia de sentarse en el solio de los elegidos y leer las grandes verdades de la existencia. Pero no ocurriría esta vez. Para la próxima será. Asentimos en silencio.

Los escritores disculparon su tardanza –tuvieron un compromiso previo- y ahora estaban aquí para compartir lo suyo. Sin embargo, fue para bien. Presentaron el libro: Los límites del odio. Luego leyeron sus magníficos versos y finalmente sembraron las mesas de bosques de chelas que nos encargamos vertiginosamente de talar.

Conclusión de la noche: Se rompió la maldición de Tume –tarde, pero llegaron sus convocados- y para celebrar nuestro poderoso Director se ha lanzado ahora con una ambiciosa tarea cultural: Realizar la I Feria del Libro de Piura donde Poesía de Miércoles tendrá el lugar principal: Alcanzar el papel (con poemas de David Novoa) ¡en los servicios higiénicos!¡Qué viva la Poesía, carajoooo!

(Mejor dicho: que viva la Poesía, mierda)

FIN.

IMPORTANTE: El próximo MIÉRCOLES 21 de JULIO se perpetrará PERÚ DE MIÉRCOLES evento promovido con el Centro Peruano Americano EL CULTURAL. Habrá gratis BRINDIS CHELERO por fiestas patrias, testimonios poéticos, performance sonora de José Carlos Orrillo y su emsable musical y concierto de rock con Extraño Deseo. Con esta fiesta Poesía de Miércoles celebra su ininterrumpido medio año de recitales, conciertos, lecturas y locuras. ¡¡¡INVITADÍSIMOS!!!

Octavo lanzamiento internacional de Cascahuesos Editores: GEOMETRÍA MORAL de Luis Carlos Mussó

Continuando con nuestros lanzamientos internacionales, esta vez nos complacemos en anunciarles la publicación del libro Geometría moral del poeta guayaquileño Luis Carlos Mussó.

«Geometría moral no nos propone la resolución de una incógnita, sino al revés, su proliferación a través de la escritura misma: una indagación en la geometría de la realidad, cuando la realidad es el primero de los espejismos. El misterio del poema es el mismo que el de la creación del universo, y todo cuerpo está escrito en esa página en blanco —ese firmamento invertido—», nos dice el poeta chileno Héctor Hernández Montecinos con respecto a este libro.

Sobre el autor:
LUIS CARLOS MUSSÓ. Guayaquil - Ecuador, 1970. Estudió letras en la Universidad Católica Santiago de Guayaquil, e hizo una maestría en estudios de la cultura, mención literatura latinoamericana por la Universidad Andina Simón Bolívar. Ha publicado los poemarios El libro del sosiego (1997), Y el sol no es nombrado (2000), Propagación de la noche (2000), Tiniebla de esplendor (2006), Minimal hysteria (2008), Evohé (2008) y Cuadernos de Indiana (Nueva York, 2010). La Casa de la Cultura Ecuatoriana editó su antología personal, Las formas del círculo (2007). Su trabajo consta en varios libros colectivos, como Aldea Poética (Madrid, 1997), Tales from the center of the World (Jerusalén, 2005), 18 poetas latinoamericanos (Lima, 2006), Porque nuestro es el exilio (Quito, 2006), Esquirla doble (Guayaquil, 2008, con el poeta peruano Luis Fernando Chueca), Álbum de arena (Guayaquil, 2008), Manglar de voces (Guayaquil, 2008) y 13 poetas del Ecuador (Caracas, El perro y la rana, 2008); y también en revistas como Letras del Ecuador (Quito), Alhucema (Granada), Blanco Móvil (México, DF), Guaraguao (Barcelona), Zunái (São Paulo), Jícama (Bogotá), Pucará (Cuenca), Cuadernos Hispanoamericanos (Madrid), Casa de las Américas (La Habana) , Oxid (Berlín) y Nueva época (Veracruz).

Es Premio Nacional de Poesía Bienal de Cuenca (1999), Premio Nacional de Poesía César Dávila Andrade (2000), Premio Nacional de Poesía Jorge Carrera Andrade (2006), Premio Nacional de Literatura M. I. Municipalidad de Guayaquil (2008), finalista en el Premio Adonáis (Editorial Rialp, Madrid, 2000). Traducido al castellano, portugués, francés, inglés, catalán y hebreo. Participación en numerosos encuentros literarios con crítica y creación, dentro y fuera de su país. Escribe crónicas y comentario de libros para El Telégrafo, se dedica a la crítica y la cátedra (Universidad de Especialidades Espíritu Santo y Universidad Católica de Santiago de Guayaquil).

La gran presentación de este libro será en el marco de la XIV Feria Internacional del Libro de Lima, el día 31 de julio a las 20:15 horas.

*Imagen: Amaury Martínez.

sábado, 17 de julio de 2010

Novelistas latinoamericanos en Chiclayo. Claudia Apablaza, Ernesto Carlín, Miguel Chávez, Oliverio Coelho, Jorge Lage, Pedro Peña, Juan Ramírez


CLAUDIA APABLAZA. Chile, 1978. Estudió Psicología y Literatura en la Universidad de Chile y postgrado en Literatura Comparada en la Universidad Autónoma de Barcelona. Ha publicado el libro de relatos AUTOFORMATO (2006) y la novela DIARIO DE LAS ESPECIES (2008). Actualmente es profesora del Laboratorio de escritura y encargada de la colección de vanguardias latinoamericanas de Barataria editorial.

PEDRO PEÑA. Uruguay, 1975. Fundó la revista de culto La letra breve. Realizó estudios de Literatura en el Instituto de Profesores Artigas, egresando del mismo con el título de Profesor, cargo que hoy desempeña. En mayo de 2006 obtuvo el Primer Premio en el Concurso Nacional de Narrativa organizado por Ediciones de la Banda Oriental. Su libro de ciencia ficción, ELDOR, fue publicado ese año y recibió muy buena crítica. Cuentos suyos han obtenido importantes reconocimientos en su país natal, figurando en antologías de narradores jóvenes y siendo publicados en importantes suplementos culturales. A su vez ha publicado trabajos críticos y de ficción en algunos de los medios de prensa más importantes de Montevideo: El País Cultural y La Diaria. Todas las semanas escribe la contratapa del diario Primera Hora de San José.

JUAN RAMÍREZ BIEDERMANN. Paraguay, 1976. Es abogado, egresado de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Asunción Año 2000. Miembro del Sub-Comité de Comunicaciones de la SubComisión del Bicentenario de la República del Paraguay. Músico, integrante de SABAOTH y EYESIGHT, con cuatro álbumes editados en el extranjero y una trayectoria de casi 20 años en la escena del género. Ha realizado conferencias tanto en Paraguay como en el extranjero. Acaba de editar NOBIS en la Bibliothéque latino-américaine de Québec. Ha sido publicado en diversas antologías a nivel internacional y es ganador de varios premios literarios.

OLIVERIO COELHO. Argentina, 1977. Publicó las novelas TIERRA DE VIGILIA (2000), LOS INVERTEBRABLES (2003), BORNEO (2004), PROMESAS NATURALES (2006), IDA (2008), y el libro de cuentos PARTE DOMÉSTICO (2009). Realizó residencias para escritores en México y en Corea del Sur. Producto de esta última es JI-DO (2009), una antología de narrativa coreana contemporánea. Ha escrito artículos y críticas para los suplementos culturales de los diarios La Nación, El País, Clarín y Perfil. Actualmente escribe sobre novedades editoriales en la revista Inrockuptibles.

MIGUEL ANTONIO CHÁVEZ. Ecuador, 1979. Autor de CÍRCULO VICIOSO PARA PRINCIPIANTES (2005), de la obra teatral LA KRIPTONITA DEL SINAÍ (I Mención Premio Nacional de Dramaturgia (2009). Co-antologador de las compilaciones de cuento HISTORIAS BAJO EL ÁRBOL (2008) y AMIGAS DEL YETI (2009). Antologado en El futuro no es nuestro (2008), Poesía/Cuento 1998-2008 (2009), Asamblea portátil (2009) y 22 Escarabajos: antología hispánica del cuento Beatle (2009), entre otras. Miembro fundador del colectivo literario Buseta de papel. Finalista del Premio Juan Rulfo 2007 de Radio Francia Internacional.

JORGE ENRIQUE LAGE. Cuba, 1979. Licenciado en Bioquímica por la Universidad de La Habana. Desde el año 2004 trabaja en el Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso, como editor del sello Ediciones Cajachina y como redactor de la revista de narrativa El Cuentero. Entre 2005 y 2008 participa en los proyectos digitales “33 y 1/3” y “The revolution evening post”. Ha publicado los siguientes libros de cuentos: YO FUI UN ADOLESCENTE LADRÓN DE TUMBAS (2004), FRAGMENTOS ENCONTRADOS EN LA RAMPA (2004), LOS OJOS DE FUEGO VERDE (2005) y EL COLOR DE LA SANGRE DILUIDA (2008).

Heinrich Böll murió hace 25 años


Berlín. DPA

“No quiero tener una imagen ni ser una. Alemania no necesita preceptores... necesita ciudadanos críticos y atentos, que no necesariamente tienen que ser autores. Los autores también son ciudadanos que posiblemente se pueden expresar, nada más”. Así se expresaba Heinrich Böll, el principal escritor de la Alemania de la posguerra y Premio Nobel de Literatura.


Böll murió hace 25 años, el 16 de julio de 1985. Con sus expresiones intentaba desprenderse de la imagen de “conciencia de la Nación” en que lo erigió un país que se recuperaba de la guerra.

Con una prosa clara, el escritor leído por generaciones de estudiantes alemanes y muchísimos extranjeros describió como pocos el regreso de los alemanes del frente de batalla y los daños morales que causó a la sociedad el ‘Reino de los Mil Años’ proclamado por el dictador Adolf Hitler.

Escribió unos 60 cuentos y seis novelas únicamente en los primeros tres años de la posguerra. Supo desnudar la moralina pequeño burguesa y el materialismo al que se volcó la Alemania del “milagro económico” que sucedió a la derrota del nacionalsocialismo. De profunda fe católica, tampoco escatimó críticas para con la Iglesia como institución, representada en muchos personajes de sus novelas.

Fuente: El Comercio.

Los escritos de Kafka salen de las cajas fuertes

Zúrich. AFP

Los manuscritos y dibujos de Franz Kafka serán exhumados de las cajas fuertes del banco suizo UBS, en el marco de un litigio judicial que enfrenta a las herederas de esos documentos y las autoridades israelíes, indicó ayer la prensa helvética.


El lunes próximo se abrirán cuatro compartimientos de cajas fuertes del UBS en Zúrich donde se encuentran desde hace más de 50 años los manuscritos y dibujos del autor del proceso, fallecido de tuberculosis en 1924 en Austria, precisó el Neue Zurcher Zeitung.

UBS, contactado por la AFP, se negó a hacer comentarios, pues este banco no divulga informaciones “sobre la actividad de la clientela”, según un portavoz.

La apertura de las cajas fuertes en Zúrich tendrá lugar después de una operación similar en dos bancos de Tel Aviv, por orden de un tribunal israelí, destacó este periódico.

La profesora de Literatura Itta Shedletzky será la primera persona que tenga acceso a esos documentos y deberá hacer su inventario. Franz Kafka nació en 1883 en Praga, que en esa época se encontraba en el Imperio Austro-Húngaro, y dio instrucciones a su amigo Max Brod de que quemase su obra después de su muerte. Pero Max Brod no cumplió con su pedido y luego de emigrar a Tel Aviv en 1939 para escapar del nazismo publicó esos textos.

Luego legó la sucesión a su secretaria, Esther Hoffe, quien a su vez la legó a sus hijas. A la muerte de su madre, hace tres años, ellas quisieron que las autoridades israelíes confirmasen esta herencia. Actualmente, se desarrolla un proceso en Tel Aviv para establecer si las herederas pueden disponer libremente o no de esta sucesión.

La Biblioteca Nacional de Israel en Jerusalén aprovechó la ocasión para intentar, según su director Shmuel Har Noi, “recuperar los manuscritos de Kafka”.

La vida del autor:
- Franz Kafka es considerado como uno de los mejores escritores de la Literatura Universal.
- Fue autor de tres novelas (El proceso, El castillo y América), una novela corta (La metamorfosis) y un cierto número de parábolas y relatos breves.
- El escritor fue enterrado en Praga. Era de origen judío.

Fuente: El Comercio.

Teófilo Villacorta, Kawide, ganador del Premio Horacio Cuento: “No escribo pensando en el canon limeño”. Entrevista por Pedro Escribano

Teófilo Villacorta, Kawide, ganador del premio Horacio Cuento. Derrama Magisterial hoy entrega premios. Su libro ganador recrea personajes de la caleta Culebras.

Teófilo Villacorta, “Kawide”, es pintor, pero también hace tiempo se hizo a la mar del cuento y la poesía. Hasta ahora, sus mayores pescan en la mítica caleta de Culebras, en Huarmey, en donde vive afincado no pocos años.

Sus poemas, así como muchos de sus personajes de sus cuentos y novela, los ha recogido en esa bahía. Pero sus personajes no solo vienen del mar, sino también de la ola social que vive en la playa de la caleta y sus alrededores.
Precisamente, con cuentos nutridos de ese universo escribió el libro Volver al mar como en los sueños, que ha ganado el Premio Nacional Horacio de Cuento 2010, que promueve entre los maestros la Derrama Magisterial. Esta noche se realiza la ceremonia de premiación. Av. Gregorio Escobedo 598, Jesús María. 7 pm.

“Hay mucho de Culebras, además allí está mi vida, claro con cierta recreación y ese toque de ficción que, finalmente, caracterizan a mis cuentos”, dice el narrador.

La narrativa realista ha decantado al pescador como obrero de mar, ¿insistes en ese ángulo?
Como te digo, mi narrativa no es exactamente realista, aunque Niño de Guzmán, que ha sido miembro del jurado, habla de un neorrealismo en mi trabajo. Mis cuentos parten de la realidad, pero luego resultan siendo una ficción. Esto sucede también con los personajes donde algunos son reales y otros inventados.

Un peligro es el localismo, ¿cómo lo superas, si es que lo has superado?
En realidad, mi temática puede ser localista pero tiene ese toque universal con algunos hechos de trascendencia, además en ellos no solamente se refleja una caleta marginal de Áncash sino que pueden estar representadas muchas caletas del Perú o de cualquier lugar.

¿Qué temas desarrollas en tus cuentos?
Desarrollo temas de actividades pesqueras principalmente, pero dentro de ello abordo situaciones de carácter político y social como de explotación, de desencanto del hombre en su dura lucha por seguir adelante en sus faenas.

¿Escribes pensando en el canon limeño?
No creo en los cánones, solo sé que un escritor debe ser consciente de lo que escribe y debe hacerlo cada vez con mayor rigor.

En estos tiempos, ¿te parece falsa esa división de escritores de Lima y provincia?

Pero lamentablemente existe aún, eso es innegable, también es cierto que algunos tenemos la suerte de tener acceso al ambiente literario limeño. Finalmente hay un camino allanado para que esa división resulte siendo falsa.

Datos
El autor. Nació en Áncash, en 1966. Es profesor de arte.
Premios/libros. Segundo Premio Nacional Horacio de Novela corta 2009. Libros: De color rojo (cuento), Marea de sombras azules (poesía) y El mar en los ojos de la niña Buenaventura (novela).

Fuente: La República.

Publican cartas entre Ginsberg y Kerouac

Kerouac, Ginsberg y Corso.

Misivas revelan la amistad cómplice de los animadores de la generación beat. Libro publicado en inglés, lleva el título Jack Kerouac and Allen Ginsberg: The Letters.

Editado de La Tercera
La escribió en tres semanas, pero publicarla sería toda una hazaña. Antes de ver impresa su novela En el camino (1957), Jack Kerouac tuvo que soportar rechazos de editoriales durante siete años. Iba a detonar el estallido de la generación beat, pero incluso sus más cercanos dudaron de la novela. “No veo cómo pudiera ser publicada, es demasiado personal, está llena de lenguaje sexual y tiene tantas referencias a nuestra mitología”, le soltó Allen Ginsberg en 1952, quien por esos días paradojalmente había asumido la tarea de encontrar un editor para la novela.

Amistad y creación
La honestidad de Ginsberg hizo tambalear su amistad con Kerouac, pero estuvo lejos de derrumbarla: primero como anónimos aspirantes a escritores y luego como leyendas vivientes, mantuvieron una intensa relación por 25 años. La prueba acaba de ser publicada: el libro Jack Kerouac and Allen Ginsberg: The Letters recoge la correspondencia entre ambos desde 1944 hasta 1969. Son 180 cartas.

Aunque para el autor de Los subterráneos iban a ser otra cosa: “Algún día las cartas de Ginsberg y Kerouac harán llorar a los americanos”, le escribió a Lawrence Ferlinghetti.

Amigos desde 1943, cuando se conocieron en Nueva York, Ginsberg y Kerouac tuvieron desacuerdos, se alejaron, pero siempre hicieron las pases. Luego de haber dudado de En el camino, Ginsberg tuvo que reconocer que le había copiado su sistema de escritura: “Te robé”, le informó en una carta de 1955, donde decía que había escrito un poema muy personal, plagado de sexo y referencias privadas: “El aullido”.

Seis años antes, cuando todavía iba por la carretera con Neal Cassidy, Kerouac le adelantaba el proyecto de En el camino: “Quiero escribir sobre nuestra loca generación y ponerla en el mapa y darle importancia y hacer que todo cambie”. Antes de lograrlo, él mismo cambiaría radicalmente: “No quiero hacer nada nunca más, nada de escritura, nada de sexo, nada, pretendo abandonar toda la maldad rebosante de la vida”, le informaba a Ginsberg en 1954, cuando se convertía al budismo. Exageraba.

En 1956, Ginsberg le contaba que había enviado copias de “El aullido” a T.S. Eliot, Ezra Pound y William Faulkner. “También les escribí de ti”, le decía. No sabía que su amigo aborrecería la fama. Después del éxito que obtuvo En el camino, Kerouac le diría a Ginsberg: “Este edulcorado estiércol me está matando. Tengo que escapar o morir”. Y añadía: “No quiero hablar ni ver a nadie”.

A Ginsberg, en cambio, le sentaba bien la fama. Le gustaba ser un ícono de la contracultura americana. Después de años deprimido, en 1963 le escribía a Kerouac: “Todo está bien ahora. Me limpié con ‘El aullido’”. Jack, en cambio, detestaba todo lo que habían producido los beat: “Nuestras mentes han sido completamente arrasadas”, le decía. Iban en caminos opuestos. Hablaban lenguajes diferentes. Se alejaban. “¿Me amarás alguna vez?”, le preguntaría Ginsberg en una de las últimas cartas. Kerouac ya no respondería.

Fuente: La República.

Presentación de revistas organizado por Pohemia Lux. Remolinos, Poetas del Asfalto, Letra Suelta Cultural, Nosoesía y Letra en Llamas













martes, 13 de julio de 2010

Este 30 de julio en Chiclayo: Concierto FIESTA al ritmo de música y danza con LLAMPALLEC

Amigos:
Los invitamos a nuestro Concierto FIESTA
al ritmo de música y danza con LLAMPALLEC.


Agradeceremos tu asistencia y difusión.

¡Te esperamos!

Rosario Olivera
Presidenta Llampallec
Chiclayo - Perú
www.llampallec.com

56 videos-Youtube
Buscar en: tapllampallec

lunes, 12 de julio de 2010

Recordando a Saramago. De cómo los personajes se convirtieron en maestros y el autor en su aprendiz. Discurso de aceptación del Premio Nobel 1998

El hombre más sabio que he conocido en toda mi vida no sabía leer ni escribir. A las cuatro de la madrugada, cuando la promesa de un nuevo día aún venía por tierras de Francia, se levantaba del catre y salía al campo, llevando hasta el pasto la media docena de cerdas de cuya fertilidad se alimentaban él y la mujer. Vivían de esta escasez mis abuelos maternos, de la pequeña cría de cerdos que después del desmame eran vendidos a los vecinos de nuestra aldea de Azinhaga, en la provincia del Ribatejo. Se llamaban Jerónimo Melrinho y Josefa Caixinha esos abuelos, y eran analfabetos uno y otro. En el invierno, cuando el frío de la noche apretaba hasta el punto de que el agua de los cántaros se helaba dentro de la casa, recogían de las pocilgas a los lechones más débiles y se los llevaban a la cama. Debajo de las mantas ásperas, el calor de los humanos libraba a los animalillos de una muerte cierta. Aunque fuera gente de buen carácter, no era por primores de alma compasiva por lo que los dos viejos procedían así: lo que les preocupaba, sin sentimentalismos ni retóricas, era proteger su pan de cada día, con la naturalidad de quien, para mantener la vida, no aprendió a pensar mucho más de lo que es indispensable. Ayudé muchas veces a éste mi abuelo Jerónimo en sus andanzas de pastor, cavé muchas veces la tierra del huerto anejo a la casa y corté leña para la lumbre, muchas veces, dando vueltas y vueltas a la gran rueda de hierro que accionaba la bomba, hice subir agua del pozo comunitario y la transporté al hombro, muchas veces, a escondidas de los guardas de las cosechas, fui con mi abuela, también de madrugada, pertrechados de rastrillo, paño y cuerda, a recoger en los rastrojos la paja suelta que después habría de servir para lecho del ganado. Y algunas veces, en noches calientes de verano, después de la cena, mi abuelo me decía: "José, hoy vamos a dormir los dos debajo de la higuera". Había otras dos higueras, pero aquélla, ciertamente por ser la mayor, por ser la más antigua, por ser la de siempre, era, para todas las personas de la casa, la higuera. Más o menos por antonomasia, palabra erudita que sólo muchos años después acabaría conociendo y sabiendo lo que significaba. En medio de la paz nocturna, entre las ramas altas del árbol, una estrella se me aparecía, y después, lentamente, se escondía detrás de una hoja, y, mirando en otra dirección, tal como un río corriendo en silencio por el cielo cóncavo, surgía la claridad traslúcida de la Vía Láctea, el camino de Santiago, como todavía le llamábamos en la aldea. Mientras el sueño llegaba, la noche se poblaba con las historias y los sucesos que mi abuelo iba contando: leyendas, apariciones, asombros, episodios singulares, muertes antiguas, escaramuzas de palo y piedra, palabras de antepasados, un incansable rumor de memorias que me mantenía despierto, al mismo que suavemente me acunaba. Nunca supe si él se callaba cuando descubría que me había dormido, o si seguía hablando para no dejar a medias la respuesta a la pregunta que invariablemente le hacía en las pausas más demoradas que él, calculadamente, introducía en el relato: "¿Y después?" Tal vez repitiese las historias para sí mismo, quizá para no olvidarlas, quizá para enriquecerlas con peripecias nuevas. En aquella edad mía y en aquel tiempo de todos nosotros, no será necesario decir que yo imaginaba que mi abuelo Jerónimo era señor de toda la ciencia del mundo. Cuando, con la primera luz de la mañana, el canto de los pájaros me despertaba, él ya no estaba allí, se había ido al campo con sus animales, dejándome dormir. Entonces me levantaba, doblaba la manta, y, descalzo (en la aldea anduve siempre descalzo hasta los catorce años), todavía con pajas enredadas en el pelo, pasaba de la parte cultivada del huerto a la otra, donde se encontraban las pocilgas, al lado de la casa. Mi abuela, ya en pie desde antes que mi abuelo, me ponía delante un tazón de café con trozos de pan y me preguntaba si había dormido bien. Si le contaba algún mal sueño nacido de las historias del abuelo, ella siempre me tranquilizaba: "No hagas caso, en sueños no hay firmeza". Pensaba entonces que mi abuela, aunque también fuese una mujer muy sabia, no alcanzaba las alturas de mi abuelo, ése que, tumbado debajo de la higuera, con el nieto José al lado, era capaz de poner el universo en movimiento apenas con dos palabras. Muchos años después, cuando mi abuelo ya se había ido de este mundo y yo era un hombre hecho, llegué a comprender que la abuela, también ella, creía en los sueños. Otra cosa no podría significar que, estando sentada una noche, ante la puerta de su pobre casa, donde entonces vivía sola, mirando las estrellas mayores y menores de encima de su cabeza, hubiese dicho estas palabras: "El mundo es tan bonito y yo tengo tanta pena de morir". No dijo miedo de morir, dijo pena de morir, como si la vida de pesadilla y continuo trabajo que había sido la suya, en aquel momento casi final, estuviese recibiendo la gracia de una suprema y última despedida, el consuelo de la belleza revelada. Estaba sentada a la puerta de una casa, como no creo que haya habido alguna otra en el mundo, porque en ella vivió gente capaz de dormir con cerdos como si fuesen sus propios hijos, gente que tenía pena de irse de la vida sólo porque el mundo era bonito, gente, y ése fue mi abuelo Jerónimo, pastor y contador de historias, que, al presentir que la muerte venía a buscarlo, se despidió de los árboles de su huerto uno por uno, abrazándolos y llorando porque sabía que no los volvería a ver.

Muchos años después, escribiendo por primera vez sobre éste mi abuelo Jerónimo y ésta mi abuela Josefa (me ha faltado decir que ella había sido, según cuantos la conocieron de joven, de una belleza inusual), tuve conciencia de que estaba transformando las personas comunes que habían sido en personajes literarios y que ésa era, probablemente, la manera de no olvidarlos, dibujando y volviendo a dibujar sus rostros con el lápiz siempre cambiante del recuerdo, coloreando e iluminando la monotonía de un cotidiano opaco y sin horizontes, como quien va recreando sobre el inestable mapa de la memoria, la irrealidad sobrenatural del país en que decidió pasar a vivir. La misma actitud de espíritu que, después de haber evocado la fascinante y enigmática figura de un cierto bisabuelo berebere, me llevaría a describir más o menos en estos términos un viejo retrato (hoy ya con casi ochenta años) donde mis padres aparecen. "Están los dos de pie, bellos y jóvenes, de frente ante el fotógrafo, mostrando en el rostro una expresión de solemne gravedad que es tal vez temor delante de la cámara, en el instante en que el objetivo va a fijar de uno y del otro la imagen que nunca más volverán a tener, porque el día siguiente será implacablemente otro día. Mi madre apoya el codo derecho en una alta columna y sostiene en la mano izquierda, caída a lo largo del cuerpo, una flor. Mi padre pasa el brazo por la espalda de mi madre y su mano callosa aparece sobre el hombro de ella como un ala. Ambos pisan tímidos una alfombra floreada. La tela que sirve de fondo postizo al retrato muestra unas difusas e incongruentes arquitecturas neoclásicas". Y terminaba: "Tendría que llegar el día en que contaría estas cosas. Nada de esto tiene importancia a no ser para mí. Un abuelo berebere, llegando del norte de África, otro abuelo pastor de cerdos, una abuela maravillosamente bella, unos padres graves y hermosos, una flor en un retrato ¿qué otra genealogía puede importarme? ¿en qué mejor árbol me apoyaría?"

Escribí estas palabras hace casi treinta años sin otra intención que no fuese reconstituir y registrar instantes de la vida de las personas que me engendraron y que estuvieron más cerca de mí, pensando que no necesitaría explicar nada más para que se supiese de dónde vengo y de qué materiales se hizo la persona que comencé siendo y ésta en que poco a poco me he convertido. Ahora descubro que estaba equivocado, la biología no determina todo y en cuanto a la genética, muy misteriosos habrán sido sus caminos para haber dado una vuelta tan larga. A mi árbol genealógico (perdóneseme la presunción de designarlo así, siendo tan menguada la sustancia de su savia) no le faltaban sólo algunas de aquellas ramas que el tiempo y los sucesivos encuentros de la vida van desgajando del tronco central. También le faltaba quien ayudase a sus raíces a penetrar hasta las capas subterráneas más profundas, quien apurase la consistencia y el sabor de sus frutos, quien ampliase y robusteciese su copa para hacer de ella abrigo de aves migratorias y amparo de nidos. Al pintar a mis padres y a mis abuelos con tintas de literatura, transformándolos de las simples personas de carne y hueso que habían sido, en personajes nuevamente y de otro modo constructores de mi vida, estaba, sin darme cuenta, trazando el camino por donde los personajes que habría de inventar, los otros, los efectivamente literarios, fabricarían y traerían los materiales y las herramientas que, finalmente, en lo bueno y en lo menos bueno, en lo bastante y en lo insuficiente, en lo ganado y en lo perdido, en aquello que es defecto pero también en aquello que es exceso, acabarían haciendo de mí la persona en que hoy me reconozco: creador de esos personajes y al mismo tiempo criatura de ellos. En cierto sentido se podría decir que, letra a letra, palabra a palabra, página a página, libro a libro, he venido, sucesivamente, implantando en el hombre que fui los personajes que creé. Considero que sin ellos no sería la persona que hoy soy, sin ellos tal vez mi vida no hubiese logrado ser más que un esbozo impreciso, una promesa como tantas otras que de promesa no consiguieron pasar, la existencia de alguien que tal vez pudiese haber sido y no llegó a ser.

Ahora soy capaz de ver con claridad quiénes fueron mis maestros de vida, los que más intensamente me enseñaron el duro oficio de vivir, esas decenas de personajes de novela y de teatro que en este momento veo desfilar ante mis ojos, esos hombres y esas mujeres, hechos de papel y de tinta, esa gente que yo creía que iba guiando de acuerdo con mis conveniencias de narrador y obedeciendo a mi voluntad de autor, como títeres articulados cuyas acciones no pudiesen tener más efecto en mí que el peso soportado y la tensión de los hilos con que los movía. De esos maestros el primero fue, sin duda, un mediocre pintor de retratos que designé simplemente por la letra H., protagonista de una historia a la que creo razonable llamar de doble iniciación (la de él, pero también, de algún modo, la del autor del libro, protagonista de una historia titulada "Manual de pintura y caligrafía", que me enseñó la honradez elemental de reconocer y acatar, sin resentimientos ni frustraciones, sus propios límites: sin poder ni ambicionar aventurarme más allá de mi pequeño terreno de cultivo, me quedaba la posibilidad de cavar hacia el fondo, hacia abajo, hacia las raíces. Las mías, pero también las del mundo, si podía permitirme una ambición tan desmedida. No me compete a mí, claro está, evaluar el mérito del resultado de los esfuerzos realizados, pero creo que es hoy patente que todo mi trabajo, de ahí para adelante, obedeció a ese propósito y a ese principio.

Vinieron después los hombres y las mujeres del Alentejo, aquella misma hermandad de condenados de la tierra a que pertenecieron mi abuelo Jerónimo y mi abuela Josefa, campesinos rudos obligados a alquilar la fuerza de los brazos a cambio de un salario y de condiciones de trabajo que sólo merecerían el nombre de infames. Cobrando por menos que nada una vida a la que los seres cultos y civilizados que nos preciamos de ser llamamos, según las ocasiones, preciosa, sagrada y sublime. Gente popular que conocí, engañada por una Iglesia tan cómplice como beneficiaria del poder del Estado y de los terratenientes latifundistas, gente permanentemente vigilada por la policía, gente, cuántas y cuántas veces, víctima inocente de las arbitrariedades de una justicia falsa. Tres generaciones de una familia de campesinos, los Mal-Tiempo, desde el comienzo del siglo hasta la Revolución de Abril de 1974 que derrumbó la dictadura, pasan por esa novela a la que di el título de Alzado del suelo y fue con tales hombres y mujeres del suelo levantados, personas reales primero, figuras de ficción después, con las que aprendí a ser paciente, a confiar y a entregarme al tiempo, a ese tiempo que simultáneamente nos va construyendo y destruyendo para de nuevo construirnos y otra vez destruirnos. No tengo la seguridad de haber asimilado de manera satisfactoria aquello que la dureza de las experiencias tornó virtud en esas mujeres y en esos hombres: una actitud naturalmente estoica ante la vida. Teniendo en cuenta, sin embargo, que la lección recibida, pasados más de veinte años, permanece intacta en mi memoria, que todos los días la siento presente en mi espíritu como una insistente convocatoria, no he perdido, hasta ahora, la esperanza de llegar a ser un poco más merecedor de la grandeza de los ejemplos de dignidad que me fueron propuestos en la inmensidad de las planicies del Alentejo. El tiempo lo dirá.

¿Qué otras lecciones podría yo recibir de un portugués que vivió en el siglo XVI, que compuso las "Rimas" y las glorias, los naufragios y los desencantos patrios de Os Lusíadas, que fue un genio poético absoluto, el mayor de nuestra literatura, por mucho que eso pese a Fernando Pessoa, que a sí mismo se proclamó como el Súper-Camoens de ella? Ninguna lección a mi alcance, ninguna lección que yo fuese capaz de aprender salvo la más simple que me podría ser ofrecida por el hombre Luis Vaz de Camoens en su más profunda humanidad, por ejemplo, la humildad orgullosa de un autor que va llamando a todas las puertas en busca de quien esté dispuesto a publicar el libro que escribió, sufriendo por eso el desprecio de los ignorantes de sangre y de casta, la indiferencia desdeñosa de un rey y de su compañía de poderosos, el escarnio con que desde siempre el mundo ha recibido la visita de los poetas, de los visionarios y de los locos. Al menos una vez en la vida, todos los autores tuvieron o tendrán que ser Luis de Camoens, aunque no escriban las redondillas de Sôbolos rios. Entre hidalgos de la corte y censores del Santo Oficio, entre los amores de antaño y las desilusiones de la vejez prematura, entre el dolor de escribir y la alegría de haber escrito, fue a este hombre enfermo que regresa pobre de la India, adonde muchos sólo iban para enriquecerse, fue a este soldado ciego de un ojo y golpeado en el alma, fue a este seductor sin fortuna que no volverá nunca más a perturbar los sentidos de las damas de palacio, a quien yo puse a vivir en el teatro en el escenario de la pieza de teatro llamada Que farei con este livro? (¿Qué haré con este libro?), en cuyo final resuena otra pregunta, aquélla que importa verdaderamente, aquélla que nunca sabremos si alguna vez llegará a tener respuesta suficiente: "¿Qué harás con este libro?". Humildad orgullosa fue ésa de llevar debajo del brazo una obra maestra y verse injustamente rechazado por el mundo. Humildad orgullosa también, y obstinada, esta de querer saber para qué servirán mañana los libros que vamos escribiendo hoy, y luego dudar que consigan perdurar largamente (¿hasta cuándo?) las razones tranquilizadoras que quizá nos estén siendo dadas o que estamos dándonos a nosotros mismos. Nadie se engaña mejor que cuando consiente que lo engañen otros.

Se aproxima ahora un hombre que dejó la mano izquierda en la guerra y una mujer que vino al mundo con el misterioso poder de ver lo que hay detrás de la piel de las personas. Él se llama Baltasar Mateus y tiene el apodo de Siete-Soles, a ella la conocen por Bilmunda, y también por el apodo de Siete-Lunas que le fue añadido después porque está escrito que donde haya un sol habrá una luna y que sólo la presencia conjunta de uno y otro tornará habitable, por el amor, la tierra. Se aproxima también un padre jesuita llamado Bartolmeu que inventó una máquina capaz de subir al cielo y volar sin otro combustible que no sea la voluntad humana, ésa que según se viene diciendo, todo lo puede, aunque no pudo, o no supo, o no quiso, hasta hoy, ser el sol y la luna de la simple bondad o del todavía más simple respeto. Son tres locos portugueses del siglo XVIII en un tiempo y en un país donde florecieron las supersticiones y las hogueras de la Inquisición, donde la vanidad y la megalomanía de un rey hicieron levantar un convento, un palacio y una basílica que asombrarían al mundo exterior, en el caso poco probable de que ese mundo tuviera ojos bastantes para ver a Portugal, tal como sabemos que los tenía Bilmunda para ver lo que escondido estaba. Y también se aproxima una multitud de millares y millares de hombres con las manos sucias y callosas, con el cuerpo exhausto de haber levantado, durante años sin fin, piedra a piedra, los muros implacables del convento, las alas enormes del palacio, las columnas y las pilastras, los aéreos campanarios, la cúpula de la basílica suspendida sobre el vacío. Los sonidos que estamos oyendo son del clavicornio del Doménico Scarlatti, que no sabe si debe reír o llorar. Esta es la historia del Memorial del convento, un libro en que el aprendiz de autor, gracias a lo que le venía siendo enseñado desde el antiguo tiempo de sus abuelos Jerónimo y Josefa, consiguió escribir palabras como éstas, donde no está ausente alguna poesía: "Además de la conversación de las mujeres son los sueños los que sostienen al mundo en su órbita. Pero son también los sueños los que le hacen una corona de lunas, por eso el cielo es el resplandor que hay dentro de la cabeza de los hombres si no es la cabeza de los hombres el propio y único cielo". Que así sea.

De las lecciones de poesía, sabía ya alguna cosa el adolescente, aprendidas en sus libros de texto cuando, en una escuela de enseñanza profesional de Lisboa, andaba preparándose para el oficio que ejerció en el comienzo de su vida de trabajo: el de mecánico cerrajero. Tuvo también buenos maestros del arte poético en las largas horas nocturnas que pasó en bibliotecas públicas, leyendo al azar de encuentros y de catálogos, sin orientación, sin alguien que le aconsejase, con el mismo asombro creador del navegante que va inventando cada lugar que descubre. Pero fue en la biblioteca de la escuela industrial donde El año de la muerte de Ricardo Reis comenzó a ser escrito. Allí encontró un día el joven aprendiz de cerrajero (tendría entonces 17 años) una revista -Atena era el título- en que había poemas firmados con aquel nombre y, naturalmente, siendo tan mal conocedor de la cartografía literaria de su país, pensó que existía en Portugal un poeta que se llamaba así: Ricardo Reis. No tardó mucho tiempo en saber que el poeta propiamente dicho había sido un tal Fernando Nogueira Pessoa que firmaba poemas con nombres de poetas inexistentes nacidos en su cabeza y a quien llamaba heterónimos, palabra que no constaba en los diccionarios de la época, por eso costó tanto trabajo al aprendiz de las letras saber lo que ella significaba. Aprendió de memoria muchos poemas de Ricardo Reis ("Para ser grande sê inteiro/Põe quanto és no mínimo que fazes"), pero no podía resignarse, a pesar de tan joven e ignorante, a que un espíritu superior hubiese podido concebir, sin remordimiento, este verso cruel: "Sábio é o que se contenta com o espectáculo do mundo". Mucho, mucho tiempo después, el aprendiz de escritor ya con el pelo blanco y un poco más sabio de sus propias sabidurías se atrevió a escribir una novela para mostrar al poeta de las "Odas" algo de lo que era el espectáculo del mundo en ese año de 1936 en que lo puso a vivir sus últimos días: la ocupación de la Renania por el Ejército nazi, la guerra de Franco contra la República española, la creación por Salazar de las milicias fascistas portuguesas. Fue como si estuviese diciéndole: "He ahí el espectáculo del mundo, mi poeta de las amarguras serenas y del escepticismo elegante. Disfruta, goza, contempla, ya que estar sentado es tu sabiduría".

El año de la muerte de Ricardo Reis terminaba con unas palabras melancólicas: "Aquí donde el mar acabó y la tierra espera". Por tanto no habría más descubrimientos para Portugal, sólo como destino una espera infinita de futuros ni siquiera imaginables: el fado de costumbre, la saudade de siempre y poco más. Entonces el aprendiz imaginó que tal vez hubiese una manera de volver a lanzar los barcos al agua, por ejemplo mover la propia tierra y ponerla a navegar mar adentro. Fruto inmediato del resentimiento colectivo portugués por los desdenes históricos de Europa (sería más exacto decir fruto de mi resentimiento personal), la novela que entonces escribí -La balsa de piedra- separó del continente europeo a toda la Península Ibérica, transformándola en una gran isla fluctuante, moviéndose sin remos ni velas, ni hélices, en dirección al Sur del mundo, "masa de piedra y tierra cubierta de ciudades, aldeas, ríos, bosques, fábricas, bosques bravíos, campos cultivados, con su gente y sus animales", camino de una utopía nueva: el encuentro cultural de los pueblos peninsulares con los pueblos del otro lado del Atlántico, desafiando así, a tanto se atrevió mi estrategia, el dominio sofocante que los Estados Unidos de la América del Norte vienen ejerciendo en aquellos parajes. Una visión dos veces utópica entendería esta ficción política como una metáfora mucho más generosa y humana: que Europa, toda ella, deberá trasladarse hacia el Sur a fin de, en descuento de sus abusos coloniales antiguos y modernos, ayudar a equilibrar el mundo. Es decir Europa finalmente como ética. Los personajes de La balsa de piedra -dos mujeres, tres hombres y un perro- viajan incansablemente a través de la Península mientras ella va surcando el océano. El mundo está cambiando y ellos saben que deben buscar en sí mismos las personas nuevas en que se convertirán (sin olvidar al perro que no es un perro como los otros). Eso les basta.

Se acordó entonces el aprendiz que en tiempos de su vida había hecho algunas revisiones de pruebas de libros y que si en La balsa de piedra hizo, por decirlo así, revisión del futuro, no estaría mal que revisara ahora el pasado inventando una novela que se llamaría História do Cerco de Lisboa, en la que un revisor trabajando un libro del mismo título, aunque de historia, y cansado de ver cómo la citada historia cada vez es menos capaz de sorprender, decidió poner en lugar de un "sí" un "no", subvirtiendo la autoridad de las "verdades históricas". Raimundo Silva, así se llamaba el revisor, es un hombre simple, vulgar, que sólo se distingue de la mayoría por creer que todas las cosas tienen su lado visible y su lado invisible y que no sabremos nada de ellas, mientras no les hayamos dado la vuelta completa. De eso precisamente trata una conversación que tiene con el historiador. Así: "Le recuerdo que los revisores ya vieron mucho de literatura y vida. Mi libro, se lo recuerdo, es de historia. No es propósito mío apuntar otras contradicciones, profesor, en mi opinión todo cuanto no sea vida es literatura. La historia también. La historia sobre todo, sin querer ofender. Y la pintura, y la música. La música va resistiéndose desde que nació, unas veces va y otras viene, quiere librarse de la palabra, supongo que por envidia, pero regresa siempre a la obediencia. Y la pintura, mire, la pintura no es más que literatura hecha con pinceles. Espero que no se haya olvidado de que la humanidad comenzó pintando mucho antes de saber escribir. Conoce el refrán, si no tienes perro caza con el gato, o dicho de otra manera, quien no puede escribir, pinta, o dibuja, es lo que hacen los niños. Lo que usted quiere decir, con otras palabras, es que la literatura ya existía antes de haber nacido, sí señor, como el hombre, con otras palabras, antes de serlo ya lo era. Me parece que usted equivocó la vocación, debería ser historiador. Me falta preparación, profesor, qué puede un simple hombre hacer sin preparación, mucha suerte he tenido viniendo al mundo con la genética organizada, pero, por decirlo así, en estado bruto, y después sin más pulimento que las primeras letras que se quedaron como únicas. Podía presentarse como autodidacta producto de su digno esfuerzo, no es ninguna vergüenza, antiguamente la sociedad estaba orgullosa de sus autodidactas. Eso se acabó, vino el desarrollo y se acabó, los autodidactas son vistos con malos ojos, sólo los que escriben versos o historias para distraer están autorizados a ser autodidactas, pero yo para la creación literaria no tengo habilidad. Entonces métase a filósofo. Usted es un humorista, cultiva la ironía, me pregunto cómo se dedicó a la historia, siendo ella tan grave y profunda ciencia. Soy irónico sólo en la vida real. Ya me parecía a mí que la historia no es la vida real, literatura sí, y nada más. Pero la historia fue vida real en el tiempo en que todavía no se le podía llamar historia. Entonces usted cree, profesor, que la historia es la vida real. Lo creo, sí. Que la historia fue vida real, quiero decir. No tengo la menor duda. Qué sería de nosotros si el deleatur que todo lo borra no existiese, suspiró el revisor". Escusado será añadir que el aprendiz aprendió con Raimundo Silva la lección de la duda. Ya era hora.

Fue probablemente este aprendizaje de la duda el que le llevó, dos años más tarde, a escribir El Evangelio según Jesucristo. Es cierto, y él lo ha dicho, que las palabras del título le surgieron por efecto de una ilusión óptica, pero es legítimo que nos interroguemos si no habría sido el sereno ejemplo del revisor el que, en ese tiempo, le anduvo preparando el terreno de donde habría de brotar la nueva novela. Esta vez no se trataba de mirar por detrás de las páginas del Nuevo Testamento a la búsqueda de contradicciones, sino de iluminar con una luz rasante la superficie de esas páginas, como se hace con una pintura para resaltarle los relieves, las señales de paso, la oscuridad de las depresiones. Fue así como el aprendiz, ahora rodeado de personajes evangélicos, leyó, como si fuese la primera vez, la descripción de la matanza de los Inocentes y, habiendo leído, no comprendió. No comprendió que pudiese haber mártires de una religión que aún tendría que esperar treinta años para que su fundador pronunciase la primera palabra de ella, no comprendió que no hubiese salvado la vida de los niños de Belén precisamente la única persona que lo podría haber hecho, no comprendió la ausencia, en José, de un sentimiento mínimo de responsabilidad, de remordimiento, de culpa o siquiera de curiosidad, después de volver de Egipto con su familia. Ni se podrá argumentar en defensa de la causa que fue necesario que los niños de Belén murieran para que pudiese salvarse la vida de Jesús: El simple sentido común, que a todas las cosas, tanto a las humanas como a las divinas, debería presidir, está ahí para recordarnos que Dios no enviaría a su hijo a la Tierra con el encargo de redimir los pecados de la humanidad, para que muriera a los dos años de edad degollado por un soldado de Herodes. En ese Evangelio escrito por el aprendiz con el respeto que merecen los grandes dramas, José será consciente de su culpa, aceptará el remordimiento en castigo de la falta que cometió y se dejará conducir a la muerte casi sin resistencia, como si eso le faltase todavía para liquidar sus cuenta con el mundo. El Evangelio del aprendiz no es, por tanto, una leyenda edificante más de bienaventurados y de dioses, sino la historia de unos cuantos seres humanos sujetos a un poder contra el cual luchan, pero al que no pueden vencer. Jesús, que heredará las sandalias con las que su padre había pisado el polvo de los caminos de la tierra, también heredará de él el sentimiento trágico de la responsabilidad y de ella la culpa que nunca lo abandonará, incluso cuando levante la voz desde lo alto de la cruz: "Hombres, perdónenlo, porque él no sabe lo que hizo", refiriéndose al Dios que lo llevó hasta allí, aunque quien sabe si recordando todavía, en esa última agonía, a su padre auténtico, aquel que en la carne y en la sangre, humanamente, lo engendró. Como se ve, el aprendiz ya había hecho un largo viaje cuando en el herético evangelio escribió las últimas palabras del diálogo en el templo entre Jesús y el escriba: "La culpa es un lobo que se come al hijo después de haber devorado al padre, dijo el escriba, Ese lobo de que hablas ya se ha comido a mi padre, dijo Jesús, Entonces sólo falta que te devore a ti, Y tú, en tu vida, fuiste comido, o devorado, No sólo comido y devorado, también vomitado, respondió el escriba".

Si el emperador Carlomagno no hubiese establecido en el norte de Alemania un monasterio, si ese monasterio no hubiese dado origen a la ciudad de Münster, si Münster no hubiese querido celebrar los 1200 años de su fundación con una ópera sobre la pavorosa guerra que enfrentó en el siglo XVI a protestantes anabaptistas y católicos, el aprendiz no habría escrito la pieza de teatro que tituló In Nomine Dei. Una vez más, sin otro auxilio que la pequeña luz de su razón, el aprendiz tuvo que penetrar en el oscuro laberinto de las creencias religiosas, ésas que con tanta facilidad llevan a los seres humanos a matar y a dejarse matar. Y lo que vio fue nuevamente la máscara horrenda de la intolerancia, una intolerancia que en Münster alcanzó el paroxismo demencial, una intolerancia que insultaba la propia causa que ambas partes proclamaban defender. Porque no se trataba de una guerra en nombre de dos dioses enemigos sino de una guerra en nombre de un mismo dios. Ciegos por sus propias creencias, los anabaptistas y los católicos de Münster no fueron capaces de comprender la más clara de todas las evidencias: en el día del Juicio Final, cuando unos y otros se presenten a recibir el premio o el castigo que merecieron sus acciones en la tierra, Dios, si en sus decisiones se rige por algo parecido a la lógica humana, tendrá que recibir en el paraíso tanto a unos como a otros, por la simple razón de que unos y otros en Él creían. La terrible carnicería de Münster enseñó al aprendiz que al contrario de lo que prometieron las religiones nunca sirvieron para aproximar a los hombres y que la más absurda de todas las guerras es una guerra religiosa, teniendo en consideración que Dios no puede, aunque lo quisiese, declararse la guerra a sí mismo...

Ciegos. El aprendiz pensó "Estamos ciegos", y se sentó a escribir el Ensayo sobre la ceguera para recordar a quien lo leyera que usamos perversamente la razón cuando humillamos la vida, que la dignidad del ser humano es insultada todos los días por los poderosos de nuestro mundo, que la mentira universal ocupó el lugar de las verdades plurales, que el hombre dejó de respetarse a sí mismo cuando perdió el respeto que debía a su semejante. Después el aprendiz, como si intentara exorcizar a los monstruos engendrados por la ceguera de la razón, se puso a escribir la más simple de todas las historias: Una persona que busca a otra persona sólo porque ha comprendido que la vida no tiene nada más importante que pedir a un ser humano. El libro se llama Todos los nombres. No escritos, todos nuestros nombres están allí. Los nombres de los vivos y los nombres de los muertos.

Termino. La voz que leyó estas páginas quiso ser el eco de las voces conjuntas de mis personajes. No tengo, pensándolo bien, más voz que la voz que ellos tuvieron. Perdónenme si les pareció poco esto que para mí es todo.
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