Hace tres años, el poeta Stanley Vega Requejo, cajamarquino de nacimiento, pero quien ha desarrollado toda su vida de escritor y de promotor cultural en Chiclayo, obtuvo el máximo galardón en los Primeros Juegos Florales Interuniversitarios convocados por la Universidad Agraria La Molina con su poemario Danza finita. El jurado, conformado por los experimentados Hildebrando Pérez, Marco Martos y William Hurtado, destacó la perfección de un lenguaje que, si bien sencillo, era capaz de aprehender, con hondura y precisión, diversos aspectos de la naturaleza humana: la fugacidad del instante, la soledad, el cuerpo asumido como una prisión, la agonía de la espera, el presentimiento de la finitud y de la muerte.
Este año, Hipocampo Editores tuvo la acertada idea de publicar Danza finita bajo su sello. El poemario comienza con dos epígrafes, uno de Mario Benedetti (“Quién me iba a decir que el destino era esto / ver la lluvia a través de letras invertidas”) y otro de Walt Whitman (“¿Qué es un hombre, realmente? ¿Qué soy yo?”). La edición, a cargo de Teófilo Gutiérrez, ha sido cuidada con esmero e incentiva al lector a adentrarse en el peculiar universo poético que Stanley Vega nos propone desde sus primeros versos.
En total, son 42 poemas breves los que componen este volumen, tercero de nuestro autor, luego de su auspicioso debut con Inútil inventario (2001) y de Soliloquio de las hojas (2003). Si algo destaca en cada uno de estos textos que, como en el epígrafe de Benedetti, dan la sensación de estar viendo la lluvia que cae afuera desde una ventana de letras invertidas, es esa visión dura y demoledora, trágica de la vida. Y es que se trata de versos de un nihilismo innegable, donde el humor y la esperanza resultan casi inexistentes. De entre todos sus sentidos, el yo poético privilegia la vista como la gran intermediaria entre su cuerpo desolado y ese Gran Otro disperso y hostil, que se encuentra fuera de su alcance. Entonces adquieren sentido versos tan logrados como estos: “Jamás he pensado / residir sobre / este fragmento de mundo. // La tierra me es / completamente ajena” (p. 26).
La sensación de encierro, de vivir en una prisión perpetua, es otra constante en los poemas de Danza finita. Se percibe un yo dotado de gran fuerza imaginativa, sensibilidad y deseo de aventura; sin embargo, al mismo tiempo ese yo parece enclaustrado, imposibilitado de recorrer a sus anchas ese universo que se yergue ante sus ojos. Como lo dice él mismo, en esta realidad “No hay nada / en qué aferrarse. // Ni siquiera / los vellos luminosos / de tu sexo / pueden salvarme / de esta caída / inevitable” (p. 25).
El amor, la relación con la amada forman parte de la fugacidad del instante, de una plenitud lograda a medias por el yo, pero que le resulta insuficiente para alcanzar un equilibrio existencial, un orden que insufle vida a esa danza finita y la haga imperecedera. Por ello, como si hablara consigo mismo a través de un espejo, el yo reflexiona en uno de los poemas: “Por enésima vez / has vuelto a paladear lo efímero. // El sabor no existe para tus labios” (p. 34).
Esta visión nihilista tiene, no obstante, una contraparte en su poderosa imaginación, en esa sensibilidad exquisita con la que el yo percibe la belleza, también existente en el mundo. En varios poemas el viaje sí es posible, sólo que no es un viaje físico, sino interior: es el corazón el que viaja por uno; la emoción de un hombre es capaz de realizar innumerable recorridos por los rincones más apartados de la vida, por ello “Durante todos estos días / he transitado / con el corazón bajo los talones” (p. 10).
En este viaje interior, el gran motor de la imaginación humana lo constituye sin lugar a dudas el lenguaje. En Danza finita, gracias al poder de una palabra sencilla, concisa, cortante y sin concesiones, el yo se abre paso y es capaz de intuir universos profundos y alumbrados por la verdad de la poesía: “Sólo hay luz para inventar / nuestros pasos. // No vuelvas los ojos / hacia atrás. // La oscuridad te tragará” (p. 14).
Danza finita es un libro lleno de reminiscencias. La poesía aquí se desprende directamente de la poderosa mirada de aquel que dice yo en los versos. Esta mirada, lo que otros denominarían “visión del mundo”, encarna en un conjunto de poemas breves, de un lirismo esencial, como apunta acertadamente Carlos López. Tal brevedad no resulta gratuita: si toda vida está hecha de fragmentos de sueños, de sufrimientos, de ilusiones quebradas, de sonrisas, de lágrimas, cada uno de estos 42 textos (o danzas) retrata a la perfección la idea de finitud, que parece ser la marca esencial, distintiva de nuestra naturaleza humana.
(Texto leído en la presentación del libro, durante la 30ª Feria del Libro Ricardo Palma, en Lima, el 29 de noviembre de 2009).
Este año, Hipocampo Editores tuvo la acertada idea de publicar Danza finita bajo su sello. El poemario comienza con dos epígrafes, uno de Mario Benedetti (“Quién me iba a decir que el destino era esto / ver la lluvia a través de letras invertidas”) y otro de Walt Whitman (“¿Qué es un hombre, realmente? ¿Qué soy yo?”). La edición, a cargo de Teófilo Gutiérrez, ha sido cuidada con esmero e incentiva al lector a adentrarse en el peculiar universo poético que Stanley Vega nos propone desde sus primeros versos.
En total, son 42 poemas breves los que componen este volumen, tercero de nuestro autor, luego de su auspicioso debut con Inútil inventario (2001) y de Soliloquio de las hojas (2003). Si algo destaca en cada uno de estos textos que, como en el epígrafe de Benedetti, dan la sensación de estar viendo la lluvia que cae afuera desde una ventana de letras invertidas, es esa visión dura y demoledora, trágica de la vida. Y es que se trata de versos de un nihilismo innegable, donde el humor y la esperanza resultan casi inexistentes. De entre todos sus sentidos, el yo poético privilegia la vista como la gran intermediaria entre su cuerpo desolado y ese Gran Otro disperso y hostil, que se encuentra fuera de su alcance. Entonces adquieren sentido versos tan logrados como estos: “Jamás he pensado / residir sobre / este fragmento de mundo. // La tierra me es / completamente ajena” (p. 26).
La sensación de encierro, de vivir en una prisión perpetua, es otra constante en los poemas de Danza finita. Se percibe un yo dotado de gran fuerza imaginativa, sensibilidad y deseo de aventura; sin embargo, al mismo tiempo ese yo parece enclaustrado, imposibilitado de recorrer a sus anchas ese universo que se yergue ante sus ojos. Como lo dice él mismo, en esta realidad “No hay nada / en qué aferrarse. // Ni siquiera / los vellos luminosos / de tu sexo / pueden salvarme / de esta caída / inevitable” (p. 25).
El amor, la relación con la amada forman parte de la fugacidad del instante, de una plenitud lograda a medias por el yo, pero que le resulta insuficiente para alcanzar un equilibrio existencial, un orden que insufle vida a esa danza finita y la haga imperecedera. Por ello, como si hablara consigo mismo a través de un espejo, el yo reflexiona en uno de los poemas: “Por enésima vez / has vuelto a paladear lo efímero. // El sabor no existe para tus labios” (p. 34).
Esta visión nihilista tiene, no obstante, una contraparte en su poderosa imaginación, en esa sensibilidad exquisita con la que el yo percibe la belleza, también existente en el mundo. En varios poemas el viaje sí es posible, sólo que no es un viaje físico, sino interior: es el corazón el que viaja por uno; la emoción de un hombre es capaz de realizar innumerable recorridos por los rincones más apartados de la vida, por ello “Durante todos estos días / he transitado / con el corazón bajo los talones” (p. 10).
En este viaje interior, el gran motor de la imaginación humana lo constituye sin lugar a dudas el lenguaje. En Danza finita, gracias al poder de una palabra sencilla, concisa, cortante y sin concesiones, el yo se abre paso y es capaz de intuir universos profundos y alumbrados por la verdad de la poesía: “Sólo hay luz para inventar / nuestros pasos. // No vuelvas los ojos / hacia atrás. // La oscuridad te tragará” (p. 14).
Danza finita es un libro lleno de reminiscencias. La poesía aquí se desprende directamente de la poderosa mirada de aquel que dice yo en los versos. Esta mirada, lo que otros denominarían “visión del mundo”, encarna en un conjunto de poemas breves, de un lirismo esencial, como apunta acertadamente Carlos López. Tal brevedad no resulta gratuita: si toda vida está hecha de fragmentos de sueños, de sufrimientos, de ilusiones quebradas, de sonrisas, de lágrimas, cada uno de estos 42 textos (o danzas) retrata a la perfección la idea de finitud, que parece ser la marca esencial, distintiva de nuestra naturaleza humana.
(Texto leído en la presentación del libro, durante la 30ª Feria del Libro Ricardo Palma, en Lima, el 29 de noviembre de 2009).
Fuente: Letralia.
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