Desde este mes el Perú cuenta por primera vez con un instrumento jurídico, de derecho público para hacerse cargo de la organización y promoción del desarrollo cultural del país. Las reacciones no se han hecho esperar y a muchos no les ha gustado nada la promulgación del 23 de junio de los corrientes. A mi entender es lógico que se hable mal de una ley que nace sin ser consultada con la sociedad civil interesada en el tema, los cultores y artistas vivos, que desde hace mucho tiempo bregan desde sus organizaciones de base por promover cultura en un medio como el Perú donde la realidad económica impone otras prioridades a los pobladores.
Muchos tienen un espacio ganado y ahora se ven usurpados, estorbados, invadidos por el estado. No falta la satanización ideológica y la diatriba marxista en su más folklórica, idiosincrática y epigonal expresión peruana, retórica de la hipocresía política en que viven esclerotizados nuestros intelectuales académicos, aunque es un caballo de batalla, sí no la lucha en sí misma, la dialéctica de las ideas, son verdades que ya no asustan a nadie y que peor, algunos ni las entienden. Definitivamente, en estas líneas, por guardarme de la retórica clásica de los luchadores clasistas, no me suscribo de ninguna manera como ingenuo frente a los poderes del mundo, pero siendo realista, debo considerar las posibilidades reales que entraña la existencia de un ente rector de la actividad cultural en un país que tiene una gran diversidad de prácticas, creencias, maneras de pensar y hacer, en un crisol de etnias y razas, que deben plantearse seriamente el asunto de su convivencia y su mutua inclusión.
En esa línea argumental, es fundamental que entendamos que por primera vez aparece un esfuerzo desde el estado, para canalizar políticamente, el trabajo por el desarrollo cultural de la nación en su conjunto. El contexto en que esto ocurre es de carácter estratégico. Dada la sociedad de conocimiento globalizada, donde el progreso se mide de acuerdo a la cantidad de saberes que pueden ser transformados productivamente y que son patrimonio de la cultura transmitida a través de las generaciones y de todos aquellos lo suficientemente educados para ser creativos, innovadores y competitivos; dada la diversidad cultural y étnica que implican dentro de la idea de la expansión del sistema democrático, el diálogo, la convivencia y el respeto a unos derechos ya sancionados por la comunidad internacional; se impone tolerar, reconocer, valorar y cohabitar con los otros seres que nos rodean, sea el vecino, o el comunero del ande o la selva, quienes ostentan su propia riqueza, diferente e irreductible como experiencia y herencia, al que nos impone el occidente moderno; entonces, por lo dicho, es de vital importancia que el estado en una visión amplia de desarrollo social y humano, apueste por elevar la educación y el espíritu de sus pobladores, asumiendo que ello tendrá beneficios en cuanto a paz, orden, estabilidad, gobernabilidad, plena ocupación, etc. Y en vista de la globalización un fortalecimiento de nuestra identidad nacional y un reforzamiento de nuestros peculiares valores como pueblo, amén de la posibilidad de generar valor agregado a nuestros productos nacionales, intelectuales o manufacturados, científicos y tecnológicos.
Creo necesario que desde la sociedad civil se organice una mesa de diálogo regional y nacional, para debatir desde las bases un proyecto nacional de desarrollo integral de la cultura que defina objetivos y metas de corto, mediano y largo plazo, aprovechando el marco jurídico legislado para regular la actividad del nuevo ministerio, el cual por primera vez también, reconoce, apoya y promueve todas las manifestaciones de cultura viva y su registro individual y colectivo, para contar con un mejor inventario de nuestros valores individuales dentro del quehacer cultural. Es necesario que ellos, pintores, escultores, actores, escritores, músicos y danzarines, formen parte de una plana de recursos humanos capaces de llevar adelante los diversos proyectos que se propongan para la promoción de las artes.
Son precisamente los cultores vivos los encargados de llevar el mensaje de creatividad y elevación espiritual que nuestro pueblo tanto necesita, por lo cual, debemos trabajar por la dignificación de la labor del artista, quien deberá ser capaz de ofrecer sus productos a un público que debe ser persuadido poco a poco que el saber es hermoso, que es una de las formas de alcanzar la dicha y la realización personal; que el arte y la cultura nos hacen mejores personas y mejores ciudadanos y nos ofrece posibilidades de crecimiento como país, como sociedad, que sería criminal ignorar teniendo en cuenta nuestra propia y variada riqueza como país civilizado de antigua tradición histórica.
Muchos tienen un espacio ganado y ahora se ven usurpados, estorbados, invadidos por el estado. No falta la satanización ideológica y la diatriba marxista en su más folklórica, idiosincrática y epigonal expresión peruana, retórica de la hipocresía política en que viven esclerotizados nuestros intelectuales académicos, aunque es un caballo de batalla, sí no la lucha en sí misma, la dialéctica de las ideas, son verdades que ya no asustan a nadie y que peor, algunos ni las entienden. Definitivamente, en estas líneas, por guardarme de la retórica clásica de los luchadores clasistas, no me suscribo de ninguna manera como ingenuo frente a los poderes del mundo, pero siendo realista, debo considerar las posibilidades reales que entraña la existencia de un ente rector de la actividad cultural en un país que tiene una gran diversidad de prácticas, creencias, maneras de pensar y hacer, en un crisol de etnias y razas, que deben plantearse seriamente el asunto de su convivencia y su mutua inclusión.
En esa línea argumental, es fundamental que entendamos que por primera vez aparece un esfuerzo desde el estado, para canalizar políticamente, el trabajo por el desarrollo cultural de la nación en su conjunto. El contexto en que esto ocurre es de carácter estratégico. Dada la sociedad de conocimiento globalizada, donde el progreso se mide de acuerdo a la cantidad de saberes que pueden ser transformados productivamente y que son patrimonio de la cultura transmitida a través de las generaciones y de todos aquellos lo suficientemente educados para ser creativos, innovadores y competitivos; dada la diversidad cultural y étnica que implican dentro de la idea de la expansión del sistema democrático, el diálogo, la convivencia y el respeto a unos derechos ya sancionados por la comunidad internacional; se impone tolerar, reconocer, valorar y cohabitar con los otros seres que nos rodean, sea el vecino, o el comunero del ande o la selva, quienes ostentan su propia riqueza, diferente e irreductible como experiencia y herencia, al que nos impone el occidente moderno; entonces, por lo dicho, es de vital importancia que el estado en una visión amplia de desarrollo social y humano, apueste por elevar la educación y el espíritu de sus pobladores, asumiendo que ello tendrá beneficios en cuanto a paz, orden, estabilidad, gobernabilidad, plena ocupación, etc. Y en vista de la globalización un fortalecimiento de nuestra identidad nacional y un reforzamiento de nuestros peculiares valores como pueblo, amén de la posibilidad de generar valor agregado a nuestros productos nacionales, intelectuales o manufacturados, científicos y tecnológicos.
Creo necesario que desde la sociedad civil se organice una mesa de diálogo regional y nacional, para debatir desde las bases un proyecto nacional de desarrollo integral de la cultura que defina objetivos y metas de corto, mediano y largo plazo, aprovechando el marco jurídico legislado para regular la actividad del nuevo ministerio, el cual por primera vez también, reconoce, apoya y promueve todas las manifestaciones de cultura viva y su registro individual y colectivo, para contar con un mejor inventario de nuestros valores individuales dentro del quehacer cultural. Es necesario que ellos, pintores, escultores, actores, escritores, músicos y danzarines, formen parte de una plana de recursos humanos capaces de llevar adelante los diversos proyectos que se propongan para la promoción de las artes.
Son precisamente los cultores vivos los encargados de llevar el mensaje de creatividad y elevación espiritual que nuestro pueblo tanto necesita, por lo cual, debemos trabajar por la dignificación de la labor del artista, quien deberá ser capaz de ofrecer sus productos a un público que debe ser persuadido poco a poco que el saber es hermoso, que es una de las formas de alcanzar la dicha y la realización personal; que el arte y la cultura nos hacen mejores personas y mejores ciudadanos y nos ofrece posibilidades de crecimiento como país, como sociedad, que sería criminal ignorar teniendo en cuenta nuestra propia y variada riqueza como país civilizado de antigua tradición histórica.
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