Este libro de Ricardo Ayllón contiene quince entrevistas a escritores peruanos, y la lectura de él me provocó un triple impacto: primero: que la literatura peruana es tremendamente abundante y variada, tal como se refiere uno de los entrevistados, Enrique Rosas Paravicino, cusqueño: “el Perú vive una etapa bastante fructífera en lo que se refiere a prosa narrativa” (p. 113). El segundo impacto fue que algunos de los temas tratados en las entrevistas se refieren a puntos sobre los cuales yo también he pensado, como la postergación de la literatura de provincias, la realidad actual de una literatura andina que ha venido a suplantar la literatura indigenista y neo-indigenista, como también dice Rosas Paravicino: “La literatura andina es una verdad tan evidente como la existencia de una milenaria cultura andina” (p. 118). Otra opinión al respecto es aquella del huarasino Macedonio Villafán, quien dice: “en el Perú lo andino es un ingrediente de mucho peso en nuestra cultura y nacionalidad”; (p. 124) y “el ser limeño impide a los intelectuales ver con ojos democráticos la producción en provincias” (p. 131), acota Ricardo Vírhuez Villafane.
Otro de mis pensamientos personales con respecto a la literatura peruana es que hay el reto de escribir una novela que logre abarcar las múltiples facetas del país; entonces me agradó mucho leer las últimas palabras de este libro, que son de Vírhuez Villafane, limeño: “Tal vez un día escriba una novela que fusione todos esos mundos y tenga un espectro más amplio” (p. 131).
El tercer impacto fue que un libro como éste revela mi tremenda ignorancia de todas las obras mencionadas en las entrevistas, yo solo he leído una que otra; además soy consciente de que quince autores resultan ser solo un puñado de todos los autores que hay en el país, y esto indica que mi ignorancia es aún más extensa. Entonces el libro de Ricardo Ayllón es una llamada de atención para que lea más, mucho más.
La variedad de la literatura peruana indica, claro está, una gran diversidad de personalidades en cuanto a los autores y su reacción ante la realidad del país. Para Marco Cárdenas, nacido en Huanta, Ayacucho, esta “es una de las realidades más absurdas que existen, vivimos en un país donde todo se maneja mal, donde no hay ideales, donde todo está al revés, hemos tenido los gobernantes más incultos del mundo y quizá en este sentido estamos algo africanizados todavía” (p. 20). Alberto Quintanilla, cusqueño, que radica parcialmente en Francia, también tiene unas expresiones lapidarias: “en las calles del Cusco (…) todo lo que he conseguido oír ahora es aquella música trans o digital cuyo único objetivo parece ser el embrutecer a nuestra juventud; si a eso le sumamos el consumo de drogas, su estupidización es un hecho. Ellos creen que eso es modernizarse, se equivocan, lo único que están logrando es uniformizarse, convertirse en parte de un ejército de zombis” (p. 80).
En contraste con estos comentarios negativos encontramos en la entrevista con Rosa Cerna Guardia, nacida en Huarás, recuerdos de una niñez muy feliz, y luego de una visión romántica, alegre, del país, llena de luces y flores, bastante vinculada con la mística andina.
Enrique Rosas Paravicino también tiene una visión positiva; habla de la diversidad cultural del país y dice: “Este es un país de varias identidades regionales que solo con el tiempo irá a alcanzar una verdadera identidad nacional (…) En esta variedad de expresiones está la gran riqueza simbólica del Perú” (pp. 114-115).
Ninguna de las entrevistas habla de la violencia que azota al país y que, a mi parecer, ha sido una constante de su historia, en una que otra forma. Sin embargo, tomando en cuenta que sí, ésta existe y que las opiniones de Marco Cárdenas y Alberto Quintanilla tienen bastante razón, personalmente me inclino por la visión más optimista, expresada sobre todo por Enrique Rosas Paravicino. Él tiene algunas frases más al respecto, que citaré más adelante. Y estoy de acuerdo con Ángel Gavidia, de Santiago de Chuco, quien dice: “El Perú, en general, es tierra de poetas” (p. 63). El optimismo que encontramos aquí tiene eco en lo que opina Julio Carmona, chiclayano: “siempre que exista una sociedad con esperanza (…) debe estar presente la voz del poeta” (p. 25).
Cuando Ricardo me preguntó si estaría dispuesto a comentar su libro, mostró una cierta inquietud y preocupación porque me indicó que en la primera de las entrevistas, la de Marco Cárdenas, hay un tono abiertamente antirreligioso, expresado con frases duras. Por ejemplo, Marco dice que “el legado de Jesucristo y por ende la existencia de la religión católica y todas las demás religiones del mundo, me parecen lo más estúpido que tiene el hombre dentro de su cadena evolutiva (…) En lugar de pensar en sí mismo, en su mejora social o en una estancia digna aquí en la Tierra, el hombre con la religión se hunde en una utopía que no tiene principio ni fin, que tiene lo mínimo de racional, y eso a mí me causa una absoluta aversión” (p. 19). Cárdenas aprecia mucho a Marx, quien “fue quizá el hombre más racional del siglo XIX” (p. 19) y sólo puedo mirar atónito que hoy en día alguien aprecie su legado. Pero en el campo de la literatura hay lugar para todos, y este libro de Ricardo Ayllón demuestra en estas quince entrevistas la variedad y la riqueza de la literatura peruana.
Cuando se trata de religión, una de las novelas más polémicas mencionadas aquí es En octubre no hay milagros, del arequipeño Oswaldo Reynoso. La obra provocó todo un revuelo cuando se publicó en 1965. Los críticos fueron implacables y la tildaron de inmoral, irreverente, provocadora y hasta pornográfica. Pero es una novela fascinante, una radiografía de Lima en sus múltiples facetas, que he leído con admiración por la del autor. Nunca he podido participar en un curso sobre la literatura nacional, pero he escuchado un par de conferencias de Oswaldo Reynoso y he tenido la oportunidad de participar en unas tertulias con él. En ambos casos me he sentido fascinado y enriquecido. Don Oswaldo sabe divertir y, a la vez, provoca reflexión.
Esta manera de ser y escribir coincide exactamente con lo que dice Cronwell Jara, nacido en Piura: “lo primero que tiene que hacer (un buen cuento) es emocionar, tener acciones dramáticas, pero también debe llevar a la reflexión y a la diversión” (p. 71).
En la entrevista con Cronwell Jara surge el tema de la literatura light. Él dice: “Tú puedes escribir cosas muy inteligentes, pero si no hay tono emocional ni espiritualidad, se arruinó la obra. Entonces aparecen las obras light (…) la literatura light es aquella que está bien escrita, bien dicha, pero que no emociona” (pp. 68 y 70). Para Enrique Rosas Paravicino, literatura light “Es la fatuidad elevada al nivel de la escritura y hecha a la medida de la pereza mental. El Perú es un país fecundo en dramas, épicas, migraciones, partos y convulsiones. No creo que todo esto encaje en el esquema superficial y alegre que ofrece la literatura light” (p. 117).
Mientras habla de literatura light, Rosas Paravicino, indica que obras de esta naturaleza “causan impacto gracias a la gran cobertura que les brindan los medios de comunicación y también en la medida en que algunos de los cultores de esta literatura son personajes mediáticos, como Jaime Bayly” (p. 117). Esto plantea el problema de la relación entre los escritores y los medios de comunicación. Maynor Freyre, limeño, observa que “el aparecer en los periódicos y otros medios de comunicación no determina la calidad de la obra literaria” (p. 56); y Rosas Paravicino observa amargamente: “en la mayoría de los medios televisivos la cultura ni siquiera es la quinta rueda del coche” (p. 115). Otro entrevistado, Jorge Luis Roncal, también limeño, dice: “En el país la producción literaria existe más como potencialidad, y hay que tener en cuenta que los medios de comunicación y de poder cultural hegemónico solo muestran, mezquina y parcialmente, una parte del conjunto de esta producción” (p. 109).
Espero que las citas que les he ofrecido de este libro de Ricardo Ayllón sean suficientes para indicar la gran riqueza de su contenido. Por supuesto hay más temas, y creo que el conjunto de opiniones da cancha libre a un debate amplio sobre la literatura nacional, sus logros, sus deficiencias, sus retos y problemas. Quienes me han escuchado en otras presentaciones de libros sabrán que no es mi política revelar explícitamente todo el contenido, porque hacer eso quita la necesidad de comprar la obra. Mi tarea es ofrecerles un anzuelo, con la esperanza que les provoque comprar el libro. Espero que haya cumplido con esto y, de veras, si tienen interés en la problemática de la literatura peruana, vale la pena conseguir esta obra de Ricardo Ayllón, leerla, masticarla y reflexionarla. Es fascinante y provocativa.
Muchas gracias.
Otro de mis pensamientos personales con respecto a la literatura peruana es que hay el reto de escribir una novela que logre abarcar las múltiples facetas del país; entonces me agradó mucho leer las últimas palabras de este libro, que son de Vírhuez Villafane, limeño: “Tal vez un día escriba una novela que fusione todos esos mundos y tenga un espectro más amplio” (p. 131).
El tercer impacto fue que un libro como éste revela mi tremenda ignorancia de todas las obras mencionadas en las entrevistas, yo solo he leído una que otra; además soy consciente de que quince autores resultan ser solo un puñado de todos los autores que hay en el país, y esto indica que mi ignorancia es aún más extensa. Entonces el libro de Ricardo Ayllón es una llamada de atención para que lea más, mucho más.
La variedad de la literatura peruana indica, claro está, una gran diversidad de personalidades en cuanto a los autores y su reacción ante la realidad del país. Para Marco Cárdenas, nacido en Huanta, Ayacucho, esta “es una de las realidades más absurdas que existen, vivimos en un país donde todo se maneja mal, donde no hay ideales, donde todo está al revés, hemos tenido los gobernantes más incultos del mundo y quizá en este sentido estamos algo africanizados todavía” (p. 20). Alberto Quintanilla, cusqueño, que radica parcialmente en Francia, también tiene unas expresiones lapidarias: “en las calles del Cusco (…) todo lo que he conseguido oír ahora es aquella música trans o digital cuyo único objetivo parece ser el embrutecer a nuestra juventud; si a eso le sumamos el consumo de drogas, su estupidización es un hecho. Ellos creen que eso es modernizarse, se equivocan, lo único que están logrando es uniformizarse, convertirse en parte de un ejército de zombis” (p. 80).
En contraste con estos comentarios negativos encontramos en la entrevista con Rosa Cerna Guardia, nacida en Huarás, recuerdos de una niñez muy feliz, y luego de una visión romántica, alegre, del país, llena de luces y flores, bastante vinculada con la mística andina.
Enrique Rosas Paravicino también tiene una visión positiva; habla de la diversidad cultural del país y dice: “Este es un país de varias identidades regionales que solo con el tiempo irá a alcanzar una verdadera identidad nacional (…) En esta variedad de expresiones está la gran riqueza simbólica del Perú” (pp. 114-115).
Ninguna de las entrevistas habla de la violencia que azota al país y que, a mi parecer, ha sido una constante de su historia, en una que otra forma. Sin embargo, tomando en cuenta que sí, ésta existe y que las opiniones de Marco Cárdenas y Alberto Quintanilla tienen bastante razón, personalmente me inclino por la visión más optimista, expresada sobre todo por Enrique Rosas Paravicino. Él tiene algunas frases más al respecto, que citaré más adelante. Y estoy de acuerdo con Ángel Gavidia, de Santiago de Chuco, quien dice: “El Perú, en general, es tierra de poetas” (p. 63). El optimismo que encontramos aquí tiene eco en lo que opina Julio Carmona, chiclayano: “siempre que exista una sociedad con esperanza (…) debe estar presente la voz del poeta” (p. 25).
Cuando Ricardo me preguntó si estaría dispuesto a comentar su libro, mostró una cierta inquietud y preocupación porque me indicó que en la primera de las entrevistas, la de Marco Cárdenas, hay un tono abiertamente antirreligioso, expresado con frases duras. Por ejemplo, Marco dice que “el legado de Jesucristo y por ende la existencia de la religión católica y todas las demás religiones del mundo, me parecen lo más estúpido que tiene el hombre dentro de su cadena evolutiva (…) En lugar de pensar en sí mismo, en su mejora social o en una estancia digna aquí en la Tierra, el hombre con la religión se hunde en una utopía que no tiene principio ni fin, que tiene lo mínimo de racional, y eso a mí me causa una absoluta aversión” (p. 19). Cárdenas aprecia mucho a Marx, quien “fue quizá el hombre más racional del siglo XIX” (p. 19) y sólo puedo mirar atónito que hoy en día alguien aprecie su legado. Pero en el campo de la literatura hay lugar para todos, y este libro de Ricardo Ayllón demuestra en estas quince entrevistas la variedad y la riqueza de la literatura peruana.
Cuando se trata de religión, una de las novelas más polémicas mencionadas aquí es En octubre no hay milagros, del arequipeño Oswaldo Reynoso. La obra provocó todo un revuelo cuando se publicó en 1965. Los críticos fueron implacables y la tildaron de inmoral, irreverente, provocadora y hasta pornográfica. Pero es una novela fascinante, una radiografía de Lima en sus múltiples facetas, que he leído con admiración por la del autor. Nunca he podido participar en un curso sobre la literatura nacional, pero he escuchado un par de conferencias de Oswaldo Reynoso y he tenido la oportunidad de participar en unas tertulias con él. En ambos casos me he sentido fascinado y enriquecido. Don Oswaldo sabe divertir y, a la vez, provoca reflexión.
Esta manera de ser y escribir coincide exactamente con lo que dice Cronwell Jara, nacido en Piura: “lo primero que tiene que hacer (un buen cuento) es emocionar, tener acciones dramáticas, pero también debe llevar a la reflexión y a la diversión” (p. 71).
En la entrevista con Cronwell Jara surge el tema de la literatura light. Él dice: “Tú puedes escribir cosas muy inteligentes, pero si no hay tono emocional ni espiritualidad, se arruinó la obra. Entonces aparecen las obras light (…) la literatura light es aquella que está bien escrita, bien dicha, pero que no emociona” (pp. 68 y 70). Para Enrique Rosas Paravicino, literatura light “Es la fatuidad elevada al nivel de la escritura y hecha a la medida de la pereza mental. El Perú es un país fecundo en dramas, épicas, migraciones, partos y convulsiones. No creo que todo esto encaje en el esquema superficial y alegre que ofrece la literatura light” (p. 117).
Mientras habla de literatura light, Rosas Paravicino, indica que obras de esta naturaleza “causan impacto gracias a la gran cobertura que les brindan los medios de comunicación y también en la medida en que algunos de los cultores de esta literatura son personajes mediáticos, como Jaime Bayly” (p. 117). Esto plantea el problema de la relación entre los escritores y los medios de comunicación. Maynor Freyre, limeño, observa que “el aparecer en los periódicos y otros medios de comunicación no determina la calidad de la obra literaria” (p. 56); y Rosas Paravicino observa amargamente: “en la mayoría de los medios televisivos la cultura ni siquiera es la quinta rueda del coche” (p. 115). Otro entrevistado, Jorge Luis Roncal, también limeño, dice: “En el país la producción literaria existe más como potencialidad, y hay que tener en cuenta que los medios de comunicación y de poder cultural hegemónico solo muestran, mezquina y parcialmente, una parte del conjunto de esta producción” (p. 109).
Espero que las citas que les he ofrecido de este libro de Ricardo Ayllón sean suficientes para indicar la gran riqueza de su contenido. Por supuesto hay más temas, y creo que el conjunto de opiniones da cancha libre a un debate amplio sobre la literatura nacional, sus logros, sus deficiencias, sus retos y problemas. Quienes me han escuchado en otras presentaciones de libros sabrán que no es mi política revelar explícitamente todo el contenido, porque hacer eso quita la necesidad de comprar la obra. Mi tarea es ofrecerles un anzuelo, con la esperanza que les provoque comprar el libro. Espero que haya cumplido con esto y, de veras, si tienen interés en la problemática de la literatura peruana, vale la pena conseguir esta obra de Ricardo Ayllón, leerla, masticarla y reflexionarla. Es fascinante y provocativa.
Muchas gracias.
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