La contracultura suele ser vista en los tiempos que corren como una simple pose, un capricho estético de minorías ruidosas, un sarampión inevitable que ataca en determinados momentos a determinadas generaciones. En el mejor de los casos, la contracultura se entiende como algo ya muy visto, muy demodé, un artefacto obsoleto ya arrojado en el desván del siglo XX.
González Prada escribió : "Si las sediciones de pretorianos denuncian decadencia, los continuos levantamientos populares manifiestan superabundancia de vida". Malos tiempos si nada se mueve en las calles, si todos escuchamos sin chistar el discurso oficial, si nos da flojera cuestionar o simplemente decir no. Por ello, la contracultura suele ser siempre un indicador de la vitalidad cultural de una sociedad. Mide el grado de crítica, de libertad, de euforia creativa, de compromiso existencial que hay en una comunidad.
El Perú era conocido por una gran vitalidad en la contracultura, esto es, en producir discursos innovadores, profundamente críticos, a contracorriente del menú oficial. Desde el indigenismo de los años veinte hasta las manifestaciones culturales contra la dictadura de Fujimori, nuestro país siempre fue una tierra de intelectuales desconfiados del poder. Y no es de extrañar que el poder terminara marginando a intelectuales y artistas, demoliendo el sistema educativo público, dejando morir de hambre a las universidades nacionales, gastando cero en investigación, poniéndonos a la cola de Sudamérica en la producción cultural de materias como teatro, composición musical o artes plásticas.
No voy a hablar de Cuba o Venezuela: El Chile capitalista gestiona becas para sus poetas, pensiones para sus escritores prolíficos. Acá los dejamos morir en la soledad y en la indigencia.
Por tanto, la escasez de propuestas culturales críticas es algo reciente, producto de veinte años de privatizaciones y exclusión. Así, no es de extrañar que los pocos centros culturales alternativos sean arrinconados, criminalizados y sometidos a la amnesia mediática. En el caso de Lima, el Centro Cultural El Averno (un espacio gratuito y comunitario de disfrute de propuestas culturales progresistas e incluso iconoclastas) es un perfecto ejemplo: Dicho Centro Cultural en más de una década ha sufrido saqueos, palizas, incendios intencionados, redadas, por no hablar de una larga literatura incriminadora que los tacha de ser un nido de borrachos, drogadictos y terroristas. La escandalosa intervención policial que sufrió el sábado 7 de agosto (destrozos del local, agresión y maltrato de la promotora Leyla Valencia, robo de dinero y otros recursos, sembrado de droga) es un capitulo más de su historia.
Aunque ahora el desenlace ha sido distinto.
La policía, por boca del coronel Carlos Remy Ramis, ofreció disculpas públicas y prometió que este tipo de atropellos no se volvería a repetir. Estas disculpas han sido tan bien recibidas por el colectivo de El Averno que incluso la han retratado gráficamente en el dibujo que encabeza este post.
Estoy seguro que muchos ahora acusarán a El Averno de haber pactado con las fuerzas represivas, de contradecir su discurso contestatario y de aburguesarse. Incluso pueden esgrimir el ejemplo de varios centros contraculturales europeos que terminaron siendo subvencionados por el Sistema al cual decían combatir. Total, así terminan los anarcos ¿no?
Pues yo creo que no. Que ese apretón de manos entre el Negro Acosta (fundador de El Averno) y las fuerzas de seguridad puede ser una gran oportunidad.
Las propuestas contraculturales sirven y son necesarias cuando inciden en la gente y coadyuvan a las transformaciones. Lo contracultural no es intrínsecamente anacoreta y suicida. Lo contracultural vive cuando afirma su presencia singular en la sociedad. Sí, El Averno ahora va a meterse en el Sistema, es decir, a buscar un sitio y una participación en la gestión cultural ¿Será eso posible en la Lima de Castañeda? ¿No habrán caído en una típica trampa de calendario electoral? ¿Están perdiendo el tiempo ilusionándose? ¿No es otra cosa que un ejercicio de cinismo? No lo sé. Lo que sí sé es que es uno de esos desafíos al que uno no debe huir.
El Sistema desea que sus críticos se aíslen y se hundan en minorías melancólicas. La lucha contra el Sistema pasa por romper ese cordon sanitaire que nos invisibiliza ante las masas.
Lo que hay que pedir a los amigos de El Averno no es que radicalicen su discurso o rechacen algún ofrecimiento de la Municipalidad (ofrecimiento que, personalmente, no creo que se materialice). Lo que hay que pedile al Negro, a Leyla, a Piero Bustos, a Pepito Ron y a tantos artistas emblemáticos de El Averno es que continúen con su oferta de arte alternativo, popular y solidario, que exploten todas, todas las vías posibles para que los limeños accedamos a propuestas estéticas y políticas distintas a las convecionales y hegemónicas. Que con su arte el espacio de la crítica y el debate se fortalezca y tengamos otras formas de imaginar, desear y sentir esta ciudad. Esta fea y espantosa ciudad.
González Prada escribió : "Si las sediciones de pretorianos denuncian decadencia, los continuos levantamientos populares manifiestan superabundancia de vida". Malos tiempos si nada se mueve en las calles, si todos escuchamos sin chistar el discurso oficial, si nos da flojera cuestionar o simplemente decir no. Por ello, la contracultura suele ser siempre un indicador de la vitalidad cultural de una sociedad. Mide el grado de crítica, de libertad, de euforia creativa, de compromiso existencial que hay en una comunidad.
El Perú era conocido por una gran vitalidad en la contracultura, esto es, en producir discursos innovadores, profundamente críticos, a contracorriente del menú oficial. Desde el indigenismo de los años veinte hasta las manifestaciones culturales contra la dictadura de Fujimori, nuestro país siempre fue una tierra de intelectuales desconfiados del poder. Y no es de extrañar que el poder terminara marginando a intelectuales y artistas, demoliendo el sistema educativo público, dejando morir de hambre a las universidades nacionales, gastando cero en investigación, poniéndonos a la cola de Sudamérica en la producción cultural de materias como teatro, composición musical o artes plásticas.
No voy a hablar de Cuba o Venezuela: El Chile capitalista gestiona becas para sus poetas, pensiones para sus escritores prolíficos. Acá los dejamos morir en la soledad y en la indigencia.
Por tanto, la escasez de propuestas culturales críticas es algo reciente, producto de veinte años de privatizaciones y exclusión. Así, no es de extrañar que los pocos centros culturales alternativos sean arrinconados, criminalizados y sometidos a la amnesia mediática. En el caso de Lima, el Centro Cultural El Averno (un espacio gratuito y comunitario de disfrute de propuestas culturales progresistas e incluso iconoclastas) es un perfecto ejemplo: Dicho Centro Cultural en más de una década ha sufrido saqueos, palizas, incendios intencionados, redadas, por no hablar de una larga literatura incriminadora que los tacha de ser un nido de borrachos, drogadictos y terroristas. La escandalosa intervención policial que sufrió el sábado 7 de agosto (destrozos del local, agresión y maltrato de la promotora Leyla Valencia, robo de dinero y otros recursos, sembrado de droga) es un capitulo más de su historia.
Aunque ahora el desenlace ha sido distinto.
La policía, por boca del coronel Carlos Remy Ramis, ofreció disculpas públicas y prometió que este tipo de atropellos no se volvería a repetir. Estas disculpas han sido tan bien recibidas por el colectivo de El Averno que incluso la han retratado gráficamente en el dibujo que encabeza este post.
Estoy seguro que muchos ahora acusarán a El Averno de haber pactado con las fuerzas represivas, de contradecir su discurso contestatario y de aburguesarse. Incluso pueden esgrimir el ejemplo de varios centros contraculturales europeos que terminaron siendo subvencionados por el Sistema al cual decían combatir. Total, así terminan los anarcos ¿no?
Pues yo creo que no. Que ese apretón de manos entre el Negro Acosta (fundador de El Averno) y las fuerzas de seguridad puede ser una gran oportunidad.
Las propuestas contraculturales sirven y son necesarias cuando inciden en la gente y coadyuvan a las transformaciones. Lo contracultural no es intrínsecamente anacoreta y suicida. Lo contracultural vive cuando afirma su presencia singular en la sociedad. Sí, El Averno ahora va a meterse en el Sistema, es decir, a buscar un sitio y una participación en la gestión cultural ¿Será eso posible en la Lima de Castañeda? ¿No habrán caído en una típica trampa de calendario electoral? ¿Están perdiendo el tiempo ilusionándose? ¿No es otra cosa que un ejercicio de cinismo? No lo sé. Lo que sí sé es que es uno de esos desafíos al que uno no debe huir.
El Sistema desea que sus críticos se aíslen y se hundan en minorías melancólicas. La lucha contra el Sistema pasa por romper ese cordon sanitaire que nos invisibiliza ante las masas.
Lo que hay que pedir a los amigos de El Averno no es que radicalicen su discurso o rechacen algún ofrecimiento de la Municipalidad (ofrecimiento que, personalmente, no creo que se materialice). Lo que hay que pedile al Negro, a Leyla, a Piero Bustos, a Pepito Ron y a tantos artistas emblemáticos de El Averno es que continúen con su oferta de arte alternativo, popular y solidario, que exploten todas, todas las vías posibles para que los limeños accedamos a propuestas estéticas y políticas distintas a las convecionales y hegemónicas. Que con su arte el espacio de la crítica y el debate se fortalezca y tengamos otras formas de imaginar, desear y sentir esta ciudad. Esta fea y espantosa ciudad.
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