Leo el texto anterior a la existencia. Hay humo entre las hojas caídas del otoño que se propala como música envolviendo una prehistoria de río por azar necesaria para cifrar la nueva caligrafía aérea de ave inversa que anuda su posición de vuelo a ese pulso imposible de los sueños. Escritura de lluvia moja los labios sedientos de la noche como Parca merodeando esas calles ocultas al tiempo donde vive la palabra como un dios invisible de taberna. Únete a mí ya que eres mi sombra, te invito al silencio de las palabras no dichas por la brisa, al aleteo de los ecos de las palabras cuando ya no vibran en las gargantas huecas. Únete a mí como el humo que encarna el aire. Sea mi sintaxis la sangre de algún héroe ignoto goteando en la entonación escrita y vivida. Aquí está esa aurora cuya llama quema el vértice mismo del corazón donde palpitan mil escarabajos. Leo ese otoño, escucho el sonido de esas hojas que al caer al vacío capturan su propio silencio y su propio grito. Es ahí donde presiento una concha de caracol milenario, en la isla del texto.
“Yo escribo por y para el texto”, dice el poeta Daniel Rojas Pachas en el “Decurso” de su poemario Gramma. El texto, como corriente líquida que fluye por la página, se transforma en el verdadero protagonista, en el único yo que cuenta la verdad, su otra orilla. Extrañamiento hacia ese ser externo que intenta suplantarlo con su señuelo discursivo, con una tentación edénica. Ser que se expresa con una sintaxis ordenada, y aprehensora de una supuesta realidad que le sirve de referente. Anáfora de un transcurso, causa y efecto de la asfixia de quien escribe, la asfixia por el posible conocimiento expresado en el texto que niega el saber primigenio de los primeros hombres que pintaban en las paredes de las cavernas sus piezas de caza para adorarlas, no como manifestaciones de su egotismo creador, sino como algo con vida independiente. Un texto elevado a divinidad para que su referente, ya alejado en el tiempo y el espacio, es decir, ya des-realizado, siguiera alimentando a la tribu. Vida y representación, escritura y lectura no chocan sino convergen. Tejido y texto sobre la piel a ambos lados del caos creador. Big-bang en la sombra textil del texto.
“Yo escribo para y por el texto”. Es el único papel que desempeña el yo. No el chamán de la tribu ni el demiurgo intérprete de los designios de los dioses de la tradición literaria: gestor de una fuerza multitudinaria y universal. El sujeto-poeta se deshace como el polvo en las calles escritas. Se funde con los ecos que a veces nos traen el sufrimiento del ente humano, ese ser transformado en homúnculo. Entonces, surge una verdad hiperbólica, contradictoria, una verdad ahora representada en la caverna del texto que se expresa con el estilo como suma de todas las incertidumbres del hombre, según reza el epígrafe que introduce el poemario. Es la verdad textual. No aquélla de cierta poética del silencio que intentaba que el texto se construyera a sí mismo, una mal llamada metapoesía. En este caso, el texto anula la lógica externa, la lógica de las lozas de los significados abstractos, precisamente para liberar el sentido. Una violencia necesariamente ética. Entonces, según mi juicio, desde un punto intelectual, el poeta (o el texto) está revisando no sólo los conceptos de una poética que se transformaría en un purismo inocuo, sino también el concepto mismo de vanguardia que deviene asfixia (es decir, abundancia de lugares comunes) de la expresión.
Una sintaxis como espina que ordena un ámbar anterior a la luz misma. Paisaje creado desde dentro para ser sombra de sí: tensión entre lo visible y lo invisible que en la autonomía textual se traduce en pulsión entre lo oído e inoído, las voces que quedan adheridas al tejido reticular, los ecos de ese afuera puesto en tela de juicio…
El texto como cuerpo del mundo (1), ver la naturaleza como un basto cuerpo inteligente que habla con palabras reales. Signos de modernidad en este sentido encontrados en la poesía hispana del Barroco producen en la conciencia contemporánea un análisis en profundidad del lenguaje y sus posibilidades expresivas, en tanto que materia esencial para la escritura, con el riesgo de caer en el silencio o autoanulación y entrar en una fase repetitiva de fórmulas. Pero, como dice Jorge Rodríguez Padrón en su artículo Itinerario por tres décadas (2), faltaría la palabra en sus niveles de seducción e insinuación. La palabra en su oralidad.
Gramma parte de un enfoque muy diferente. Cuerpo sí, pero cuerpo inaugural y como tal se revela y se rebela. No la realidad como algo pensado por la mente, como decía Wallace Stevens. Mi experiencia del poeta norteamericano, mi lectura y reflexión sobre su poesía me abren caminos más vastos más allá del simple academicismo. Poesía por encima de todo determinismo enajenante. Decir que en la poesía está la verdad absoluta de la creación, no sólo es negar la incertidumbre que nos hace humanos, sino envolver las palabras que lo expresan con su propia iluminación cegadora que al final produce los mismos estereotipos que prostituía. De esta manera Gramma (o el poeta por y para ella) va tejiendo su realidad con todos los riesgos asumidos, pero desde un coloquialismo que va más allá de la simple letra y entra en el grafema como medio antediscursivo, acercándose a la poesía visual y a veces a la liberación del fonema de su atadura a la palabra. No una poética del silencio, sino del grito. La poesía no puede ignorar la incertidumbre pues esa incertidumbre es precisamente su motor.
Para George Bataille (3) el deseo de saber quizás sólo tiene un sentido: servir de motivo al deseo de interrogar. Saber a través de un sistema de signos para lograr una autonomía que transforme el mundo; pero siempre que su resultado final sea la interrogación. Siempre una interrogación abierta que nos mantenga en nuestro estado natural de decadencia, que (sigo con Bataille) valora enormemente la preocupación por conservar el ser, sabiendo el riesgo de perderse en la nada.
No es el poeta, en este caso, quien busca su autonomía en el seno de una naturaleza hostil, es ese sistema de signos cuya supuesta unidad de comunicación es el texto, indagador de una habitación fuera del tiempo, el espacio y al sujeto externos al mismo.
No me digas que no te provoca darle un mordisco (…)
Dime que no te excita la idea de tirar sobre los restos del mundo (…)
Dejar una parte tuya, empapando de virginidad aquel claustro de discursos (…)
Un texto transitivo, pero no objeto del interior de un alguien, sino fundado en su propio territorio lleno de sugerencias. Un texto que plantea no una construcción sino una deconstrucción de los propios materiales para huir de la lógica prefijada. Liberarse de toda suerte de romanticismo y de purismo y crear (inaugurar), esta vez sí, su propia coherencia, su propio transcurrir. Creacionismo por y para el texto. Alejarse de la cima y caer hacia arriba.
“(mejor déjame morir en paz) Como quieras…adiós…nos vemos mañana, si todo no ha terminado aún…”
No será el silencio lo que hallaremos al fondo del pasillo. No será el sentido de nuevo encerrado en caja de Pandora. Será una puerta abierta al horizonte. Y una palpitación de vida.
Antonio Arroyo Silva.
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(1) Andrés Sánchez Robayna, Góngora y el texto del mundo, Rev. Syntaxis, 1983.
(2) En la revista Zurgai, junio de 1992.
(3) G. Bataille "La cima y la decadencia", del libro Sobre Nietzsche.
“Yo escribo por y para el texto”, dice el poeta Daniel Rojas Pachas en el “Decurso” de su poemario Gramma. El texto, como corriente líquida que fluye por la página, se transforma en el verdadero protagonista, en el único yo que cuenta la verdad, su otra orilla. Extrañamiento hacia ese ser externo que intenta suplantarlo con su señuelo discursivo, con una tentación edénica. Ser que se expresa con una sintaxis ordenada, y aprehensora de una supuesta realidad que le sirve de referente. Anáfora de un transcurso, causa y efecto de la asfixia de quien escribe, la asfixia por el posible conocimiento expresado en el texto que niega el saber primigenio de los primeros hombres que pintaban en las paredes de las cavernas sus piezas de caza para adorarlas, no como manifestaciones de su egotismo creador, sino como algo con vida independiente. Un texto elevado a divinidad para que su referente, ya alejado en el tiempo y el espacio, es decir, ya des-realizado, siguiera alimentando a la tribu. Vida y representación, escritura y lectura no chocan sino convergen. Tejido y texto sobre la piel a ambos lados del caos creador. Big-bang en la sombra textil del texto.
“Yo escribo para y por el texto”. Es el único papel que desempeña el yo. No el chamán de la tribu ni el demiurgo intérprete de los designios de los dioses de la tradición literaria: gestor de una fuerza multitudinaria y universal. El sujeto-poeta se deshace como el polvo en las calles escritas. Se funde con los ecos que a veces nos traen el sufrimiento del ente humano, ese ser transformado en homúnculo. Entonces, surge una verdad hiperbólica, contradictoria, una verdad ahora representada en la caverna del texto que se expresa con el estilo como suma de todas las incertidumbres del hombre, según reza el epígrafe que introduce el poemario. Es la verdad textual. No aquélla de cierta poética del silencio que intentaba que el texto se construyera a sí mismo, una mal llamada metapoesía. En este caso, el texto anula la lógica externa, la lógica de las lozas de los significados abstractos, precisamente para liberar el sentido. Una violencia necesariamente ética. Entonces, según mi juicio, desde un punto intelectual, el poeta (o el texto) está revisando no sólo los conceptos de una poética que se transformaría en un purismo inocuo, sino también el concepto mismo de vanguardia que deviene asfixia (es decir, abundancia de lugares comunes) de la expresión.
Una sintaxis como espina que ordena un ámbar anterior a la luz misma. Paisaje creado desde dentro para ser sombra de sí: tensión entre lo visible y lo invisible que en la autonomía textual se traduce en pulsión entre lo oído e inoído, las voces que quedan adheridas al tejido reticular, los ecos de ese afuera puesto en tela de juicio…
El texto como cuerpo del mundo (1), ver la naturaleza como un basto cuerpo inteligente que habla con palabras reales. Signos de modernidad en este sentido encontrados en la poesía hispana del Barroco producen en la conciencia contemporánea un análisis en profundidad del lenguaje y sus posibilidades expresivas, en tanto que materia esencial para la escritura, con el riesgo de caer en el silencio o autoanulación y entrar en una fase repetitiva de fórmulas. Pero, como dice Jorge Rodríguez Padrón en su artículo Itinerario por tres décadas (2), faltaría la palabra en sus niveles de seducción e insinuación. La palabra en su oralidad.
Gramma parte de un enfoque muy diferente. Cuerpo sí, pero cuerpo inaugural y como tal se revela y se rebela. No la realidad como algo pensado por la mente, como decía Wallace Stevens. Mi experiencia del poeta norteamericano, mi lectura y reflexión sobre su poesía me abren caminos más vastos más allá del simple academicismo. Poesía por encima de todo determinismo enajenante. Decir que en la poesía está la verdad absoluta de la creación, no sólo es negar la incertidumbre que nos hace humanos, sino envolver las palabras que lo expresan con su propia iluminación cegadora que al final produce los mismos estereotipos que prostituía. De esta manera Gramma (o el poeta por y para ella) va tejiendo su realidad con todos los riesgos asumidos, pero desde un coloquialismo que va más allá de la simple letra y entra en el grafema como medio antediscursivo, acercándose a la poesía visual y a veces a la liberación del fonema de su atadura a la palabra. No una poética del silencio, sino del grito. La poesía no puede ignorar la incertidumbre pues esa incertidumbre es precisamente su motor.
Para George Bataille (3) el deseo de saber quizás sólo tiene un sentido: servir de motivo al deseo de interrogar. Saber a través de un sistema de signos para lograr una autonomía que transforme el mundo; pero siempre que su resultado final sea la interrogación. Siempre una interrogación abierta que nos mantenga en nuestro estado natural de decadencia, que (sigo con Bataille) valora enormemente la preocupación por conservar el ser, sabiendo el riesgo de perderse en la nada.
No es el poeta, en este caso, quien busca su autonomía en el seno de una naturaleza hostil, es ese sistema de signos cuya supuesta unidad de comunicación es el texto, indagador de una habitación fuera del tiempo, el espacio y al sujeto externos al mismo.
No me digas que no te provoca darle un mordisco (…)
Dime que no te excita la idea de tirar sobre los restos del mundo (…)
Dejar una parte tuya, empapando de virginidad aquel claustro de discursos (…)
Un texto transitivo, pero no objeto del interior de un alguien, sino fundado en su propio territorio lleno de sugerencias. Un texto que plantea no una construcción sino una deconstrucción de los propios materiales para huir de la lógica prefijada. Liberarse de toda suerte de romanticismo y de purismo y crear (inaugurar), esta vez sí, su propia coherencia, su propio transcurrir. Creacionismo por y para el texto. Alejarse de la cima y caer hacia arriba.
“(mejor déjame morir en paz) Como quieras…adiós…nos vemos mañana, si todo no ha terminado aún…”
No será el silencio lo que hallaremos al fondo del pasillo. No será el sentido de nuevo encerrado en caja de Pandora. Será una puerta abierta al horizonte. Y una palpitación de vida.
Antonio Arroyo Silva.
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(1) Andrés Sánchez Robayna, Góngora y el texto del mundo, Rev. Syntaxis, 1983.
(2) En la revista Zurgai, junio de 1992.
(3) G. Bataille "La cima y la decadencia", del libro Sobre Nietzsche.
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