Quiero reflejar todas mis consideraciones para la magia del poeta que trabaja con la palabra, como palestra o como bastión hacia la “vida inmensa”. Hasta el otro lado del símbolo y la diferencia, del desvelo y la creación dictada por el sentimiento, más que por el compromiso de la idea y de la esencia de la poesía, se convierte en compañera y compañía de la soledad del hombre en su inmensidad de poeta. Alberto Escobar planteaba sobre su obra “que la dosis de refrescante candor que circula en sus versos concierta con el desvarío imaginativo que encubre, bajo aparente ingenuidad, su recusación del formalismo y las convenciones tomadas demasiado en serio”. Creo que esa dosis de vida e inmensidad de palabras sobre la mesa de la imaginación, ahora nos suministra César Toro Montalvo en su reciente libro Desde la vida inmensa, una alternativa de complacer al hombre en sus desvaríos y esperanzas, en su forma de presentar la vida y en su manera de esperar la muerte, desde su metáfora, hasta la experiencia del poeta por comprender la vida en su importancia y belleza de vida.
Hablar de Desde la vida inmensa, es hablar de la vasta obra de César Toro Montalvo, planteada en su madurez de poeta; desde Mágicas y Mabú el meleno de la guitarra, Limbo, Torres y praderas de Machu Picchu, El libro del tío gorrión, Crisantemos, País Resentido y otros, en el cual han formado entre sus páginas al poeta. Sobre todo a mi parecer País Resentido, “toma de conciencia realista (…), experiencias arraigadas en la existencia social. Son experiencias asfixiantes, terribles, pero abiertas a la esperanza” (Ricardo González Vigil), nos muestra al hombre, desde su ventana, hasta comprometerse, sentir el desarraigo, la injusticia, la mentira andante de los políticos y el sentimiento voluntarioso por los desempleados y pobres del país:
en mi país vivir es sobrevivir,
busco un horizonte y encuentro una razón ardiente para
seguir, me remito al pasado y ardo como un caso inevitable,
estoy con todos mis muertos y con todos los que me sobreviven,
permanezco exhausto y sin poder gritar que estoy desencantado,
con el cogollo hasta el tope
tonel cuerpo hasta el agua,
aunque ciertas malas voluntades nos detengan,
nos dominen como en la conquista,
no tengo remedio para sobrevivir,
me cierran con llave, me tientan para salir,
me retornan y me sacan,
¿por dónde? (...)
país resentido es lo que soy,
tengo las glándulas del tamaño de mi país,
como tú estoy en el abismo entre el país ilegal y el país irreal,
el país a la deriva y el país posible…
No quería dejar de mencionar este poema “País resentido”, que más ha justificado la imagen de mi país, no por resentido ni atrasado, sino por las posibilidades que tiene en su profundo encanto de país. Esto no desmerece al poeta, sino lo nutre de pureza y compromiso, no con la actuación personal en el campo y la lucha, sino con la teoría de las palabras para el canto de los oprimidos. Tampoco se aprovecha, sino su visión plantea con pleno coraje los problemas de su clase.
Cuando leí por primera vez los poemas Desde la vida inmensa, un no sé qué de sensaciones estremecían mi imaginación.
Una por la composición y las imágenes, y otra por el sentimiento y la calidad puesta en los poemas. No tienen la forma intelectual que muchos esperan en la mayoría de composiciones, sino la sencillez de su belleza que nos estremece en el hechizo de la palabra. Puntualiza, edifica, decora, ejemplifica el mundo, integra la esperanza y el miedo, formaliza la sonrisa y la muerte con la vida; valida lo personal y el estremecimiento por lo social, incluye el movimiento de la sílaba: crea su propio lenguaje “con una capacidad fabuladora excepcional –vuelve maravilloso lo que apenas se nos presentaba como lo rutinario- y es el que trabaja el poeta” (Enrique Verástegui, en Oráculo, Nro. 6, 1986)
Desde la primera página, donde el poeta cita a Dante como iniciador de esta divina obra, quiero resaltar la actitud, no por el laberinto, pecados o hechos que imperan en la construcción de sus poemas, sino por la luz que reflejan, no egocéntricos como la cita, sino recargados de personalidad y justificación por encaminarse en sus aladas imágenes hacia lo ideal y el sueño, hacia la vida y la eternidad.
El libro está dividido en tres partes, nombrados por los números literalmente. En la parte UNO, presenta la preocupación del poeta por la vida, la muerte, la alegría y la naturaleza. En la parte DOS, traza la intención del poeta por lo cotidiano, por la imagen del verso, por la pertenencia a la tierra y por la alegría. La parte TRES, es el lado personal del poeta, su acto individual.
UNO
A la “vida” y a la “muerte”, posiblemente sino es en su totalidad, los poetas han cantado con más cuidado como al amor. Han sido cómplices de cuantos momentos de reflexión hilvanan con la naturaleza. En la primera parte, el poeta traduce sus intenciones, todos sus sentimientos en torno a estos grandes conceptos con la intención de hacer de la “vida” un verbo se dirija al verso.
El poeta integrara su voz por el arte y justifica ese arte para el hombre en su totalidad de pensador y creador; de alguna forma no está libre de sus actos, sino responsable de su creación, y vista en conjunto con sus lectores. Todas su complejidades se manifiestan como la perfección hasta renovar su experiencia y su propio arte. Es esta ley con la palabra que César Toro Montalvo es objeto de su propio pensamiento:
Me llegó la hora del gorrión, el pájaro
libre y raudo al que nada me parezco.
De ágiles transparencias está hecho mi vuelo.
Fui joven y ya soy lo contrario que un viejo,
viejo joven de cima que desciende al abismo
y remonta en su sangre hasta la luna,
donde valles y colinas son mágicas y claras
para el tonto galante en que me aplico.
(Elogio del pájaro)
Nos explica el transcurso de su vida y su lado temperamental sin complicaciones y sus formas de alejarse y acercarse a la experiencia, hasta alegorizar su vida con la luz y su forma, sin desmerece su calidad de hombre.
Esta realidad, símbolo de la construcción vivificante, se nutre con la alimentación de lecturas y relecturas, que vivifica la sílaba del poeta, límpido de borrones y de desasosiegos para el vuelo. Es el caminar del poeta a la integración sublime de hacer las cosas bajo su realidad icónica en que vive. Sigue en el mismo poema:
Estrellas cristalinas mejoran mis vocales.
Empapado y distante bajo la tempestad,
sólo soy papel que borrándose vuela,
ave azul más que feo pajarraco.
Yo deseo anudarme con un bosque,
(…)
donde hasta el agua misma me enamora
por ser pájaro en vuelo por la tierra.
(Elogio del Pájaro)
En Algo debe irse hoy está la duda del poeta, la condición de alejamiento hacia la indiferencia. Algo debe irse de los momentos condicionales de la vida, pero no el sentido y el significado concreto del cuerpo. Estos menudos versos, de gran intensidad filosófica, nos muestra al poeta progresista y democrático, que desea convivir con todos, sin importar las condiciones y diferencias; inclusive la muerte muestra sus signos de vida en cuanto significa muerte, que sentencia:
Que no sea la vida, que no
sea la muerte,
que no sea yo, ni tú,
ni nadie.
Algo debe irse hoy.
César Toro Montalvo, amante de la aventura y la vida, escribe casi la totalidad de los poemas Desde la vida inmensa, en ciudades como Madrid, Venecia, Roma, Frankfurt, Milán y su tierra natal Chiclayo. Entonces como admirador de la naturaleza, como viajero del constante imaginario, va procurar cantar su visión de estas ciudades y del profundo mar, su nostalgia, su preocupación por lo exagerado, la proeza de hilvanar palabras en torno al deseo infinito sobre el mar. En sus dos poemas: Odas a los navegantes (dedicado a Thiago de Mello, de quien es admirador) y El mar es tan breve (dedicado a Justo Jorge Patrón, poeta español y amigo suyo), refleja esta inquietud por la búsqueda de la igualdad y la necesidad de expresar sobre la vida en su tránsito, por conocerla en toda su naturaleza.
El primer poema que va a plantear, no ante al navegante que surca el mar, con remos o en su forma de cazador de peces, sino al navegante que se congoja con la vida y alegoriza al mar como una panacea para no desconocer la existencia:
Qué inusitado
resulta la proeza de ir de un techo
a otro techo del mundo
y llegar a una orilla extensa y luego otra
y otra para ver todos los océanos
hasta lo más profundo e inimitable, y sentir
que todo aquello que nos moja
es el mar, el mar altísimo, el mar absoluto.
O el llamado como intención de estar cerca de Dios en su profundo silencio: “…de ir con rumbo –o sin rumbo- hasta ser/ un volcán de emociones, y dudar/ de qué territorio, obra de sales marinas, son los navegantes (…) / Y luego exclamar –interminables- / hasta que Dios los escuche” (y un sinnúmero de definiciones del mar, es visto desde todas sus alturas y profundidades, como si Poseidón emergiera con todo el poder de su ojo, gritando al poeta sus opiniones sobre el mar):
Mar que se va tornando en la flor de las aguas (…)
Mar donde se unen el hombre y la mujer hasta ahogarse
Mar como el falo que se descrema en su novia (…)
Mar donde navega un Narciso ciego
Mar donde yo te pido permiso para ver las rosas (…)
Mar que a cierta hora huele a toda sal del mundo (…)
Mar de la muerte que sumerge ataúdes (…)
Mar de mis compañeros toda vez reunidos (…)
¡Mar de los navegantes!
(Oda a los navegantes)
En el otro poema, El Mar es tan breve, nos da a conocer de cómo el mar rige la intención va ha regir en la intención de expresar la vida. Va a ser la mirada del mar como una esperanza, como un sendero que se pierde con la muerte y aún con la vida. El mar que es algo cotidiano: “El mar es mi casa. / Su punto sin límites / está en medio de todos/.” Quizá sea la definición del mismo poeta que se ubica en medio de las alas para dirigir su vuelo, sin comprometerse a plenitud con determinada clase; y, el Mar es eso, acepta sin raza al hombre. Pero, además cuando uno está frente al mar, -según el poeta-, es intocable, desconocible, bastante humano, porque en su extensión la mirada alcanza su punto infinito, y sigue el mar tal como ha empezado:
El mar es tan breve
que me falta la vida.
(El mar es tan breve)
Según Octavio Paz, que conoció las palabras desde muy niño, que le parecían talismanes capaces de crear realidades insólitas y que posteriormente se convirtieron en tentación, del modo que quiso escribir poemas en la que cada palabra y cada sílaba tuviese un color y una resonancia, capaces de crear estados anímicos. Esta aclaración de cómo el poeta va formando su compromiso con la palabra, es el caso del poeta Toro Montalvo, porque él encuentra en la poesía el medio para dar luz sus ideas. “En alguna medida, todo poeta maneja el lenguaje como un calidoscopio. Las palabras, sacudidas por la emoción, cobran nuevas disposiciones y enlaces dentro de novedosas teorías. (…) Ha agitado con entusiasta frecuencia el mutante y colorido juguete”, dijo una vez Javier Sologuren, sobre la poesía de César Toro Montalvo. El juguete continúa tomando su color, continúa coloreando su arco iris, sílaba a sílaba.
La poesía de Toro Montalvo es la poesía de un labrador, de un maestro de escuela, de un catedrático; es la voz de él mismo, que va haciendo interrogantes sobre el camino que debe seguir el caminante por la vida. Toda esta intención es fruto del juego con la palabra y la seriedad con ella, y percibiendo el claroscuro de las cosas en la alegría:
Que la vida, sea en
la alegría de la vida.(…)
Que la muerte, sea en
la alegría de la muerte. (…)
Si el sol está,
que sea en la alegría del sol.
(La alegría)
No sólo la alegría, sino el papel del tiempo se torna en nuestras vidas con antítesis o símbolo de tristeza. Es el reclamo ingenuo que todo hombre tiene al mirar la naturaleza y sobre todo a los designios de la noche:
Si la noche es un grano
que se dispersa
en el espacio, debe haber
madurado
como en el comienzo.
El tiempo es breve
para que la noche
sea débil en sus estrellas.
(Que la noche no sea nunca)
La muerte es una interpretación simbólica de la historia personal del hombre antes que la vida culmine. El poeta con su religiosidad se aferra a que la vida no tiene consecuencias en la muerte, sino prosigue (es poeta y es lo que va a perdurar) donde está sólo la manifestación material, la continuación de otras formas de vida. La vida es un personaje más que nos acompaña, a pesar de la muerte:
A qué muerte, escondrijo de una trampa,
nos acecha para dejarnos sin aire.
A qué trampa, la muerte se nutre, si es a
ella la que le falta morir. (…)
A qué vida, la muerte no es el amor, si la
vida es el amor que nunca muere.
(Balada de nunca morir)
“La muerte es un sueño / que la vida prolonga./ (…) Los seres eternos -lo saben-/ no han muerto eternamente. La muerte / solo / es un sueño / de unos minutos, años, lustros, / o siglos.” Son versos de La muerte no existe, versos de la cima del poeta, con leve conformismo; pero hay que rescatar su calidad de constructor, de artífice de la palabra para tratar temas tan cotidianos y elementales que sumergen en la duda. Para el poeta, la muerte no existe, porque la vida se prolonga. Se prolonga cuando el hombre ha definido el por qué de su existencia. La muerte es sólo el sueño que se despierta en el recuerdo y el servicio del hombre hacia el hombre. Es por eso que no importa: “Mátame si tú quieres, mar de plomo impiadoso,/ (…) Mátame como si un puñal, un sol dorado o lúcido, (…) Muerte como un puñado de arena, / como el agua que en el hoyo queda solitaria” (“La muerte”). Son versos de Vicente Aleixandre de “La destrucción o el amor”, que podemos comparar con los versos del poeta Toro Montalvo, en el que reflejan a la muerte como inofensiva, sino más bien es la prolongación en los hechos:
Si sabes que vivirás.
No necesitas que la muerte te llame.
(La muerte no existe)
En su poema Soy la casa, el poeta subyace en la consagración de sus lecturas: “La sabiduría me llega en floreros y libros, / y es cada hermosura que deja su luz”, el verso del maestro ilustrado, que va explicando a sus discípulos, el por qué de las flores de un jardín; es motivo de construcción de una casa donde se encuentran todas sus inquietudes y llantos. Está como si esperara a Dios cada mañana que bendice cada lugar de su casa: con la gracia del vivir. Con la rosa en el agua y con el agua en la sed:
Aún se siente
el sol
en el día de vivir.
(En el día de vivir)
No existen formas que por más condición que tenga el hombre, el “pan” no falte, y en la clase media y baja donde hasta se hace escaso “el pan”, es símbolo de alegría o de preocupación cuando éste falta. César Toro Montalvo es la figura intelectual de nuestro país, mal remunerado, maltratado por la gran recarga de horas en el trabajo; y, sobre todo la institución en la que él trabaja, que no se dan cuenta del valor que tienen en sus aulas. Es por eso que “canta al pan” con pasión:
El fruto se vuelve
verdad en sus migas. (…)
En ese olor de su cielo
se me aroma el olvido. (…)
El pan… Ah, el pan.
Es un compañero
blando
como todo domingo en la casa.
(Cuando abro el pan)
Cuánta dulzura, cuánta motivación por comprender el dolor, cuánta plenitud para el desvelo, cuántas ganas por mostrar a la vida en su propia fuerza existe en su poema La fuerza de la vida. Pero cuánta ternura, para nombrar a su madre. Ya no es el poema nostálgico como Mi verdadero padre, de "Retrato Memorable", sino una construcción descriptiva de elevación y júbilo en ese precioso poema Mi madre Eulalia:
Guárdala Señor en tu cuaderno, si algo
debes guardar en mi cuaderno de rezos. (…)
Mona, menuda, cantarina, chispeante,
así es mi Eulalia. Norteña del Perú, en fibra
de caña, con enjambre de gorriones, hasta
los cuatro puntos cardinales, en sus labores
de agua, de Dios, o de frutas…
La ilustración que hace el pintor Miguel Brenner con ocasión de “Cristo de la espiga”, refleja plenamente la interrogación del texto: un cristo pensativo. El poema complace a la duda. Juzga la inquietud del vuelo hacia la vida, se despierta la idealización del poeta por un día nuevo:
Si Cristo y espiga son dos palomas
de otoño, cuándo despertar si soy
la bóveda cósmica, como sol y luna
que se citan en este amor constelado.
(…)
Del cual comienza su duda:
¿Por qué la espiga es un Cristo que se ama?
(Cristo de la Espiga)
Antes de comentar el poema que lleva el título de este elegante libro, quiero citar a Abraham Valdelomar: “CORAZÓN! Ponte en pie! Cierra tu herida. / Seca tu llanto, alegra tu mansión, / olvida tu dolor, tu pena olvida, / cubre de flores, tu sutil guarida / y hoy que la Primavera te convida, / Corazón, ponte en pie, cierra tu herida / toma el tricornio y canta, corazón”. Estos versos que hacen a uno sumergirse en la catarsis de la vida y su motivo, primordializan la función de la poesía, esa función que sugiere posibilidades hasta el llanto y a la complacencia por amar a la vida; todo ello tiene en su cápsula al poema Desde la vida inmensa, construcción de 20 versos, de las cuales se centra la inteligencia, la religiosidad, la convivencia de la tierra con sus sobresaltos. En ella se nutre el afán de ser y la bondad que es la personalidad del poeta. Cada verso tiene su por qué, y para qué de acuerdo a cada estrofa. Desde sus dos primeros versos el poeta nos inspira amar a la vida sin límites, pero sin descarriarse de esos límites:
Ama desde la vida inmensa,
extremadamente sin límites.
Y prosigue:
No dejes que la vida, afán de nuestro ser,
se disuelva en la tierra dulce, fuera
del ritmo del odio, sin saberlo
en la soledad, en una cato tan puro
de energías de imágenes vividas.
Que la vida no sea utilizada para el liberalismo de la vida, sino, que tenga una intención en la alegría, que no se “disuelva en la tierra dulce”, en lo fácil, en el ritmo de la amargura. Aquí quizá el poeta peca un poco en la esquivez: “en un acto tan puro de energías de imágenes vividas”, es la realidad uno no puede construir una imagen sin la realidad, y la realidad de las calles de la ciudad está llena de amargura, hambre y de sobresaltos al vacío. Pero pronto termina el poeta consagrándose en lo social:
La vida es un regalo que nunca espera.
Como ese ángel
abre la yema de la mano.
Si bien la vida muchas veces no está planificada, el poeta nos enseña a abrir, a extender no sólo la yema sino toda la mano hacia el encuentro de lo grandioso: ser hermanos. Prosigue en que debemos tomar con calma la intensidad de los sinsabores de la vida hasta alcanzar el éxito:
Es hermoso leer la bondad de la inmensidad.
“Tú vives siempre en tus actos. / (…) La vida es lo que tú tocas”, nos dice Pedro Salinas en La voz a ti debida, nos sugiere que la vida son todos los triunfos, alegrías, los colores: el mundo, en que construye los misterios del hombre; pero César Toro Montalvo nos dice que la vida es inmensa en la medida en que el hombre se entregue a la vida:
Desde la vida inmensa,
desde el mundo,
en su ciencia exacta,
entrégate
a la vida.
Ricardo González Vigil plantea que C. T. M.: “Se ansía una meta sobrehumana: la comunicación plena, la obra total, la transfiguración vital”, la riesgosa tarea por independizar la letra por la palabra y construir la imagen de sí mismo. Esa condición lo lleva a decir con musicalidad sus odas, o carnavalear su lira y entonar la sílaba del verso.
Cómo identificar al poeta del antes y el después si sigue siendo el mismo, hasta su edad que surca por su frente, y con el silencio de su llanto, perdura como el niño que no tiene tino en el tiempo sino en su juego; es allí donde perdura la actividad y su retorno hasta su forma de existencia, su forma de ser:
Perduro en sombra, ya no espesura
estado total en mí, no excluyente
en sabiduría, tramado a la fuerza
de ser, plenitud de costa en haber sido,
secreto de mi forma, geografía
que no se destruye en gotas de agua.
“¡Ah Jesús, no te olvides de la noche del huerto!” exclama Baudelaire en Las flores del mal cuando expresa que, con razón renegaba San Pedro de Jesús. Ésta no es la condición del poeta Toro Montalvo, él no oculta a Dios, ni como hijo ni como padre, tampoco lo pone en el extremo ni lo identifica con el dolor del hombre; sino, que le da importancia como creador, que le agradece por su existencia. Para él, Dios es:
Él es el sendero de un cielo terrestre.
Ni el mar se aleja pequeño como su caridad.
Inmenso e incomparable
las aves le deben su arte de volar. (…)
Dios está en estas manos
que se abren de flores cuando cantan.
Dios te hizo
para poseer esta vida inmensa.
(Oda a Dios)
Viviré, es un poema egocéntrico, de absoluta soltura. En Tengo aromas azules, quiero pensar en el pesimismo en que cae el poeta en sus momentos de sombra: “Qué puedo hacer si la rosa / cae en espejo; / y siempre será igual, / igual porque la luna me imprime el agua.”
Luz Visionaria, es un poema de una luz que se adelanta, pero es la luz misma del poeta en que se guía: “Él me acompaña en la semilla, tantas veces / en la maravilla de su sueño que veo.” “Tantas veces necesaria”, es el juego de las palabras por construir un significado de tantas cosas necesarias pero a la vez tan fútiles. Se puede decir para qué vives si no tienes el espíritu de la vida misma. Es un poema como una Diana entre las hojas de un bosque, como una Tea entre la oscuridad y el goce:
Para qué el corazón sino es el beso
si no es su tibieza para qué la piedra.
(…)
Para qué la luz sino es la boca
si no es su canto para qué la muerte.
Para qué el dolor sino es el fin
si no es su inicio para qué estás
Para qué esperar sino soy yo
si no me vives para qué llorar.
(…)
Para terminar la parte UNO y con la intención de que el poeta vivirá muchos años lustros o siglos lustros. El propósito del poeta es tal vez olvidarse del momento, más que componer sus versos sin la intención de perdurar; debe ser el esfuerzo por los versos que tomen su propio lugar: “lo importante es lo que hay de tras del verso” como decía Borges. Bien, de todas formas, el poeta está viviendo entre dos siglos diferentes: el primero por las grandes atrocidades que cometieron los países capitalistas con sus guerras y el segundo, que se inicia con los inútiles pretextos para invadir los pueblos. La condición esta reflejada en la apacible vida del poeta, con sus ensueños y su austero trajinar por la tierra:
Quiero vivir durante un siglo
(…)
Ver cada pájaro como un compañero de mi canto
Dibujar desde un sueño los suspiros más hermosos
Beber la última gota premiada de la tierra
(…)
De ese modo seré el milagro de un niño dormido
Pero un día desapareceré como un aerolito
(…)
En fin
Quien sabe…
Quiero vivir durante un siglo.
Cómo se integra el poeta con el siglo o con los siglos hasta el propósito de su vida libre que sin condiciones no es necesaria; pero, sin embargo, cuando ésta se encuentra con la dudas se trasforma muy útil para la inteligencia y la muerte, y quién sabe, el tiempo y la construcción de la palabra.
DOS
Esta parte del libro contiene catorce poemas de colorido fruto de la imaginación. Y con la corteza de árbol firme en la imagen, nos hace procrear luciérnagas en la luz del día y nos van a dar sombra en plena luna llena de la noche. Son poemas de símbolos hechos de noche, de día y de fuego, del que nos pinta los objetos con el color del aire y todas las formas en que manifiesta el alma del poeta. Si el pesimismo existe, es por la condición elaborada de hacer poesía y si el optimismo decae, es porque es hombre de letras, para luego levantarse en el alba y mirar el mar que en su propio infinito, en sus libros, eternos compañeros y en sus sentimientos, eternos llantos en el silencio, o prósperas sonrisas fuera o dentro del silencio.
Los poemas en esta parte del libro me acondicionan en el esfuerzo de vivir con el símbolo del mar, del árbol, el fruto: las bellotas donde el poeta simboliza lo que más desea: lo prohibido y lo exagerado, para adentrarse de rodillas en su fruto, en el nido intangible del deseo y del amor:
Árbol que estás en chorro de luces cristalinas.
(…)
¿En qué fraternal sombra
yo no podré iluminar tu máscara?
A tus pies madeja de hojas, me postro
como un manto de insectos que te habitan.
(…)
…vigoroso compañero con pájaros alegres.
(Las bellotas doradas del árbol)
Toda la naturaleza y en todo gran poeta lleva una armadura, que se estimula para hacer una verdad o una mentira por medio de las palabras y aunque éstas se hagan cenizas, en esas cenizas hay algo maravilloso, hay una “magia oculta”, que nos seduce al encontrarlo en lo inencontrable, pero el poeta lo hace, lo ingiere y la esconde para disfrutarlo en el enfrentamiento con el papel en blanco:
La luna está en el sol
El cielo en el lago
El pájaro en la flor
La estrella en la piedra
(…)
Qué se puede pedir
Si esa magia
Me limpia los ojos
(Magia oculta)
Toda esta dulzura tangible nos une al significado y al mensaje de la canción cotidiana de las aves que viven en el poeta volando en sus propias ramas de la nostalgia, y de la vida, hasta la muerte que se llega a descubrir el vuelo y el sueño:
Desde el pecho
me sale el sol
que me deja dormir en gorjeos.
(Gorjeo terrestre)
Esta semilla terrestre en el poeta se hechiza por el júbilo de la reflexión misteriosa hacia la alegría del cual nos deja en suspenso; donde ni los dioses podrían disfrutarlo, sino el hombre:
El júbilo es un pan vivo que anima
a la persona y se estrena en fecundidad.
(…)
¿Si la paz fuera el júbilo más perfecto?
Qué Dios merecería la luz de este gozo.
(Este momento gozoso)
Los versos siguientes del poeta, me sugiere los versos de Gustavo Adolfo Bécquer de “Salón en el ángulo oscuro”, cuando describía con pasión sobre un arpa: “¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas, / como el pájaro duerme en las ramas, / esperando la mano de nieve / que sabe arrancarlas!”. No intento comparar, sino, dar el valor de ambos porque el poeta español se nutre del romanticismo para expresar en sus versos las condiciones de su momento, con la absoluta realidad; en cambio, el segundo se nutre de una visión soñadora, no con romanticismo, sino con inquietud de asombro, con la admiración a la guitarra por hacer de sus notas la compañía, y sin ellas se invade en la soledad del cemento en que se cuelga:
Si la veo colgada
de una cinta
en un recodo de la pared,
parece una botella de vino dorado,
que se dibuja en 8 que bosteza,
como que espera a alguien para
que la despierte de su soledad dormida.
(…)
Cuánto quisiera que su intensidad
no se me vaya del pecho, si me deja
silencios de escasa madera.
(La Guitarra)
Xavier Abril, plantea en el prólogo a Las crías de los huevos de mármol que: “Un verso de Toro, tomado al azar, no digo un poema, esconde en su fondo de cristal silábico, un talismán, una gema, un perfume, un suspiro, el aliento de los colores invisibles que anuncian el día íntegro del mundo.” Estas palabras definen la posición poética de C.T.M., porque en ella se encuentra la vasta categoría de hacer poesía. No sólo con el aire de poeta, sino con la sangre de poeta que no intenta superar a la poesía que le brinda la naturaleza:
Si la rosa
fuera mi olor
¿con qué esencia la vería?
(Rosa de perfume)
El país, Perú, no falta en su sangre, no falta en su momento, no escapa de su reflexión:
Este país
que me late
cada día, es
costa que me baña,
sierra de mi sangre,
selva de mi cerebro.
(…)
Perú.
Ese es mi Perú,
cosecha grande de mi voz.
(Perú Perú)
Los poemas subsiguientes van ser cantos desde la descripción (El patio), desde el motivo para hacer alegría (Motivos para cantar); desde la faz en que se esconde nuestros momentos y nuestro carnaval La máscara, donde el rostro del hombre: “En algunos / aparece / como en lenta sombra. / A otros se da idéntica.(…) Por qué mi máscara / es de varias / máscaras. / ¿Dios estará allí?” Esta duda sobre Dios hace del hombre un ser inconstante. También encontramos en El Poema el respeto del poeta por los versos y de cómo ellos van adueñándose del ser poeta para expandir en sus anchas palabras que dan música y humildad: “Lo siento en mi boca. Es un sedante / que me enciende el cerebro (...). Lo siento que me ensancha / adonde no está nadie.”
Hemos deseado la fruta, es similar a Las bellotas doradas del árbol, en donde la exquisitez del placer se hace evidente en la carne y en su naturaleza. La fruta es la vida, el amor, el producto del árbol en que se goza la exactitud y donde se materializa el tiempo del goce:
Está dispuesta
a contarnos
las fisuras de su plenilunio.
(…)
Sabrosa
de maternidad,
la siento saludable desde
el latido de su semilla.
(…)
En mi mano descansa. En mis labios
la saliva detiene la pulpa
en el punto exacto en que se origina.
(Hemos desea la fruta)
Esta parte del poemario termina con un poema usando el lenguaje que se expande a la plástica de la palabra creando así su propia entidad, su propia forma de la afirmación, éxtasis de la figura. La flor no es más que la forma de la palabra y su pulpa no es más que su significado en el producto de esa flor que vibra en el cuerpo y en el mundo por la amada y su naturaleza , con máximo artificio en que llega el poeta a expresar la belleza:
Qué pasará si se desviste la desnudez de la planta
y fabrica la carne en el perfume que se completa
en esa fresa plateada y relinda.
(…)
Qué pasará si esa flor abre su máscara
en tertulias terrenales, en la figura callada
e inmaterial que nos habla
casi en oración, única y sola, que ilumina
su aura –quejosa y vibrante- con ese diálogo
permanente de ser persona que se da y se entrega
en pulpa, en pulpa regada y abierta de flor.
(La pulpa de la flor)
La dualidad existente en esta parte de Desde la vida inmensa, existente en la vida del poeta, y la vida por hacer poesía, va a ser concebida por la existencia hacia la muerte, hacia el goce, hacia el placer, hacia la familiaridad de las cosas de la casa, y la realidad en su entorno que hace del poeta un cautivador de la “vida inmensa”.
TRES
César Toro Montalvo representa su arte con la música de las cosas, se manifiesta en el eco de las palabras, en que él, con su ritmo hindú, su elegancia gótica, y su admiración por la arquitectura medieval, y renacentista religiosa, admira la Capilla Sixtina, las luces de Venecia como las luces de la Plaza San Martín. Es un personaje dentro de su novelada poética, que incendia la imitación pura de la imagen fantasiosa.
En su poesía aparecen elementos del deseo, del amor, de la ternura, de la vida, de la muerte, de la admiración, de la duda; posiblemente, aunque no tanto, ubica su romanticismo maravilloso, su simbolismo misterioso en la integridad de la palabra para ser observada. Toda esa calidad de frescura y alquimia se encuentra en su poesía (más que en su labor de historiador literario) finamente ligada a la diversión infantil y a la edad que se gesta con la crónica de la vida.
En esta parte Desde la vida inmensa vamos a encontrar formas egureneanas como núcleo de lo divino y de la música desgarrada en las entrañas, con originalidad, hasta el punto de convertirse en el poeta del sueño:
Mírame si ya todo lo has mirado
con la sed del mirar.
(...)
Mírame en la pupila de tus ojos
hasta que me madure por tu azúcar.
Mírame, pan de cielo, que bendices
la medianoche plena de la luna.
(...)
Mírame al inventar la perfecta armonía
de la manzana roja.
(...)
Mírame como el pan que te apacigua el hambre,
la sed de todo amor.
(...)
Mírame lentamente hasta encenderte
con el fuego del mar.
(...)
Mírame por si aún es posible esconder
nuestro amor con el nombre unánime de Dios.
(…)
(Mírame)
Esa genialidad para esconder el verdadero significado del deseo, salirse de lo grotesco y convertir el poema en una sugerencia de actitud hacia el disfrute de la vida, hacia la permanencia del momento con la matutina carne, crece en la forma de las manos hasta el beso sobre el aire de los cuerpos:
Estás como que esperas.
Un poco más, y todo ha de durar.
Repite las veces del deseo,
-suavemente- en el filo, como quien
devuelve la lengua,
si estás en terciopelo, en poros
que se siente como cosa dulce.
(Consejos para besar)
Tócame
en la luz de mis rodillas para estar aquí
Tócame
para poner las fechas más felices en tu piel.
(Tócame)
Comprender la poesía de Cesar Toro Montalvo es comprender la universalidad de la ingenuidad o de la lujuria en la entrega, donde madura el temperamento del sentimiento:
Lenta o dictada por el aroma de tu lengua
me tocas el tiempo en que pulso
si la hora ha llegado
sin envidia en su tersura.
(…)
Te amo más allá
de lo que no sé si será pecado
hasta que sea el desborde de mi diamante.
(Mis venas que te hablan)
El encanto incoloro y monótono del estilo encadenado en la alegoría personal hace de la poesía, una poesía interior, de cámara elegante, en la naturaleza incolora de lo posible y lo fantástico para dar a la palabra vida e imagen al canto:
Acércate a vivir.
Conóceme a la mitad del deseo,
el más preciso de vivir,
en el amor del mundo exacto
-palabra que me sale de la lágrima-
como cosa
que me alegra.
(Dame un testimonio)
Sería importante plantear que el alma del poeta Toro Montalvo se encamina de alguna manera a establecer formas personales que se expresan con sinceridad y eso le da claridad porque es un arte que le sale como una lágrima en el rocío. Este rocío puede ser como el de César Moro, centellante entre la oscuridad, o como el de César Vallejo, purísimo de calidad y de sentimiento para decir que los dioses son los hombres entre sufrimientos y su fortaleza para el enfrentamiento. Pero creo que César Toro Montalvo esta más por el lado del primero en cuanto a la sutileza de expresar con fina categoría su lado personal:
Todo lo que fugo en ti
permanecerá
en su arena de alimento.
(Tatuaje)
Un canto mío es aún adolescente.
Lo abrazas erizada y en sal dulce.
Así te quería yo. Perfecta y sin miserias.
(Todo te alimenta)
Los últimos poemas de Desde la vida inmensa van a reflejar la experiencia del poeta con una sobrecarga de emociones acumulados en la experiencia, de sensaciones modernistas y posmodernistas donde el poeta es una unidad en el suyo, comparable en su madurez de poeta que en cierto modo se deja arrastrar por su lado individual: “Te ofrezco una boca / y una mano grande / que te hace apretándote.” (Hasta quedar nublado con tu belleza). La sátira con su embriaguez dionisiaca nos intimida con la euforia pagana del entusiasmo: “Estamos cogidos en sábanas, aire / de muchos garabatos, colcha / ajada al diálogo de la saliva.” (Diálogo de la saliva). La vitalidad de la tristeza se nutre de la esperanza y de la espera hasta complicarse en la duda en la pregunta firme del sentimiento: “¿Pienso, si el agua que sueño, / aún sería el milagro que se mueve / en el agua que me trae tus ojos?” (En el agua que me trae tus ojos).
Si me miras, pienso que es el poema más alegre y a la vez el poema más sugerente de llanto de esta última parte del poemario. Inquieta al juego, al cambio de actitud; es donde se depura lo directo y se estiliza lo concreto de la vida, del amor y la fantasía:
Si no vives
por qué mueres
sin mirarme.
Si me miras.
Deja de morir
para vivir
conmigo.
Para culminar con lo dicho sobre los poemas, Toda la altura de ese amor, es el poema bien elegido para cerrar Desde la vida inmensa; porque en él desarrolla toda la inquietud, toda la filosofía personal del poeta por encontrar la tranquilidad de su sentimiento hasta dibujar todos
los himnos de la felicidad, de la comprobación y la condena por encontrar la libertad. Todo este existencialismo por descifrar los espasmos del amor, tiene los afanes del poeta en el descubrimiento, en la que todo tiene significado, goce, encuentro y encanto del amor; pero, sin embargo, nos expresa que en todo ese entusiasmo, falta un espacio para la felicidad: para ser verdaderamente feliz
Desde el amor tengo la fortuna
de haber alcanzado el cielo.
(...)
Por el mar en que sabe la pasión,
por la rendida soledad en que un día esperé,
por la transparencia de este mundo en que me
perturbé; yo te pido que proclamemos
un beso infinito…
De haber amado hasta ser verdadero.
Verdadero en todo este amor.
(Toda la altura de ese amor)
En nuestra actualidad César Toro Montalvo es un poeta que siempre ha estado en la vanguardia, por su visión original y personal de nuestra realidad, y por la perfección formal que su poesía ha ido ubicándose en la literatura latinoamericana. Ha mostrado el arco iris de su imaginación y su auditiva imagen en la palabra. Es un poeta de la concreción poética, sometido al lenguaje y hacer formas tan distintas y distantes que se unen a la belleza y a la obra figurativa, donde están incluidos los abismos y las cimas de la inteligencia. Es un poeta que desde lejos, acompaña al compañero, pero se acerca para rendir su amistad y compañía. La experiencia humana con sus discípulos hace de él un amigo. César Toro Montalvo es y será el poeta del juego, del juego de la imagen con las palabras. Será el niño que madura sin perder la familiaridad con la tristeza, la alegría y el sueño.
César Toro Montalvo es el poeta que se rinde a la poesía. Tiene gran vitalidad de los que con sinceridad describen su clase, para desnudarlos en su pobreza. No es el poeta que tiene fundamentaciones arribistas, sino es el poeta que se acerca al llanto y muchas veces a la necesidad de la fantasía para hacer realidad las inquietudes del hombre que padece de amor, hambre, ignorancia y maltrato laboral. Desde la vida inmensa es una obra con el encuentro por el inmenso amor a la vida en todas sus formas.
Con Desde la vida inmensa abre las puertas de un auténtico arte, donde no se aísla la realidad y el deseo personal, donde no se esconde la muerte para encontrar a la vida en pos de espera. La figura personal y la voluntad por la vida y, hasta el pesimismo demo-burgués se muestran con sinceridad y esto es saludable porque muestra el problema en su completa realidad. Desde la vida inmensa está fuera de la aristocracia poética. Se encuentra con la virtuosa técnica de la figura poética. César Toro Montalvo cada vez renace, más grande y victorioso con la poesía y la vida. Es un poeta de fuerza humana.
Hablar de Desde la vida inmensa, es hablar de la vasta obra de César Toro Montalvo, planteada en su madurez de poeta; desde Mágicas y Mabú el meleno de la guitarra, Limbo, Torres y praderas de Machu Picchu, El libro del tío gorrión, Crisantemos, País Resentido y otros, en el cual han formado entre sus páginas al poeta. Sobre todo a mi parecer País Resentido, “toma de conciencia realista (…), experiencias arraigadas en la existencia social. Son experiencias asfixiantes, terribles, pero abiertas a la esperanza” (Ricardo González Vigil), nos muestra al hombre, desde su ventana, hasta comprometerse, sentir el desarraigo, la injusticia, la mentira andante de los políticos y el sentimiento voluntarioso por los desempleados y pobres del país:
en mi país vivir es sobrevivir,
busco un horizonte y encuentro una razón ardiente para
seguir, me remito al pasado y ardo como un caso inevitable,
estoy con todos mis muertos y con todos los que me sobreviven,
permanezco exhausto y sin poder gritar que estoy desencantado,
con el cogollo hasta el tope
tonel cuerpo hasta el agua,
aunque ciertas malas voluntades nos detengan,
nos dominen como en la conquista,
no tengo remedio para sobrevivir,
me cierran con llave, me tientan para salir,
me retornan y me sacan,
¿por dónde? (...)
país resentido es lo que soy,
tengo las glándulas del tamaño de mi país,
como tú estoy en el abismo entre el país ilegal y el país irreal,
el país a la deriva y el país posible…
No quería dejar de mencionar este poema “País resentido”, que más ha justificado la imagen de mi país, no por resentido ni atrasado, sino por las posibilidades que tiene en su profundo encanto de país. Esto no desmerece al poeta, sino lo nutre de pureza y compromiso, no con la actuación personal en el campo y la lucha, sino con la teoría de las palabras para el canto de los oprimidos. Tampoco se aprovecha, sino su visión plantea con pleno coraje los problemas de su clase.
Cuando leí por primera vez los poemas Desde la vida inmensa, un no sé qué de sensaciones estremecían mi imaginación.
Una por la composición y las imágenes, y otra por el sentimiento y la calidad puesta en los poemas. No tienen la forma intelectual que muchos esperan en la mayoría de composiciones, sino la sencillez de su belleza que nos estremece en el hechizo de la palabra. Puntualiza, edifica, decora, ejemplifica el mundo, integra la esperanza y el miedo, formaliza la sonrisa y la muerte con la vida; valida lo personal y el estremecimiento por lo social, incluye el movimiento de la sílaba: crea su propio lenguaje “con una capacidad fabuladora excepcional –vuelve maravilloso lo que apenas se nos presentaba como lo rutinario- y es el que trabaja el poeta” (Enrique Verástegui, en Oráculo, Nro. 6, 1986)
Desde la primera página, donde el poeta cita a Dante como iniciador de esta divina obra, quiero resaltar la actitud, no por el laberinto, pecados o hechos que imperan en la construcción de sus poemas, sino por la luz que reflejan, no egocéntricos como la cita, sino recargados de personalidad y justificación por encaminarse en sus aladas imágenes hacia lo ideal y el sueño, hacia la vida y la eternidad.
El libro está dividido en tres partes, nombrados por los números literalmente. En la parte UNO, presenta la preocupación del poeta por la vida, la muerte, la alegría y la naturaleza. En la parte DOS, traza la intención del poeta por lo cotidiano, por la imagen del verso, por la pertenencia a la tierra y por la alegría. La parte TRES, es el lado personal del poeta, su acto individual.
UNO
A la “vida” y a la “muerte”, posiblemente sino es en su totalidad, los poetas han cantado con más cuidado como al amor. Han sido cómplices de cuantos momentos de reflexión hilvanan con la naturaleza. En la primera parte, el poeta traduce sus intenciones, todos sus sentimientos en torno a estos grandes conceptos con la intención de hacer de la “vida” un verbo se dirija al verso.
El poeta integrara su voz por el arte y justifica ese arte para el hombre en su totalidad de pensador y creador; de alguna forma no está libre de sus actos, sino responsable de su creación, y vista en conjunto con sus lectores. Todas su complejidades se manifiestan como la perfección hasta renovar su experiencia y su propio arte. Es esta ley con la palabra que César Toro Montalvo es objeto de su propio pensamiento:
Me llegó la hora del gorrión, el pájaro
libre y raudo al que nada me parezco.
De ágiles transparencias está hecho mi vuelo.
Fui joven y ya soy lo contrario que un viejo,
viejo joven de cima que desciende al abismo
y remonta en su sangre hasta la luna,
donde valles y colinas son mágicas y claras
para el tonto galante en que me aplico.
(Elogio del pájaro)
Nos explica el transcurso de su vida y su lado temperamental sin complicaciones y sus formas de alejarse y acercarse a la experiencia, hasta alegorizar su vida con la luz y su forma, sin desmerece su calidad de hombre.
Esta realidad, símbolo de la construcción vivificante, se nutre con la alimentación de lecturas y relecturas, que vivifica la sílaba del poeta, límpido de borrones y de desasosiegos para el vuelo. Es el caminar del poeta a la integración sublime de hacer las cosas bajo su realidad icónica en que vive. Sigue en el mismo poema:
Estrellas cristalinas mejoran mis vocales.
Empapado y distante bajo la tempestad,
sólo soy papel que borrándose vuela,
ave azul más que feo pajarraco.
Yo deseo anudarme con un bosque,
(…)
donde hasta el agua misma me enamora
por ser pájaro en vuelo por la tierra.
(Elogio del Pájaro)
En Algo debe irse hoy está la duda del poeta, la condición de alejamiento hacia la indiferencia. Algo debe irse de los momentos condicionales de la vida, pero no el sentido y el significado concreto del cuerpo. Estos menudos versos, de gran intensidad filosófica, nos muestra al poeta progresista y democrático, que desea convivir con todos, sin importar las condiciones y diferencias; inclusive la muerte muestra sus signos de vida en cuanto significa muerte, que sentencia:
Que no sea la vida, que no
sea la muerte,
que no sea yo, ni tú,
ni nadie.
Algo debe irse hoy.
César Toro Montalvo, amante de la aventura y la vida, escribe casi la totalidad de los poemas Desde la vida inmensa, en ciudades como Madrid, Venecia, Roma, Frankfurt, Milán y su tierra natal Chiclayo. Entonces como admirador de la naturaleza, como viajero del constante imaginario, va procurar cantar su visión de estas ciudades y del profundo mar, su nostalgia, su preocupación por lo exagerado, la proeza de hilvanar palabras en torno al deseo infinito sobre el mar. En sus dos poemas: Odas a los navegantes (dedicado a Thiago de Mello, de quien es admirador) y El mar es tan breve (dedicado a Justo Jorge Patrón, poeta español y amigo suyo), refleja esta inquietud por la búsqueda de la igualdad y la necesidad de expresar sobre la vida en su tránsito, por conocerla en toda su naturaleza.
El primer poema que va a plantear, no ante al navegante que surca el mar, con remos o en su forma de cazador de peces, sino al navegante que se congoja con la vida y alegoriza al mar como una panacea para no desconocer la existencia:
Qué inusitado
resulta la proeza de ir de un techo
a otro techo del mundo
y llegar a una orilla extensa y luego otra
y otra para ver todos los océanos
hasta lo más profundo e inimitable, y sentir
que todo aquello que nos moja
es el mar, el mar altísimo, el mar absoluto.
O el llamado como intención de estar cerca de Dios en su profundo silencio: “…de ir con rumbo –o sin rumbo- hasta ser/ un volcán de emociones, y dudar/ de qué territorio, obra de sales marinas, son los navegantes (…) / Y luego exclamar –interminables- / hasta que Dios los escuche” (y un sinnúmero de definiciones del mar, es visto desde todas sus alturas y profundidades, como si Poseidón emergiera con todo el poder de su ojo, gritando al poeta sus opiniones sobre el mar):
Mar que se va tornando en la flor de las aguas (…)
Mar donde se unen el hombre y la mujer hasta ahogarse
Mar como el falo que se descrema en su novia (…)
Mar donde navega un Narciso ciego
Mar donde yo te pido permiso para ver las rosas (…)
Mar que a cierta hora huele a toda sal del mundo (…)
Mar de la muerte que sumerge ataúdes (…)
Mar de mis compañeros toda vez reunidos (…)
¡Mar de los navegantes!
(Oda a los navegantes)
En el otro poema, El Mar es tan breve, nos da a conocer de cómo el mar rige la intención va ha regir en la intención de expresar la vida. Va a ser la mirada del mar como una esperanza, como un sendero que se pierde con la muerte y aún con la vida. El mar que es algo cotidiano: “El mar es mi casa. / Su punto sin límites / está en medio de todos/.” Quizá sea la definición del mismo poeta que se ubica en medio de las alas para dirigir su vuelo, sin comprometerse a plenitud con determinada clase; y, el Mar es eso, acepta sin raza al hombre. Pero, además cuando uno está frente al mar, -según el poeta-, es intocable, desconocible, bastante humano, porque en su extensión la mirada alcanza su punto infinito, y sigue el mar tal como ha empezado:
El mar es tan breve
que me falta la vida.
(El mar es tan breve)
Según Octavio Paz, que conoció las palabras desde muy niño, que le parecían talismanes capaces de crear realidades insólitas y que posteriormente se convirtieron en tentación, del modo que quiso escribir poemas en la que cada palabra y cada sílaba tuviese un color y una resonancia, capaces de crear estados anímicos. Esta aclaración de cómo el poeta va formando su compromiso con la palabra, es el caso del poeta Toro Montalvo, porque él encuentra en la poesía el medio para dar luz sus ideas. “En alguna medida, todo poeta maneja el lenguaje como un calidoscopio. Las palabras, sacudidas por la emoción, cobran nuevas disposiciones y enlaces dentro de novedosas teorías. (…) Ha agitado con entusiasta frecuencia el mutante y colorido juguete”, dijo una vez Javier Sologuren, sobre la poesía de César Toro Montalvo. El juguete continúa tomando su color, continúa coloreando su arco iris, sílaba a sílaba.
La poesía de Toro Montalvo es la poesía de un labrador, de un maestro de escuela, de un catedrático; es la voz de él mismo, que va haciendo interrogantes sobre el camino que debe seguir el caminante por la vida. Toda esta intención es fruto del juego con la palabra y la seriedad con ella, y percibiendo el claroscuro de las cosas en la alegría:
Que la vida, sea en
la alegría de la vida.(…)
Que la muerte, sea en
la alegría de la muerte. (…)
Si el sol está,
que sea en la alegría del sol.
(La alegría)
No sólo la alegría, sino el papel del tiempo se torna en nuestras vidas con antítesis o símbolo de tristeza. Es el reclamo ingenuo que todo hombre tiene al mirar la naturaleza y sobre todo a los designios de la noche:
Si la noche es un grano
que se dispersa
en el espacio, debe haber
madurado
como en el comienzo.
El tiempo es breve
para que la noche
sea débil en sus estrellas.
(Que la noche no sea nunca)
La muerte es una interpretación simbólica de la historia personal del hombre antes que la vida culmine. El poeta con su religiosidad se aferra a que la vida no tiene consecuencias en la muerte, sino prosigue (es poeta y es lo que va a perdurar) donde está sólo la manifestación material, la continuación de otras formas de vida. La vida es un personaje más que nos acompaña, a pesar de la muerte:
A qué muerte, escondrijo de una trampa,
nos acecha para dejarnos sin aire.
A qué trampa, la muerte se nutre, si es a
ella la que le falta morir. (…)
A qué vida, la muerte no es el amor, si la
vida es el amor que nunca muere.
(Balada de nunca morir)
“La muerte es un sueño / que la vida prolonga./ (…) Los seres eternos -lo saben-/ no han muerto eternamente. La muerte / solo / es un sueño / de unos minutos, años, lustros, / o siglos.” Son versos de La muerte no existe, versos de la cima del poeta, con leve conformismo; pero hay que rescatar su calidad de constructor, de artífice de la palabra para tratar temas tan cotidianos y elementales que sumergen en la duda. Para el poeta, la muerte no existe, porque la vida se prolonga. Se prolonga cuando el hombre ha definido el por qué de su existencia. La muerte es sólo el sueño que se despierta en el recuerdo y el servicio del hombre hacia el hombre. Es por eso que no importa: “Mátame si tú quieres, mar de plomo impiadoso,/ (…) Mátame como si un puñal, un sol dorado o lúcido, (…) Muerte como un puñado de arena, / como el agua que en el hoyo queda solitaria” (“La muerte”). Son versos de Vicente Aleixandre de “La destrucción o el amor”, que podemos comparar con los versos del poeta Toro Montalvo, en el que reflejan a la muerte como inofensiva, sino más bien es la prolongación en los hechos:
Si sabes que vivirás.
No necesitas que la muerte te llame.
(La muerte no existe)
En su poema Soy la casa, el poeta subyace en la consagración de sus lecturas: “La sabiduría me llega en floreros y libros, / y es cada hermosura que deja su luz”, el verso del maestro ilustrado, que va explicando a sus discípulos, el por qué de las flores de un jardín; es motivo de construcción de una casa donde se encuentran todas sus inquietudes y llantos. Está como si esperara a Dios cada mañana que bendice cada lugar de su casa: con la gracia del vivir. Con la rosa en el agua y con el agua en la sed:
Aún se siente
el sol
en el día de vivir.
(En el día de vivir)
No existen formas que por más condición que tenga el hombre, el “pan” no falte, y en la clase media y baja donde hasta se hace escaso “el pan”, es símbolo de alegría o de preocupación cuando éste falta. César Toro Montalvo es la figura intelectual de nuestro país, mal remunerado, maltratado por la gran recarga de horas en el trabajo; y, sobre todo la institución en la que él trabaja, que no se dan cuenta del valor que tienen en sus aulas. Es por eso que “canta al pan” con pasión:
El fruto se vuelve
verdad en sus migas. (…)
En ese olor de su cielo
se me aroma el olvido. (…)
El pan… Ah, el pan.
Es un compañero
blando
como todo domingo en la casa.
(Cuando abro el pan)
Cuánta dulzura, cuánta motivación por comprender el dolor, cuánta plenitud para el desvelo, cuántas ganas por mostrar a la vida en su propia fuerza existe en su poema La fuerza de la vida. Pero cuánta ternura, para nombrar a su madre. Ya no es el poema nostálgico como Mi verdadero padre, de "Retrato Memorable", sino una construcción descriptiva de elevación y júbilo en ese precioso poema Mi madre Eulalia:
Guárdala Señor en tu cuaderno, si algo
debes guardar en mi cuaderno de rezos. (…)
Mona, menuda, cantarina, chispeante,
así es mi Eulalia. Norteña del Perú, en fibra
de caña, con enjambre de gorriones, hasta
los cuatro puntos cardinales, en sus labores
de agua, de Dios, o de frutas…
La ilustración que hace el pintor Miguel Brenner con ocasión de “Cristo de la espiga”, refleja plenamente la interrogación del texto: un cristo pensativo. El poema complace a la duda. Juzga la inquietud del vuelo hacia la vida, se despierta la idealización del poeta por un día nuevo:
Si Cristo y espiga son dos palomas
de otoño, cuándo despertar si soy
la bóveda cósmica, como sol y luna
que se citan en este amor constelado.
(…)
Del cual comienza su duda:
¿Por qué la espiga es un Cristo que se ama?
(Cristo de la Espiga)
Antes de comentar el poema que lleva el título de este elegante libro, quiero citar a Abraham Valdelomar: “CORAZÓN! Ponte en pie! Cierra tu herida. / Seca tu llanto, alegra tu mansión, / olvida tu dolor, tu pena olvida, / cubre de flores, tu sutil guarida / y hoy que la Primavera te convida, / Corazón, ponte en pie, cierra tu herida / toma el tricornio y canta, corazón”. Estos versos que hacen a uno sumergirse en la catarsis de la vida y su motivo, primordializan la función de la poesía, esa función que sugiere posibilidades hasta el llanto y a la complacencia por amar a la vida; todo ello tiene en su cápsula al poema Desde la vida inmensa, construcción de 20 versos, de las cuales se centra la inteligencia, la religiosidad, la convivencia de la tierra con sus sobresaltos. En ella se nutre el afán de ser y la bondad que es la personalidad del poeta. Cada verso tiene su por qué, y para qué de acuerdo a cada estrofa. Desde sus dos primeros versos el poeta nos inspira amar a la vida sin límites, pero sin descarriarse de esos límites:
Ama desde la vida inmensa,
extremadamente sin límites.
Y prosigue:
No dejes que la vida, afán de nuestro ser,
se disuelva en la tierra dulce, fuera
del ritmo del odio, sin saberlo
en la soledad, en una cato tan puro
de energías de imágenes vividas.
Que la vida no sea utilizada para el liberalismo de la vida, sino, que tenga una intención en la alegría, que no se “disuelva en la tierra dulce”, en lo fácil, en el ritmo de la amargura. Aquí quizá el poeta peca un poco en la esquivez: “en un acto tan puro de energías de imágenes vividas”, es la realidad uno no puede construir una imagen sin la realidad, y la realidad de las calles de la ciudad está llena de amargura, hambre y de sobresaltos al vacío. Pero pronto termina el poeta consagrándose en lo social:
La vida es un regalo que nunca espera.
Como ese ángel
abre la yema de la mano.
Si bien la vida muchas veces no está planificada, el poeta nos enseña a abrir, a extender no sólo la yema sino toda la mano hacia el encuentro de lo grandioso: ser hermanos. Prosigue en que debemos tomar con calma la intensidad de los sinsabores de la vida hasta alcanzar el éxito:
Es hermoso leer la bondad de la inmensidad.
“Tú vives siempre en tus actos. / (…) La vida es lo que tú tocas”, nos dice Pedro Salinas en La voz a ti debida, nos sugiere que la vida son todos los triunfos, alegrías, los colores: el mundo, en que construye los misterios del hombre; pero César Toro Montalvo nos dice que la vida es inmensa en la medida en que el hombre se entregue a la vida:
Desde la vida inmensa,
desde el mundo,
en su ciencia exacta,
entrégate
a la vida.
Ricardo González Vigil plantea que C. T. M.: “Se ansía una meta sobrehumana: la comunicación plena, la obra total, la transfiguración vital”, la riesgosa tarea por independizar la letra por la palabra y construir la imagen de sí mismo. Esa condición lo lleva a decir con musicalidad sus odas, o carnavalear su lira y entonar la sílaba del verso.
Cómo identificar al poeta del antes y el después si sigue siendo el mismo, hasta su edad que surca por su frente, y con el silencio de su llanto, perdura como el niño que no tiene tino en el tiempo sino en su juego; es allí donde perdura la actividad y su retorno hasta su forma de existencia, su forma de ser:
Perduro en sombra, ya no espesura
estado total en mí, no excluyente
en sabiduría, tramado a la fuerza
de ser, plenitud de costa en haber sido,
secreto de mi forma, geografía
que no se destruye en gotas de agua.
“¡Ah Jesús, no te olvides de la noche del huerto!” exclama Baudelaire en Las flores del mal cuando expresa que, con razón renegaba San Pedro de Jesús. Ésta no es la condición del poeta Toro Montalvo, él no oculta a Dios, ni como hijo ni como padre, tampoco lo pone en el extremo ni lo identifica con el dolor del hombre; sino, que le da importancia como creador, que le agradece por su existencia. Para él, Dios es:
Él es el sendero de un cielo terrestre.
Ni el mar se aleja pequeño como su caridad.
Inmenso e incomparable
las aves le deben su arte de volar. (…)
Dios está en estas manos
que se abren de flores cuando cantan.
Dios te hizo
para poseer esta vida inmensa.
(Oda a Dios)
Viviré, es un poema egocéntrico, de absoluta soltura. En Tengo aromas azules, quiero pensar en el pesimismo en que cae el poeta en sus momentos de sombra: “Qué puedo hacer si la rosa / cae en espejo; / y siempre será igual, / igual porque la luna me imprime el agua.”
Luz Visionaria, es un poema de una luz que se adelanta, pero es la luz misma del poeta en que se guía: “Él me acompaña en la semilla, tantas veces / en la maravilla de su sueño que veo.” “Tantas veces necesaria”, es el juego de las palabras por construir un significado de tantas cosas necesarias pero a la vez tan fútiles. Se puede decir para qué vives si no tienes el espíritu de la vida misma. Es un poema como una Diana entre las hojas de un bosque, como una Tea entre la oscuridad y el goce:
Para qué el corazón sino es el beso
si no es su tibieza para qué la piedra.
(…)
Para qué la luz sino es la boca
si no es su canto para qué la muerte.
Para qué el dolor sino es el fin
si no es su inicio para qué estás
Para qué esperar sino soy yo
si no me vives para qué llorar.
(…)
Para terminar la parte UNO y con la intención de que el poeta vivirá muchos años lustros o siglos lustros. El propósito del poeta es tal vez olvidarse del momento, más que componer sus versos sin la intención de perdurar; debe ser el esfuerzo por los versos que tomen su propio lugar: “lo importante es lo que hay de tras del verso” como decía Borges. Bien, de todas formas, el poeta está viviendo entre dos siglos diferentes: el primero por las grandes atrocidades que cometieron los países capitalistas con sus guerras y el segundo, que se inicia con los inútiles pretextos para invadir los pueblos. La condición esta reflejada en la apacible vida del poeta, con sus ensueños y su austero trajinar por la tierra:
Quiero vivir durante un siglo
(…)
Ver cada pájaro como un compañero de mi canto
Dibujar desde un sueño los suspiros más hermosos
Beber la última gota premiada de la tierra
(…)
De ese modo seré el milagro de un niño dormido
Pero un día desapareceré como un aerolito
(…)
En fin
Quien sabe…
Quiero vivir durante un siglo.
Cómo se integra el poeta con el siglo o con los siglos hasta el propósito de su vida libre que sin condiciones no es necesaria; pero, sin embargo, cuando ésta se encuentra con la dudas se trasforma muy útil para la inteligencia y la muerte, y quién sabe, el tiempo y la construcción de la palabra.
DOS
Esta parte del libro contiene catorce poemas de colorido fruto de la imaginación. Y con la corteza de árbol firme en la imagen, nos hace procrear luciérnagas en la luz del día y nos van a dar sombra en plena luna llena de la noche. Son poemas de símbolos hechos de noche, de día y de fuego, del que nos pinta los objetos con el color del aire y todas las formas en que manifiesta el alma del poeta. Si el pesimismo existe, es por la condición elaborada de hacer poesía y si el optimismo decae, es porque es hombre de letras, para luego levantarse en el alba y mirar el mar que en su propio infinito, en sus libros, eternos compañeros y en sus sentimientos, eternos llantos en el silencio, o prósperas sonrisas fuera o dentro del silencio.
Los poemas en esta parte del libro me acondicionan en el esfuerzo de vivir con el símbolo del mar, del árbol, el fruto: las bellotas donde el poeta simboliza lo que más desea: lo prohibido y lo exagerado, para adentrarse de rodillas en su fruto, en el nido intangible del deseo y del amor:
Árbol que estás en chorro de luces cristalinas.
(…)
¿En qué fraternal sombra
yo no podré iluminar tu máscara?
A tus pies madeja de hojas, me postro
como un manto de insectos que te habitan.
(…)
…vigoroso compañero con pájaros alegres.
(Las bellotas doradas del árbol)
Toda la naturaleza y en todo gran poeta lleva una armadura, que se estimula para hacer una verdad o una mentira por medio de las palabras y aunque éstas se hagan cenizas, en esas cenizas hay algo maravilloso, hay una “magia oculta”, que nos seduce al encontrarlo en lo inencontrable, pero el poeta lo hace, lo ingiere y la esconde para disfrutarlo en el enfrentamiento con el papel en blanco:
La luna está en el sol
El cielo en el lago
El pájaro en la flor
La estrella en la piedra
(…)
Qué se puede pedir
Si esa magia
Me limpia los ojos
(Magia oculta)
Toda esta dulzura tangible nos une al significado y al mensaje de la canción cotidiana de las aves que viven en el poeta volando en sus propias ramas de la nostalgia, y de la vida, hasta la muerte que se llega a descubrir el vuelo y el sueño:
Desde el pecho
me sale el sol
que me deja dormir en gorjeos.
(Gorjeo terrestre)
Esta semilla terrestre en el poeta se hechiza por el júbilo de la reflexión misteriosa hacia la alegría del cual nos deja en suspenso; donde ni los dioses podrían disfrutarlo, sino el hombre:
El júbilo es un pan vivo que anima
a la persona y se estrena en fecundidad.
(…)
¿Si la paz fuera el júbilo más perfecto?
Qué Dios merecería la luz de este gozo.
(Este momento gozoso)
Los versos siguientes del poeta, me sugiere los versos de Gustavo Adolfo Bécquer de “Salón en el ángulo oscuro”, cuando describía con pasión sobre un arpa: “¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas, / como el pájaro duerme en las ramas, / esperando la mano de nieve / que sabe arrancarlas!”. No intento comparar, sino, dar el valor de ambos porque el poeta español se nutre del romanticismo para expresar en sus versos las condiciones de su momento, con la absoluta realidad; en cambio, el segundo se nutre de una visión soñadora, no con romanticismo, sino con inquietud de asombro, con la admiración a la guitarra por hacer de sus notas la compañía, y sin ellas se invade en la soledad del cemento en que se cuelga:
Si la veo colgada
de una cinta
en un recodo de la pared,
parece una botella de vino dorado,
que se dibuja en 8 que bosteza,
como que espera a alguien para
que la despierte de su soledad dormida.
(…)
Cuánto quisiera que su intensidad
no se me vaya del pecho, si me deja
silencios de escasa madera.
(La Guitarra)
Xavier Abril, plantea en el prólogo a Las crías de los huevos de mármol que: “Un verso de Toro, tomado al azar, no digo un poema, esconde en su fondo de cristal silábico, un talismán, una gema, un perfume, un suspiro, el aliento de los colores invisibles que anuncian el día íntegro del mundo.” Estas palabras definen la posición poética de C.T.M., porque en ella se encuentra la vasta categoría de hacer poesía. No sólo con el aire de poeta, sino con la sangre de poeta que no intenta superar a la poesía que le brinda la naturaleza:
Si la rosa
fuera mi olor
¿con qué esencia la vería?
(Rosa de perfume)
El país, Perú, no falta en su sangre, no falta en su momento, no escapa de su reflexión:
Este país
que me late
cada día, es
costa que me baña,
sierra de mi sangre,
selva de mi cerebro.
(…)
Perú.
Ese es mi Perú,
cosecha grande de mi voz.
(Perú Perú)
Los poemas subsiguientes van ser cantos desde la descripción (El patio), desde el motivo para hacer alegría (Motivos para cantar); desde la faz en que se esconde nuestros momentos y nuestro carnaval La máscara, donde el rostro del hombre: “En algunos / aparece / como en lenta sombra. / A otros se da idéntica.(…) Por qué mi máscara / es de varias / máscaras. / ¿Dios estará allí?” Esta duda sobre Dios hace del hombre un ser inconstante. También encontramos en El Poema el respeto del poeta por los versos y de cómo ellos van adueñándose del ser poeta para expandir en sus anchas palabras que dan música y humildad: “Lo siento en mi boca. Es un sedante / que me enciende el cerebro (...). Lo siento que me ensancha / adonde no está nadie.”
Hemos deseado la fruta, es similar a Las bellotas doradas del árbol, en donde la exquisitez del placer se hace evidente en la carne y en su naturaleza. La fruta es la vida, el amor, el producto del árbol en que se goza la exactitud y donde se materializa el tiempo del goce:
Está dispuesta
a contarnos
las fisuras de su plenilunio.
(…)
Sabrosa
de maternidad,
la siento saludable desde
el latido de su semilla.
(…)
En mi mano descansa. En mis labios
la saliva detiene la pulpa
en el punto exacto en que se origina.
(Hemos desea la fruta)
Esta parte del poemario termina con un poema usando el lenguaje que se expande a la plástica de la palabra creando así su propia entidad, su propia forma de la afirmación, éxtasis de la figura. La flor no es más que la forma de la palabra y su pulpa no es más que su significado en el producto de esa flor que vibra en el cuerpo y en el mundo por la amada y su naturaleza , con máximo artificio en que llega el poeta a expresar la belleza:
Qué pasará si se desviste la desnudez de la planta
y fabrica la carne en el perfume que se completa
en esa fresa plateada y relinda.
(…)
Qué pasará si esa flor abre su máscara
en tertulias terrenales, en la figura callada
e inmaterial que nos habla
casi en oración, única y sola, que ilumina
su aura –quejosa y vibrante- con ese diálogo
permanente de ser persona que se da y se entrega
en pulpa, en pulpa regada y abierta de flor.
(La pulpa de la flor)
La dualidad existente en esta parte de Desde la vida inmensa, existente en la vida del poeta, y la vida por hacer poesía, va a ser concebida por la existencia hacia la muerte, hacia el goce, hacia el placer, hacia la familiaridad de las cosas de la casa, y la realidad en su entorno que hace del poeta un cautivador de la “vida inmensa”.
TRES
César Toro Montalvo representa su arte con la música de las cosas, se manifiesta en el eco de las palabras, en que él, con su ritmo hindú, su elegancia gótica, y su admiración por la arquitectura medieval, y renacentista religiosa, admira la Capilla Sixtina, las luces de Venecia como las luces de la Plaza San Martín. Es un personaje dentro de su novelada poética, que incendia la imitación pura de la imagen fantasiosa.
En su poesía aparecen elementos del deseo, del amor, de la ternura, de la vida, de la muerte, de la admiración, de la duda; posiblemente, aunque no tanto, ubica su romanticismo maravilloso, su simbolismo misterioso en la integridad de la palabra para ser observada. Toda esa calidad de frescura y alquimia se encuentra en su poesía (más que en su labor de historiador literario) finamente ligada a la diversión infantil y a la edad que se gesta con la crónica de la vida.
En esta parte Desde la vida inmensa vamos a encontrar formas egureneanas como núcleo de lo divino y de la música desgarrada en las entrañas, con originalidad, hasta el punto de convertirse en el poeta del sueño:
Mírame si ya todo lo has mirado
con la sed del mirar.
(...)
Mírame en la pupila de tus ojos
hasta que me madure por tu azúcar.
Mírame, pan de cielo, que bendices
la medianoche plena de la luna.
(...)
Mírame al inventar la perfecta armonía
de la manzana roja.
(...)
Mírame como el pan que te apacigua el hambre,
la sed de todo amor.
(...)
Mírame lentamente hasta encenderte
con el fuego del mar.
(...)
Mírame por si aún es posible esconder
nuestro amor con el nombre unánime de Dios.
(…)
(Mírame)
Esa genialidad para esconder el verdadero significado del deseo, salirse de lo grotesco y convertir el poema en una sugerencia de actitud hacia el disfrute de la vida, hacia la permanencia del momento con la matutina carne, crece en la forma de las manos hasta el beso sobre el aire de los cuerpos:
Estás como que esperas.
Un poco más, y todo ha de durar.
Repite las veces del deseo,
-suavemente- en el filo, como quien
devuelve la lengua,
si estás en terciopelo, en poros
que se siente como cosa dulce.
(Consejos para besar)
Tócame
en la luz de mis rodillas para estar aquí
Tócame
para poner las fechas más felices en tu piel.
(Tócame)
Comprender la poesía de Cesar Toro Montalvo es comprender la universalidad de la ingenuidad o de la lujuria en la entrega, donde madura el temperamento del sentimiento:
Lenta o dictada por el aroma de tu lengua
me tocas el tiempo en que pulso
si la hora ha llegado
sin envidia en su tersura.
(…)
Te amo más allá
de lo que no sé si será pecado
hasta que sea el desborde de mi diamante.
(Mis venas que te hablan)
El encanto incoloro y monótono del estilo encadenado en la alegoría personal hace de la poesía, una poesía interior, de cámara elegante, en la naturaleza incolora de lo posible y lo fantástico para dar a la palabra vida e imagen al canto:
Acércate a vivir.
Conóceme a la mitad del deseo,
el más preciso de vivir,
en el amor del mundo exacto
-palabra que me sale de la lágrima-
como cosa
que me alegra.
(Dame un testimonio)
Sería importante plantear que el alma del poeta Toro Montalvo se encamina de alguna manera a establecer formas personales que se expresan con sinceridad y eso le da claridad porque es un arte que le sale como una lágrima en el rocío. Este rocío puede ser como el de César Moro, centellante entre la oscuridad, o como el de César Vallejo, purísimo de calidad y de sentimiento para decir que los dioses son los hombres entre sufrimientos y su fortaleza para el enfrentamiento. Pero creo que César Toro Montalvo esta más por el lado del primero en cuanto a la sutileza de expresar con fina categoría su lado personal:
Todo lo que fugo en ti
permanecerá
en su arena de alimento.
(Tatuaje)
Un canto mío es aún adolescente.
Lo abrazas erizada y en sal dulce.
Así te quería yo. Perfecta y sin miserias.
(Todo te alimenta)
Los últimos poemas de Desde la vida inmensa van a reflejar la experiencia del poeta con una sobrecarga de emociones acumulados en la experiencia, de sensaciones modernistas y posmodernistas donde el poeta es una unidad en el suyo, comparable en su madurez de poeta que en cierto modo se deja arrastrar por su lado individual: “Te ofrezco una boca / y una mano grande / que te hace apretándote.” (Hasta quedar nublado con tu belleza). La sátira con su embriaguez dionisiaca nos intimida con la euforia pagana del entusiasmo: “Estamos cogidos en sábanas, aire / de muchos garabatos, colcha / ajada al diálogo de la saliva.” (Diálogo de la saliva). La vitalidad de la tristeza se nutre de la esperanza y de la espera hasta complicarse en la duda en la pregunta firme del sentimiento: “¿Pienso, si el agua que sueño, / aún sería el milagro que se mueve / en el agua que me trae tus ojos?” (En el agua que me trae tus ojos).
Si me miras, pienso que es el poema más alegre y a la vez el poema más sugerente de llanto de esta última parte del poemario. Inquieta al juego, al cambio de actitud; es donde se depura lo directo y se estiliza lo concreto de la vida, del amor y la fantasía:
Si no vives
por qué mueres
sin mirarme.
Si me miras.
Deja de morir
para vivir
conmigo.
Para culminar con lo dicho sobre los poemas, Toda la altura de ese amor, es el poema bien elegido para cerrar Desde la vida inmensa; porque en él desarrolla toda la inquietud, toda la filosofía personal del poeta por encontrar la tranquilidad de su sentimiento hasta dibujar todos
los himnos de la felicidad, de la comprobación y la condena por encontrar la libertad. Todo este existencialismo por descifrar los espasmos del amor, tiene los afanes del poeta en el descubrimiento, en la que todo tiene significado, goce, encuentro y encanto del amor; pero, sin embargo, nos expresa que en todo ese entusiasmo, falta un espacio para la felicidad: para ser verdaderamente feliz
Desde el amor tengo la fortuna
de haber alcanzado el cielo.
(...)
Por el mar en que sabe la pasión,
por la rendida soledad en que un día esperé,
por la transparencia de este mundo en que me
perturbé; yo te pido que proclamemos
un beso infinito…
De haber amado hasta ser verdadero.
Verdadero en todo este amor.
(Toda la altura de ese amor)
En nuestra actualidad César Toro Montalvo es un poeta que siempre ha estado en la vanguardia, por su visión original y personal de nuestra realidad, y por la perfección formal que su poesía ha ido ubicándose en la literatura latinoamericana. Ha mostrado el arco iris de su imaginación y su auditiva imagen en la palabra. Es un poeta de la concreción poética, sometido al lenguaje y hacer formas tan distintas y distantes que se unen a la belleza y a la obra figurativa, donde están incluidos los abismos y las cimas de la inteligencia. Es un poeta que desde lejos, acompaña al compañero, pero se acerca para rendir su amistad y compañía. La experiencia humana con sus discípulos hace de él un amigo. César Toro Montalvo es y será el poeta del juego, del juego de la imagen con las palabras. Será el niño que madura sin perder la familiaridad con la tristeza, la alegría y el sueño.
César Toro Montalvo es el poeta que se rinde a la poesía. Tiene gran vitalidad de los que con sinceridad describen su clase, para desnudarlos en su pobreza. No es el poeta que tiene fundamentaciones arribistas, sino es el poeta que se acerca al llanto y muchas veces a la necesidad de la fantasía para hacer realidad las inquietudes del hombre que padece de amor, hambre, ignorancia y maltrato laboral. Desde la vida inmensa es una obra con el encuentro por el inmenso amor a la vida en todas sus formas.
Con Desde la vida inmensa abre las puertas de un auténtico arte, donde no se aísla la realidad y el deseo personal, donde no se esconde la muerte para encontrar a la vida en pos de espera. La figura personal y la voluntad por la vida y, hasta el pesimismo demo-burgués se muestran con sinceridad y esto es saludable porque muestra el problema en su completa realidad. Desde la vida inmensa está fuera de la aristocracia poética. Se encuentra con la virtuosa técnica de la figura poética. César Toro Montalvo cada vez renace, más grande y victorioso con la poesía y la vida. Es un poeta de fuerza humana.
Mi gratitud Poeta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario