[Vivimos en una época consumista, apisonada por el vivir de las ausencias en nuestra morada, hastiada por toda culpa de poder respirar mejor; donde la belleza se maquilla en los supermercados, concursos y salones artificiales llenos de plomo y envejecimiento prematuro. Esta época es nuestra y en ella hablar de la yerba es toda una injusticia; pero hablar de poesía es toda una infracción, una componenda a nuestros nervios desiguales en cada palabra. Esta infracción a la minúscula arca de la casa es la entereza de pocas personas que no se distancian del diálogo continuo con la realidad, que no se divorcian de la exigencia, de la denuncia al crimen en Medio Oriente, sobre todo en Libia por los propósitos de la OTAN, que nunca ha traído primaveras; el hambre en Haití, África y el Perú; quebrantamiento que nos embadurna los ojos en una calle de Santa Anita, Comas..., Lima, Trujillo, Chiclayo, Chachapoyas, etc.
Quiero con este paréntesis hacer una serie de pareceres a los libros de poesía que durante estos últimos meses han llegado a no dormir en mi mesa; sino a despertarme de la posibilidad de vivir, que es la poesía, una posibilidad tan urgente como el agua, el amor, la belleza; como todo acto de reclamo a esta forma de existir. Me “reafirmaré si mi convicción que lo válido y tangible y disfrutable en la poesía es el poema y que a él es a quien hay que prestar atención y reverencia” yo también revalido la importancia del poema como E. Adolfo Westphalen para digerir las experiencia y la realidad como una suma de estilos que nos hacen reflexionar sobre los modos de esta vida azarosa y expuesta a lo irremediable.
“La poesía no debe utilizarse para contar lo que a uno lo sucede. Yo prefiero pensar y dejar que esas vivencias se transformen en reflexiones, en palabras”, planteaba Blanca Valera idea que debe ser consignada en nuestra razón con “acento propio y valor original” como decía nuestro gran amauta César Vallejo.
Empezaré nombrando por partes a cada opinión de libro o conjunto de libros de acuerdo al tiempo que me fueron confiados.]
En Demolición de los reinos (segundo libro); Grupo Literario Signos; poesía 2008–2009; Sol Negro Editores, 2010; existe una reafirmación como diría T. Eliot “que los buenos poetas hacen algo mejor, o al menos algo diferente”. Quizá aquella definición sea una exactitud para los integrantes de Signos y que, seguramente, irá afianzándose con sus disgustos y esperanzas. En este libro la consonancia de la huida, del hastío y con la disímil realidad, se afinan con la confrontación con Dios que se suspende de un péndulo para endosar el dolor del hombre, con el desorden, sigilo que según ellos mismos “debe ser revelado a quienes no pueden percibirlo”.
Signos demuestra la capacidad para desgobernar a la palabra bonita, de aquella que intuye entre la dignidad y la contradicción, para hacer de la poesía un imperioso mundo del caos, del desorden, de la mentira y la verdad. Este libro es como un aviso para tener cuidado en el borde de un abismo. Es una poesía donde se testimonia ideas.
Impresiones que engrandecen las imágenes como insulsos o listos dependientes, que van creciendo en el vientre de arena de una bestia; ciudad irremediable de la individualidad y la huida. La esperanza se demuele en todo cuerpo, en todo espíritu vacío por el sol que cada vez brilla menos sobre nuestras máscaras vacantes de fe en el hombre. La idea de la intercesión como un plan de protección se desvanece porque la situación del hombre en su historia moderna se opaca con lo insostenible. Las palabras son un cuerpo pródigo de la razón; los poemas muelen la imagen para convertirla en sangre silábica y verbal de un reino destruido en la búsqueda de su perfección casi religiosa, que ha despertado siempre con el loco sentido de nuestro llanto.
La idea de Dios es una complicidad con la duda, con lo ajeno y con el sufrimiento del hombre más común desde su nacimiento. Dios es una idea que conspira con el frío de los huesos o es una oscuridad entre las cruces de un cementerio que se apolilla en todo el dolor enlutecido de nuestras lenguas que gustan de toda pesadilla, de esta vida. Dios también es la justificación de la muerte o la maldición del hombre de su propio genocidio; como si lo encantara lo ahumado antes que la germinación de las semillas.
La falta de compañerismo es propia de esta sociedad moderna que, magramente, va pateando los espíritus de golosinas al tajo de las esperanzas, al averno de la misma muerte porque el argumento irremediable, inamovible, decepcionante que existe bajo y sobre nuestra piel de contemplación y carnaval. Todo ello manifiesta la poesía de Signos.
José Abad, en Los últimos días de Caín, por ejemplo transmite un visionario mensaje, persistente con el ruido de la ciudad que va creciendo como una danza lúgubre de la noche; donde la persona es un tallo degradándose con su propia voz, nada perenne, en este reino dominado por la sombra y el recuerdo. Cromwell Castillo, en ¿Dónde acaso es camino?, además de todas las contemplaciones anteriores, me hace percibir que dice sus poemas como Facundo Cabral, como plegarias o sentencias de una guitarra que va trastocando cada palabra en nuestra garganta. Ronald Calle Córdova, en Abandono del Hastío, simplifica la realidad amorosa, más allá de la huida de esta realidad; pero manifestando todas las influencias infames de este sistema que naufragan en el hombre; en su trabajo y su prisa por la esperanza. César Boyd Brenis, en Persistencia del alarido, se acentúa el poema como una hechura del ¿qué es poesía? o de las palabras, que van acomodándose en una idea, en la intuición de la existencia. Es una respiración profunda que vulnera la creación y la muerte.
Signos es el proceso de lectura ingeniosa de nuestra realidad que con su fenómeno poético van condensando la poesía como una comunicación sensible del pensamiento para serenarnos en la partida o salida de la duda, mentira o verdad que han tomado forma y existencia en los poemas.
Quiero con este paréntesis hacer una serie de pareceres a los libros de poesía que durante estos últimos meses han llegado a no dormir en mi mesa; sino a despertarme de la posibilidad de vivir, que es la poesía, una posibilidad tan urgente como el agua, el amor, la belleza; como todo acto de reclamo a esta forma de existir. Me “reafirmaré si mi convicción que lo válido y tangible y disfrutable en la poesía es el poema y que a él es a quien hay que prestar atención y reverencia” yo también revalido la importancia del poema como E. Adolfo Westphalen para digerir las experiencia y la realidad como una suma de estilos que nos hacen reflexionar sobre los modos de esta vida azarosa y expuesta a lo irremediable.
“La poesía no debe utilizarse para contar lo que a uno lo sucede. Yo prefiero pensar y dejar que esas vivencias se transformen en reflexiones, en palabras”, planteaba Blanca Valera idea que debe ser consignada en nuestra razón con “acento propio y valor original” como decía nuestro gran amauta César Vallejo.
Empezaré nombrando por partes a cada opinión de libro o conjunto de libros de acuerdo al tiempo que me fueron confiados.]
En Demolición de los reinos (segundo libro); Grupo Literario Signos; poesía 2008–2009; Sol Negro Editores, 2010; existe una reafirmación como diría T. Eliot “que los buenos poetas hacen algo mejor, o al menos algo diferente”. Quizá aquella definición sea una exactitud para los integrantes de Signos y que, seguramente, irá afianzándose con sus disgustos y esperanzas. En este libro la consonancia de la huida, del hastío y con la disímil realidad, se afinan con la confrontación con Dios que se suspende de un péndulo para endosar el dolor del hombre, con el desorden, sigilo que según ellos mismos “debe ser revelado a quienes no pueden percibirlo”.
Signos demuestra la capacidad para desgobernar a la palabra bonita, de aquella que intuye entre la dignidad y la contradicción, para hacer de la poesía un imperioso mundo del caos, del desorden, de la mentira y la verdad. Este libro es como un aviso para tener cuidado en el borde de un abismo. Es una poesía donde se testimonia ideas.
Impresiones que engrandecen las imágenes como insulsos o listos dependientes, que van creciendo en el vientre de arena de una bestia; ciudad irremediable de la individualidad y la huida. La esperanza se demuele en todo cuerpo, en todo espíritu vacío por el sol que cada vez brilla menos sobre nuestras máscaras vacantes de fe en el hombre. La idea de la intercesión como un plan de protección se desvanece porque la situación del hombre en su historia moderna se opaca con lo insostenible. Las palabras son un cuerpo pródigo de la razón; los poemas muelen la imagen para convertirla en sangre silábica y verbal de un reino destruido en la búsqueda de su perfección casi religiosa, que ha despertado siempre con el loco sentido de nuestro llanto.
La idea de Dios es una complicidad con la duda, con lo ajeno y con el sufrimiento del hombre más común desde su nacimiento. Dios es una idea que conspira con el frío de los huesos o es una oscuridad entre las cruces de un cementerio que se apolilla en todo el dolor enlutecido de nuestras lenguas que gustan de toda pesadilla, de esta vida. Dios también es la justificación de la muerte o la maldición del hombre de su propio genocidio; como si lo encantara lo ahumado antes que la germinación de las semillas.
La falta de compañerismo es propia de esta sociedad moderna que, magramente, va pateando los espíritus de golosinas al tajo de las esperanzas, al averno de la misma muerte porque el argumento irremediable, inamovible, decepcionante que existe bajo y sobre nuestra piel de contemplación y carnaval. Todo ello manifiesta la poesía de Signos.
José Abad, en Los últimos días de Caín, por ejemplo transmite un visionario mensaje, persistente con el ruido de la ciudad que va creciendo como una danza lúgubre de la noche; donde la persona es un tallo degradándose con su propia voz, nada perenne, en este reino dominado por la sombra y el recuerdo. Cromwell Castillo, en ¿Dónde acaso es camino?, además de todas las contemplaciones anteriores, me hace percibir que dice sus poemas como Facundo Cabral, como plegarias o sentencias de una guitarra que va trastocando cada palabra en nuestra garganta. Ronald Calle Córdova, en Abandono del Hastío, simplifica la realidad amorosa, más allá de la huida de esta realidad; pero manifestando todas las influencias infames de este sistema que naufragan en el hombre; en su trabajo y su prisa por la esperanza. César Boyd Brenis, en Persistencia del alarido, se acentúa el poema como una hechura del ¿qué es poesía? o de las palabras, que van acomodándose en una idea, en la intuición de la existencia. Es una respiración profunda que vulnera la creación y la muerte.
Signos es el proceso de lectura ingeniosa de nuestra realidad que con su fenómeno poético van condensando la poesía como una comunicación sensible del pensamiento para serenarnos en la partida o salida de la duda, mentira o verdad que han tomado forma y existencia en los poemas.
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