A mis 41 años aún no he publicado libro alguno, sino tan sólo un par de plaquetas individuales, y un par de plaquetas colectivas, las cuales, por supuesto, no cuentan como carta de presentación y de acceso al clan literario. El por qué no he publicado, no creo que sea importante, como tampoco lo es el por qué alguien sí lo ha hecho. Es innegable que la plaqueta brilla ante el escrito inédito, pero también es cierto que se opaca ante el libro. Basta que digas que has publicado sólo una plaqueta para que tu interlocutor sea víctima del desencanto; silenciosa e inconscientemente te ubicarán unos peldaños más abajo de los que si han publicado un libro. La tribu de poetas, desde hace rato, se ha divido en dos: la de los que han publicado un libro y la de los que no. Esta división trae consigo la vara con que se mide y discrimina. Esta vara parece eliminar el dilema subyacente: ¿hay que haber publicado al menos un libro para ser reconocido como poeta? Si la respuesta es afirmativa, entonces endoso esta otra: ¿con la publicación basta (y sobra) para que alguien sea reconocido como poeta?, ¿la publicación representa, por sí sola, la condición necesaria y suficiente para ser reconocido como poeta? Recuerdo que en Puerto Rico, hace unos años, se abrió un debate al respecto. Pues un grupo de poetas, si la memoria no me traiciona, hizo una invitación pública a los poetas para participar en un encuentro nacional de literatura, con la sola salvedad (publicada en los medios) de que con poetas se referían sólo a los poetas que habían publicado al menos un libro. Las reacciones no se hicieron esperar. Y obviamente las opiniones se partieron en dos: (1) Poeta es todo aquel que además de haber escrito poesía ha publicado un libro de poesía, y (2) Poeta es todo aquel que escribe poesía, independientemente de si ha publicado o no un libro de poesía. Los del primer grupo creen que el libro es quien otorga y valida el título de poeta, mientras que los segundos no lo creen así. Lamentablemente ambas posiciones resultan maniqueas, interesadas, chovinistas: no es casualidad que los del primer grupo sean quienes ya han publicado un libro, mientras que los del segundo grupo los que no han publicado aún. ¿Que objetividad, no? No son sino los hilos del chovinismo en acción, tal como sucede, por ejemplo, en los concursos literarios: quien concursa y gana, dirá, invariablemente, que dicho concurso es trascendental, importante, etc.; mientras que el concursa y pierde, mantendrá su participación en estricto privado hasta la eternidad o bien dirá que el concurso carece de toda importancia, que ha sido amañado, etc.
¿Al poeta lo hace la creación o la publicación? ¿Poeta que no publica no es poeta? Como yo no he publicado aún, comprensiblemente, estoy condenado (o tengo el derecho) a sostener que la publicación no es lo que me hace poeta; sino la creación. Pero, como soy consciente de lo chovinista que es mi respuesta, hago uso de mi licencia para responder todo lo contrario.
¿Es posible que alguien escriba poesía de manera seria sin la intención de publicar? Personalmente, yo no lo creo. Lo que yo sí creo, es que algunos, tarde o temprano, lograrán publicar un libro, y por tanto podrán llevarlo bajo el brazo; mientras que otros, no alcanzarán dicho privilegio. La publicación en ese sentido se convierte en ícono del triunfo o bien del fracaso. A veces la publicación permanece en anhelo (en motor creativo, inclusive), sólo hasta que su sola recordación revive la sensación inmanente de la frustración y/o del fracaso; sensación que ha nacido cuando la esperanza de publicación se desvanece, ya por las reglas del mercado ya por las propias limitaciones del poeta. El poeta termina doblado por la certeza (real o inventada) de que jamás podrá publicar un libro; certeza que lo obliga a sostener con vehemencia que publicar no es su objetivo, que publicar no es importante, etc. Estas afirmaciones no son más que la cura que el poeta se ofrece a sí mismo en salud, no son más que su natural y lícita auto defensa para solapar el fracaso. Es lícito que el poeta que no puede (o cree que no puede) publicar un libro desdeñe la publicación del mismo, al igual que la zorra desdeñó las uvas maduras por el sólo hecho de no poder alcanzarlas.
¿La calidad de la poesía depende del soporte material? ¿La calidad de un poema mejora si en vez de ser publicado en cuero de vaca se publica en láminas de oro? ¿La poesía en sí misma es mejor si se publica en una plaqueta casera que si se publica en una edición de lujo? ¿El poeta es mejor (más) o peor (menos) poeta si sus poemas los publica en un periódico, en una revista tradicional, en una revista cibernética, en un libro,…? ¿Qué es mejor, un puñado de poemas buenos no publicados en libro o un puñado de poemas malos publicados en libro? La respuesta resulta ser una verdad de Perogrullo: la poesía no mejora por el sólo hecho de ser publicada, no importa si se publica en cuero de borrego o en láminas de oro. La calidad de la poesía depende exclusivamente de la (in)capacidad literaria del creador; mientras que su publicación, o no, depende de la (in)capacidad extra literaria del mismo. Entre estas (in)capacidades extra literarias mencionemos, por ejemplo, la (in)capacidad económica, la (in)capacidad comercial, la (in)capacidad social, etc. Después de todo: ¿es justo exigirle al poeta que posea (in)capacidades extra literarias? Estando ante una verdad de Perogrullo es patético ver al ego de ciertos poetas que (les) han sido publicados, menear su libro al aire como prueba contundente e inequívoca de su calidad poética. La publicación no es prueba suficiente de la calidad literaria. Hay, todos lo saben, aunque casi todos lo callen o ignoren por conveniencia, poesía buena no publicada; como hay, poesía mala publicada en ediciones de lujo.
El poeta como parte de un colectivo está obligado a mostrar con hechos su condición de poeta. Nadie del colectivo tiene la obligación de llamar poeta a un poeta por el solo hecho de que este así lo reclama a cuatro vientos. Si el poeta dice soy poeta, y quiere que lo reconozcan como tal, el colectivo tiene todo el derecho a exigirle evidencias concretas, y el poeta la obligación de ofrecerla. El que sólo bastara la palabra del poeta para ser llamado poeta, eso sí sería preocupante, arbitrario, falto de seriedad. ¿Y cuál sería la evidencia que legitime al poeta como tal ante el colectivo? Sí bien creo que el poeta debe ofrecer evidencias de su existencia poética, si bien creo que el poeta debe presentar al colectivo algo que lo justifique como tal, es claro que esto no sólo es satisfecho a cabalidad por el libro, sino también por la plaqueta, la revista, el periódico, el recital, la web, etc.; es decir, la evidencia es la publicación en sí misma, mas no el soporte material en que esta se concreta. La publicación, en general, representa la única prueba tangible que legitima al poeta ante el colectivo. En este sentido el recital, por su propia naturaleza, sería la publicación de soporte físico más volátil (aunque irrefutable para los que lo oyeron); mientras que el libro, sería la publicación más duradera; lo cual lo convierte en la evidencia, en el legitimador ideales, en la credencial idónea, aunque no única, del poeta; esto explica al libro como objeto literario por antonomasia que discrimina entre poetas y no poetas, en desmedro de la web, de la plaqueta, del periódico, etc.; invita/induce a los egos deformados y a los desprevenidos olvidar que no es el libro quien legitima al poeta, que no es el libro la única credencial del poeta, que la credencial natural y primigenia es la publicación misma, y que la publicación carece del poder mágico de insuflar calidad poética al contenido publicado (ni lo mejora ni lo empeora, lo deja intacto); que la publicación, después de todo, credencial o no, sólo cumple con su afán de perennizar y/o masificar un texto, simplemente.
¿Al poeta lo hace la creación o la publicación? ¿Poeta que no publica no es poeta? Como yo no he publicado aún, comprensiblemente, estoy condenado (o tengo el derecho) a sostener que la publicación no es lo que me hace poeta; sino la creación. Pero, como soy consciente de lo chovinista que es mi respuesta, hago uso de mi licencia para responder todo lo contrario.
¿Es posible que alguien escriba poesía de manera seria sin la intención de publicar? Personalmente, yo no lo creo. Lo que yo sí creo, es que algunos, tarde o temprano, lograrán publicar un libro, y por tanto podrán llevarlo bajo el brazo; mientras que otros, no alcanzarán dicho privilegio. La publicación en ese sentido se convierte en ícono del triunfo o bien del fracaso. A veces la publicación permanece en anhelo (en motor creativo, inclusive), sólo hasta que su sola recordación revive la sensación inmanente de la frustración y/o del fracaso; sensación que ha nacido cuando la esperanza de publicación se desvanece, ya por las reglas del mercado ya por las propias limitaciones del poeta. El poeta termina doblado por la certeza (real o inventada) de que jamás podrá publicar un libro; certeza que lo obliga a sostener con vehemencia que publicar no es su objetivo, que publicar no es importante, etc. Estas afirmaciones no son más que la cura que el poeta se ofrece a sí mismo en salud, no son más que su natural y lícita auto defensa para solapar el fracaso. Es lícito que el poeta que no puede (o cree que no puede) publicar un libro desdeñe la publicación del mismo, al igual que la zorra desdeñó las uvas maduras por el sólo hecho de no poder alcanzarlas.
¿La calidad de la poesía depende del soporte material? ¿La calidad de un poema mejora si en vez de ser publicado en cuero de vaca se publica en láminas de oro? ¿La poesía en sí misma es mejor si se publica en una plaqueta casera que si se publica en una edición de lujo? ¿El poeta es mejor (más) o peor (menos) poeta si sus poemas los publica en un periódico, en una revista tradicional, en una revista cibernética, en un libro,…? ¿Qué es mejor, un puñado de poemas buenos no publicados en libro o un puñado de poemas malos publicados en libro? La respuesta resulta ser una verdad de Perogrullo: la poesía no mejora por el sólo hecho de ser publicada, no importa si se publica en cuero de borrego o en láminas de oro. La calidad de la poesía depende exclusivamente de la (in)capacidad literaria del creador; mientras que su publicación, o no, depende de la (in)capacidad extra literaria del mismo. Entre estas (in)capacidades extra literarias mencionemos, por ejemplo, la (in)capacidad económica, la (in)capacidad comercial, la (in)capacidad social, etc. Después de todo: ¿es justo exigirle al poeta que posea (in)capacidades extra literarias? Estando ante una verdad de Perogrullo es patético ver al ego de ciertos poetas que (les) han sido publicados, menear su libro al aire como prueba contundente e inequívoca de su calidad poética. La publicación no es prueba suficiente de la calidad literaria. Hay, todos lo saben, aunque casi todos lo callen o ignoren por conveniencia, poesía buena no publicada; como hay, poesía mala publicada en ediciones de lujo.
El poeta como parte de un colectivo está obligado a mostrar con hechos su condición de poeta. Nadie del colectivo tiene la obligación de llamar poeta a un poeta por el solo hecho de que este así lo reclama a cuatro vientos. Si el poeta dice soy poeta, y quiere que lo reconozcan como tal, el colectivo tiene todo el derecho a exigirle evidencias concretas, y el poeta la obligación de ofrecerla. El que sólo bastara la palabra del poeta para ser llamado poeta, eso sí sería preocupante, arbitrario, falto de seriedad. ¿Y cuál sería la evidencia que legitime al poeta como tal ante el colectivo? Sí bien creo que el poeta debe ofrecer evidencias de su existencia poética, si bien creo que el poeta debe presentar al colectivo algo que lo justifique como tal, es claro que esto no sólo es satisfecho a cabalidad por el libro, sino también por la plaqueta, la revista, el periódico, el recital, la web, etc.; es decir, la evidencia es la publicación en sí misma, mas no el soporte material en que esta se concreta. La publicación, en general, representa la única prueba tangible que legitima al poeta ante el colectivo. En este sentido el recital, por su propia naturaleza, sería la publicación de soporte físico más volátil (aunque irrefutable para los que lo oyeron); mientras que el libro, sería la publicación más duradera; lo cual lo convierte en la evidencia, en el legitimador ideales, en la credencial idónea, aunque no única, del poeta; esto explica al libro como objeto literario por antonomasia que discrimina entre poetas y no poetas, en desmedro de la web, de la plaqueta, del periódico, etc.; invita/induce a los egos deformados y a los desprevenidos olvidar que no es el libro quien legitima al poeta, que no es el libro la única credencial del poeta, que la credencial natural y primigenia es la publicación misma, y que la publicación carece del poder mágico de insuflar calidad poética al contenido publicado (ni lo mejora ni lo empeora, lo deja intacto); que la publicación, después de todo, credencial o no, sólo cumple con su afán de perennizar y/o masificar un texto, simplemente.
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