1. Poemas detrás del muro
Último capítulo de una trilogía que empieza con ‘El mar, ese oscuro porvenir’, ‘Berlín’ es también la continuación de la poética que Victoria Guerrero presentó en ‘Ya nadie incendia el mundo’, la segunda entrega de esta obra en tres partes. Ahí la poeta renunciaba por primera vez al rigor formal y a la contención expresiva (quizá la marca de ‘Cisnes estrangulados’ y ‘De este reino’), para iniciar una exploración más afín a las vanguardias latinoamericanas, donde el texto se quiebra –como signo y significado- para abrirse a estéticas menos “literarias”. Así las voces de la calle, plasmadas tanto en los modismos contraculturales (el uso de la ‘k’) como en el tono vivencial, se mezclan con raptos líricos, una interesante apropiación del discurso de género (la fragmentación del cuerpo nacional es la fragmentación del cuerpo femenino), favoreciendo un pródigo juego intertextual que conversa con la línea no clasicisista de la poesía peruana (Guerrero cita reiteradamente a Vallejo, ‘Chacho’ Martínez y Hora Zero). Este esfuerzo recuerda, por su alcance, al planteado en el ‘poema integral’, aunque esto no sea un hallazgo ya que las menciones a Ramírez Ruiz son constantes en el poemario.
Como bien ha señalado Ricardo González Vigil, la metáfora evidente de ‘Berlín’ es el muro como división y frontera, y en él, todo lo que implica separación o dicotomía: ya sea social (“Tú clase pujante/Yo burguesa de medio pelo…”), sexual, económica (capitalismo vs. comunismo), espacial (“¿por qué regresaste al Perú?”) y estética. Pero la mirada que fragmenta también va más allá y sueña con decantar todo aquello que parezca unidad: la mujer, dividida entre el feminismo y la maternidad; o la voz poética, oscilando entre la concentración verbal y el desborde dramático. La apuesta, acertada, es que estas oposiciones no se resuelvan, sino que se expongan y encuentren sentido en el devenir. De esta manera, y gracias al ritmo, los discursos van formando capas de sentido, de sonido, capas tipográficas incluso, que se sobreponen a manera de niveles por los que el lector transcurre. El reto para Guerrero, luego, ha sido crear una poética capaz de permitir este flujo y cobijar todo lo que la palabra, siempre consciente de sí misma, tensa (“La ropa interior y aquellos televisores de pantalla plana/ la invitan a sumergirse en una poética nueva…”).
‘Berlín’ sale airoso de los retos planteados por su propia ambición en virtud de su estructura, que posee la unicidad necesaria para articular diferentes discursos (el poemario se puede leer como un largo flujo, a la manera de ‘Octubre’), y de los numerosos recursos literarios que dispone la autora, capaz de cambiar de registro sin sacrificar la “verdad” de su voz (“Nadie me podrá decir si esta es la música que nos espera/ Oh hijo mío / La noche avanza como una ola amenazante desde la otra costa// Y ya no sé cómo amarte/ Tu pureza hiere mis oídos// Hoy quisiera llevarte a caminar/ Bajo el fuego brillante de los cazabombarderos// Y enseñarte el mapa de una ciudad dormida/ El aroma del pan popular/ Y la justa limpieza del miserable…”). Y a pesar de que creemos que buenos poemas como ‘El ciclista’ no necesariamente aportan a la redondez del libro, y de que Guerrero posee o coquetea con cierta pulsión populista, estas atingencias menores no desmerecen en absoluto un poemario que, como culminación de un tríptico, bien puede calificarse de consagratorio. (Jerónimo Pimentel)
[Autor: Victoria Guerrero. Libro: Berlín. Editorial: Intermezzo Tropical, 2011. Relación con la editorial: ninguna. Relación con la escritora: cordial.]
2. Latitud sin actitud
Cuatro años después de haber publicado su primer libro, el atendible Las falsas actitudes del agua, Andrea Cabel regresa con un nuevo conjunto de poemas, Latitud de fuego, que, lo digo desde ya, no aporta nada a lo que esta joven escritora ha hecho anteriormente. Si en su debut Cabel nos demostró que cumplía con los requisitos para escribir bien, en Latitud queda en evidencia que esta es su mayor virtud, y por lo tanto, su más grande limitación. Estos poemas son casi siempre limpios, puntillosos, minuciosamente elaborados, y a la vez inocuos, fáciles y sobre todo irremediablemente vacíos; no hacen sino exponer machaconamente la única fórmula que su autora maneja desde sus composiciones iniciales, y que consiste básicamente en largos versos salpicados de imágenes amables e invocaciones al ser amado (“rasguño de arena, de cavidad inmensa levantando un perfil solo. la altura triste de la distancia, lo cóncavo de tu rostro cuando me miras, mi actitud solitaria cuando te busco, partimos en dos el trozo dulce y aun los gritos se apagan”). Pero si este recurso funcionaba en algunos poemas de Las falsas actitudes gracias a cierta tensión dramática, aquí no son sino ejercicios realizados por una voz enamorada de sí misma y siempre en piloto automático.
Eso es lo que más me ha decepcionado de Latitud de fuego: no la total falta de riesgo transparentada en sus páginas, sino esa constante sensación de remake con relación al libro precedente, esa monotonía del ilusionista que desaparece distintos objetos con el mismo truco. Como agravante, no siempre hay regularidad dentro del seguro andamiaje en el que Cabel ha decidido resguardarse. Abundan las imágenes pueriles y sensibleras (y tú, garúas cuando te nombro finito / cuando sonríes a pesar de los rostros de la porcelana fría / a pesar de las piedras preciosas sujetas a tu pecho / sujetas a tus huesos, a tu piel de sonrisa.”;”lamentando que aquí la lluvia zumbe igual que el metro o el tren de las hormigas, de las verdes manos agitando algún lugar de este pecho, incompleto y acaramelado”), y en general, es fácil encontrar versos desiguales que afectan la factura de los poemas. La excepción a esta circunstancia es el último poema del conjunto, Lima hoy, que sugiere el buen libro que Cabel pudo haber escrito y que Latitud de fuego, en definitiva, no es. (José Carlos Yrigoyen)
[Autor: Andrea Cabel. Libro: Latitud de fuego. Editorial: Borrador, 2011. Relación con la editorial: ninguna. Relación con la escritora: conocidos.]
Último capítulo de una trilogía que empieza con ‘El mar, ese oscuro porvenir’, ‘Berlín’ es también la continuación de la poética que Victoria Guerrero presentó en ‘Ya nadie incendia el mundo’, la segunda entrega de esta obra en tres partes. Ahí la poeta renunciaba por primera vez al rigor formal y a la contención expresiva (quizá la marca de ‘Cisnes estrangulados’ y ‘De este reino’), para iniciar una exploración más afín a las vanguardias latinoamericanas, donde el texto se quiebra –como signo y significado- para abrirse a estéticas menos “literarias”. Así las voces de la calle, plasmadas tanto en los modismos contraculturales (el uso de la ‘k’) como en el tono vivencial, se mezclan con raptos líricos, una interesante apropiación del discurso de género (la fragmentación del cuerpo nacional es la fragmentación del cuerpo femenino), favoreciendo un pródigo juego intertextual que conversa con la línea no clasicisista de la poesía peruana (Guerrero cita reiteradamente a Vallejo, ‘Chacho’ Martínez y Hora Zero). Este esfuerzo recuerda, por su alcance, al planteado en el ‘poema integral’, aunque esto no sea un hallazgo ya que las menciones a Ramírez Ruiz son constantes en el poemario.
Como bien ha señalado Ricardo González Vigil, la metáfora evidente de ‘Berlín’ es el muro como división y frontera, y en él, todo lo que implica separación o dicotomía: ya sea social (“Tú clase pujante/Yo burguesa de medio pelo…”), sexual, económica (capitalismo vs. comunismo), espacial (“¿por qué regresaste al Perú?”) y estética. Pero la mirada que fragmenta también va más allá y sueña con decantar todo aquello que parezca unidad: la mujer, dividida entre el feminismo y la maternidad; o la voz poética, oscilando entre la concentración verbal y el desborde dramático. La apuesta, acertada, es que estas oposiciones no se resuelvan, sino que se expongan y encuentren sentido en el devenir. De esta manera, y gracias al ritmo, los discursos van formando capas de sentido, de sonido, capas tipográficas incluso, que se sobreponen a manera de niveles por los que el lector transcurre. El reto para Guerrero, luego, ha sido crear una poética capaz de permitir este flujo y cobijar todo lo que la palabra, siempre consciente de sí misma, tensa (“La ropa interior y aquellos televisores de pantalla plana/ la invitan a sumergirse en una poética nueva…”).
‘Berlín’ sale airoso de los retos planteados por su propia ambición en virtud de su estructura, que posee la unicidad necesaria para articular diferentes discursos (el poemario se puede leer como un largo flujo, a la manera de ‘Octubre’), y de los numerosos recursos literarios que dispone la autora, capaz de cambiar de registro sin sacrificar la “verdad” de su voz (“Nadie me podrá decir si esta es la música que nos espera/ Oh hijo mío / La noche avanza como una ola amenazante desde la otra costa// Y ya no sé cómo amarte/ Tu pureza hiere mis oídos// Hoy quisiera llevarte a caminar/ Bajo el fuego brillante de los cazabombarderos// Y enseñarte el mapa de una ciudad dormida/ El aroma del pan popular/ Y la justa limpieza del miserable…”). Y a pesar de que creemos que buenos poemas como ‘El ciclista’ no necesariamente aportan a la redondez del libro, y de que Guerrero posee o coquetea con cierta pulsión populista, estas atingencias menores no desmerecen en absoluto un poemario que, como culminación de un tríptico, bien puede calificarse de consagratorio. (Jerónimo Pimentel)
[Autor: Victoria Guerrero. Libro: Berlín. Editorial: Intermezzo Tropical, 2011. Relación con la editorial: ninguna. Relación con la escritora: cordial.]
2. Latitud sin actitud
Cuatro años después de haber publicado su primer libro, el atendible Las falsas actitudes del agua, Andrea Cabel regresa con un nuevo conjunto de poemas, Latitud de fuego, que, lo digo desde ya, no aporta nada a lo que esta joven escritora ha hecho anteriormente. Si en su debut Cabel nos demostró que cumplía con los requisitos para escribir bien, en Latitud queda en evidencia que esta es su mayor virtud, y por lo tanto, su más grande limitación. Estos poemas son casi siempre limpios, puntillosos, minuciosamente elaborados, y a la vez inocuos, fáciles y sobre todo irremediablemente vacíos; no hacen sino exponer machaconamente la única fórmula que su autora maneja desde sus composiciones iniciales, y que consiste básicamente en largos versos salpicados de imágenes amables e invocaciones al ser amado (“rasguño de arena, de cavidad inmensa levantando un perfil solo. la altura triste de la distancia, lo cóncavo de tu rostro cuando me miras, mi actitud solitaria cuando te busco, partimos en dos el trozo dulce y aun los gritos se apagan”). Pero si este recurso funcionaba en algunos poemas de Las falsas actitudes gracias a cierta tensión dramática, aquí no son sino ejercicios realizados por una voz enamorada de sí misma y siempre en piloto automático.
Eso es lo que más me ha decepcionado de Latitud de fuego: no la total falta de riesgo transparentada en sus páginas, sino esa constante sensación de remake con relación al libro precedente, esa monotonía del ilusionista que desaparece distintos objetos con el mismo truco. Como agravante, no siempre hay regularidad dentro del seguro andamiaje en el que Cabel ha decidido resguardarse. Abundan las imágenes pueriles y sensibleras (y tú, garúas cuando te nombro finito / cuando sonríes a pesar de los rostros de la porcelana fría / a pesar de las piedras preciosas sujetas a tu pecho / sujetas a tus huesos, a tu piel de sonrisa.”;”lamentando que aquí la lluvia zumbe igual que el metro o el tren de las hormigas, de las verdes manos agitando algún lugar de este pecho, incompleto y acaramelado”), y en general, es fácil encontrar versos desiguales que afectan la factura de los poemas. La excepción a esta circunstancia es el último poema del conjunto, Lima hoy, que sugiere el buen libro que Cabel pudo haber escrito y que Latitud de fuego, en definitiva, no es. (José Carlos Yrigoyen)
[Autor: Andrea Cabel. Libro: Latitud de fuego. Editorial: Borrador, 2011. Relación con la editorial: ninguna. Relación con la escritora: conocidos.]
Fuente: Nosotros matamos menos.
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