Ahora que el tema sobre la indemnización a los presos políticos está dando mucho de qué hablar y sobre todo, los que alguna vez fueron parte del proceso político, de la guerra interna del país, salen ahora a viva voz a oponerse a un fallo de la Corte Interamericana de Justicia.
Parafraseando la posición de Gabriel Uribe en Lo que se viene. La otra versión del futuro, dice: ¡Cuántos balances están pendientes en este país!, diríamos todos, porque ninguno ha sido del todo claro. Estas personas con sueldo incluido por el estado, bien pagados, asumen una posición distinta y culpan de manera irrestricta: de terrorista, de subversivos, de mayores violadores de los derechos humanos, “todo a un precio módico, si se considera que no tienen competencia en el mercado”, como aquellos que integraron la Comisión de la verdad o como los contratados para hacer una investigación y luego salen avalando la matanza militar en Uchuraccay con el renombradísimo y falsete Mario Vargas Llosa. Cuánto han sufrido y están sufriendo los que no tuvieron nada que ver con la guerra interna del país (niños, madres, jóvenes, adultos y viejos), sólo existió en un lugar de conflicto o por ser simplemente andinos.
Quiero plantear esta posición fijándome en el libro que ha arañado mis entrañas La memoria es un arma, de Juan Cristóbal, libro de testimonios desgarradores, donde la condena del estado, por intermedio de sus militares, hacen que el pueblo desaparezca. Eliminando gente inocente. En este libro de testimonios reales, ayuda no sólo a identificar cómo reaccionan los milicianos como sátrapas de las márgenes más reales del ser humano. De cómo actúan ante seres humildes que no tiene nada qué decir, que no saben nada de lo que están preguntando y no saben ni por qué los están interrogando y mueren. Toda esa alternativa de humildad de hombre de ande y selva, está sujeta a sus tierras y animales, que incluso son degollados con la crueldad de una bestia. Que para el campesino es un esfuerzo criarlos.
Todo este sufrimiento nos dice Juan Cristóbal, que de alguna forma ayudó a que el país se organice, que el pueblo tome conciencia; y además, que este pueblo se inmunice contra la vida, contra las organizaciones espontáneas y contra el poder mediático de un gobierno genocida. De alguna forma, incentiva para poder actuar con las herramientas científicas del marxismo.
Si este libro, pienso yo, hubiese tenido en cuenta La Comisión de la Verdad ahora no se estaría hablando de sólo indemnizar a un grupo de personas tildadas de “terroristas”, sino se estaría indemnizando al pueblo que perdió todo por la acción terrorista del estado. Y así como estos defensores de sus secuaces neoliberales están tratando de imponer aun estado dependiente la pena de muerte, leyendo cada testimonio, se haría lo mismo con tantos militares que en estos momentos están felices, después de haber matado al pueblo como a cuyes o perros.
Pero hay algo peculiar en los testimonios de este libro, que a pesar de ser concientes que fueron amenazados, torturados; que perdieron, hijos, esposas, esposos, terrenos, animales y que muchas veces delante de sus ojos fueron ultrajadas sus madres, sus esposas, sus hijas y hasta descuartizados sus niños; los militares son nombrados con diminutivos: soldaditos o cabitos. Cuánto respeto y cuanto odio, cuánto recuerdo y cuánto sed de venganza, debe haber al escuchar estás palabras. Estos cabitos o soldaditos actuaron a la orden de altos militares que ahora ocupan el poder. Los testimonios deben ser tomados en cuenta, investigarlos y no quedar como simples informes que sirvan para hacer estadísticas de cuántos muertos hubo o cuántos desaparecidos existen. Sólo para ejemplo.
…, en presencia de mi hijita cinco cabitos me violaron, pero mi esposo seguía sangrando, cuando de pronto vi que a mi esposo le vino harta sangre por la boca y ahí nomás, quietecito, como una vizcacha se quedó. (Pg. 35).
Por lo tanto leyendo testimonios como estos uno se llena de aliento para dar un paso más a favor de nuestro pueblo y que todo trabajador de la cultura debe asumir un compromiso. En los pueblos hay personas que ahora esperan ser indemnizados, porque perdieron hasta la alegría y se está recobrando como un río después de la tormenta. Y sobre todo debemos estar a favor no sólo que sean indemnizados sino que debemos apoyar por la libertad de tantos hermanos que son presos políticos.
Parafraseando la posición de Gabriel Uribe en Lo que se viene. La otra versión del futuro, dice: ¡Cuántos balances están pendientes en este país!, diríamos todos, porque ninguno ha sido del todo claro. Estas personas con sueldo incluido por el estado, bien pagados, asumen una posición distinta y culpan de manera irrestricta: de terrorista, de subversivos, de mayores violadores de los derechos humanos, “todo a un precio módico, si se considera que no tienen competencia en el mercado”, como aquellos que integraron la Comisión de la verdad o como los contratados para hacer una investigación y luego salen avalando la matanza militar en Uchuraccay con el renombradísimo y falsete Mario Vargas Llosa. Cuánto han sufrido y están sufriendo los que no tuvieron nada que ver con la guerra interna del país (niños, madres, jóvenes, adultos y viejos), sólo existió en un lugar de conflicto o por ser simplemente andinos.
Quiero plantear esta posición fijándome en el libro que ha arañado mis entrañas La memoria es un arma, de Juan Cristóbal, libro de testimonios desgarradores, donde la condena del estado, por intermedio de sus militares, hacen que el pueblo desaparezca. Eliminando gente inocente. En este libro de testimonios reales, ayuda no sólo a identificar cómo reaccionan los milicianos como sátrapas de las márgenes más reales del ser humano. De cómo actúan ante seres humildes que no tiene nada qué decir, que no saben nada de lo que están preguntando y no saben ni por qué los están interrogando y mueren. Toda esa alternativa de humildad de hombre de ande y selva, está sujeta a sus tierras y animales, que incluso son degollados con la crueldad de una bestia. Que para el campesino es un esfuerzo criarlos.
Todo este sufrimiento nos dice Juan Cristóbal, que de alguna forma ayudó a que el país se organice, que el pueblo tome conciencia; y además, que este pueblo se inmunice contra la vida, contra las organizaciones espontáneas y contra el poder mediático de un gobierno genocida. De alguna forma, incentiva para poder actuar con las herramientas científicas del marxismo.
Si este libro, pienso yo, hubiese tenido en cuenta La Comisión de la Verdad ahora no se estaría hablando de sólo indemnizar a un grupo de personas tildadas de “terroristas”, sino se estaría indemnizando al pueblo que perdió todo por la acción terrorista del estado. Y así como estos defensores de sus secuaces neoliberales están tratando de imponer aun estado dependiente la pena de muerte, leyendo cada testimonio, se haría lo mismo con tantos militares que en estos momentos están felices, después de haber matado al pueblo como a cuyes o perros.
Pero hay algo peculiar en los testimonios de este libro, que a pesar de ser concientes que fueron amenazados, torturados; que perdieron, hijos, esposas, esposos, terrenos, animales y que muchas veces delante de sus ojos fueron ultrajadas sus madres, sus esposas, sus hijas y hasta descuartizados sus niños; los militares son nombrados con diminutivos: soldaditos o cabitos. Cuánto respeto y cuanto odio, cuánto recuerdo y cuánto sed de venganza, debe haber al escuchar estás palabras. Estos cabitos o soldaditos actuaron a la orden de altos militares que ahora ocupan el poder. Los testimonios deben ser tomados en cuenta, investigarlos y no quedar como simples informes que sirvan para hacer estadísticas de cuántos muertos hubo o cuántos desaparecidos existen. Sólo para ejemplo.
…, en presencia de mi hijita cinco cabitos me violaron, pero mi esposo seguía sangrando, cuando de pronto vi que a mi esposo le vino harta sangre por la boca y ahí nomás, quietecito, como una vizcacha se quedó. (Pg. 35).
Por lo tanto leyendo testimonios como estos uno se llena de aliento para dar un paso más a favor de nuestro pueblo y que todo trabajador de la cultura debe asumir un compromiso. En los pueblos hay personas que ahora esperan ser indemnizados, porque perdieron hasta la alegría y se está recobrando como un río después de la tormenta. Y sobre todo debemos estar a favor no sólo que sean indemnizados sino que debemos apoyar por la libertad de tantos hermanos que son presos políticos.
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