Conocí al Cuto Sánchez en el pueblo de Jimbe. Su nombre era José Sánchez y era el único policía municipal del Concejo Distrital de Cáceres del Perú (Ancash), allá por los años 70.
Le gustaba pararse en una esquina de la calle, cerca del colegio, para interceptarme a la salida de mis labores de profesor, y ponerse a contarme sus ocurrencias. Era un gran narrador oral. Podía pasarse horas de horas contando historias preferentemente de humor. Aunque sabía también leyendas y anécdotas pueblerinas.
Una leyenda que me contó se refería a un toro encadenado que habitaba, según decía, en una laguna que había en el interior de un cerro que se alza sobre Jimbe, y afirmaba que un día se rompería la cadena de oro que sujetaba al toro y la laguna se desbordaría y sepultaría al pueblo.
Pero, como ya lo dije, lo que más me agradaba era oírle contar sus cuentos de humor que, no sé yo, si eran de su pura invención, los había escuchado o leído simplemente. El hecho es que no sólo eran divertidísimos, sino que mayormente invitaban a la reflexión, luego de haber reído. Me hacían recordar a esos cuentos sufi de la tradición oriental, sólo que estos tenían mucho de la picardía criolla. Y me los contaba como si le hubieran ocurrido a él, dotándolos de gran realismo.
Le decían Cuto porque tenía estropeados, no sé si uno o dos dedos, en un accidente que tuvo.
El Cuto Sánchez murió hace muchos años, según me informó una de sus hijas que vive en Lima, quien me escribió hace algunos meses, haciéndome recordar acerca de La columna de José Sánchez, que yo editaba en la revista Voz Nuclear del Núcleo Educativo Comunal de Jimbe, en tiempos de la Reforma Educativa, contando entonces con la plena autorización y regocijo de nuestro amigo.
Le gustaba pararse en una esquina de la calle, cerca del colegio, para interceptarme a la salida de mis labores de profesor, y ponerse a contarme sus ocurrencias. Era un gran narrador oral. Podía pasarse horas de horas contando historias preferentemente de humor. Aunque sabía también leyendas y anécdotas pueblerinas.
Una leyenda que me contó se refería a un toro encadenado que habitaba, según decía, en una laguna que había en el interior de un cerro que se alza sobre Jimbe, y afirmaba que un día se rompería la cadena de oro que sujetaba al toro y la laguna se desbordaría y sepultaría al pueblo.
Pero, como ya lo dije, lo que más me agradaba era oírle contar sus cuentos de humor que, no sé yo, si eran de su pura invención, los había escuchado o leído simplemente. El hecho es que no sólo eran divertidísimos, sino que mayormente invitaban a la reflexión, luego de haber reído. Me hacían recordar a esos cuentos sufi de la tradición oriental, sólo que estos tenían mucho de la picardía criolla. Y me los contaba como si le hubieran ocurrido a él, dotándolos de gran realismo.
Le decían Cuto porque tenía estropeados, no sé si uno o dos dedos, en un accidente que tuvo.
El Cuto Sánchez murió hace muchos años, según me informó una de sus hijas que vive en Lima, quien me escribió hace algunos meses, haciéndome recordar acerca de La columna de José Sánchez, que yo editaba en la revista Voz Nuclear del Núcleo Educativo Comunal de Jimbe, en tiempos de la Reforma Educativa, contando entonces con la plena autorización y regocijo de nuestro amigo.
Ahora que el poeta Ricardo Ayllón, director de Ornitorrinco Editores, se ha dignado en publicar estos brevísimos cuentos de humor que yo, en base a recuerdos, he reunido, no dudo que tendrán la plena aceptación de los lectores.
No hay comentarios:
Publicar un comentario