"Vladimir Herrera ha compuesto y tirado a mano para Editorial Auqui 250 ejemplares de Cuál es la risa de Emilio Adolfo Westphalen. Para esta edición se han usado tipos Nicolas Cochín del cuerpo 12, sobre papel registro ahuesado. Los trabajos se cumplieron en los talleres del Lunarejo en Barcelona el 21 de marzo de 1989. La maqueta y la encuadernación estuvieron a cargo de Montse Badell".
Prólogo de André Coyné para la primera edición de Cuál es la risa de E. A. Westphalen:
La memoria es aleatoria.
En uno de los párrafos finales del texto que, el 3 de marzo de 1974, leyó en el Instituto Nacional de Cultura, bajo el título Poetas en la Lima de los años treinta, E. A. Westphalen recordaba que, desde 1935 hasta la fecha, no había publicado poemas, ni tampoco casi escrito. Agregando: “Debo mencionar que había intentado, un poco antes, unos ensayos de lo que se llamaba poesía social. No tenían desde luego nada que ver con la poesía”, y, a renglón seguido: “De esta época data también un grupo de cortos poemas eróticos. Un par trató en vano de publicar Coyné, años después, en una revista española de poesía. Los originales se han perdido”.
Yo llegué al Perú en las últimas semanas de 1948. Mi amistad con Westphalen fue inmediata, traduciéndose en mi presencia en el Nº 6 de Las Moradas, a cuyo Comité de redacción seguidamente ingresé, en sustitución de Fernando de Szizlo que en los primeros meses de 1949 emprendió viaje hacia París. La única “revista española de poesía” con la cual tenía alguna relación era Raíz, órgano de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Madrid, que dirigía J. Guerrero Zamora, a quien conociera en agosto del 48 en Segovia, en el ámbito del primer curso para Extranjeros organizado en la España de posguerra. En su Nº 3 —invierno 1948-49— había salido uno de mis poemas, pero en breve dejó de publicarse y, según parece, no ha quedado huella de ella ni en las hemerotecas ni entre los bibliógrafos.
Sea como fuera, cuando conocí Poetas en la Lima de los años treinta, a través de su inclusión —junto con Las alternativas del novelista de J. R. Ribeyro— en el tomo Dos Soledades, luego distribuido por el INC, rememoré ese intento mío que Westphalen señalaba, sin que nada entonces me llevara a dudar de que, en verdad, todo fuese hecho definitivamente consumado.
Hasta que, el año pasado, vuelto ya de cuarenta años de errares por los cuatro y tantos continentes, al recuperar viejos papeles y ponerme si cabe, a ordenarlos, abrí una carpeta doblemente obsoleta, que inesperadamente me ofreció los originales de L’oeil obèse —e, intercalada entre sus hojas, la serie perdida de Westphalen—: algo más que los “cortos poemas eróticos” a que aludía la charla de 1974; en realidad, todo un conjunto que, cuando se reedite la poesía completa, habrá que inserir entre Belleza de una espada clavada en la lengua, que reúne los sueltos conocidos de 1930-1978, y Arriba bajo el cielo, colección inaugural del segundo Westphalen, el nacido en Lisboa a principios de los 80 —aparentemente tan otro del primero, el que empezara a fulgurar, “andando el tiempo”, “ a la aventura”, en el cielo “sin noche y sin día” de la Lima de los años treinta— y más profundamente tan él mismo, en la medida en que ambos poseen por igual la virtud de sorprendernos, puestos a revelar, cada uno a su modo, “el fin” que fue, es y será “del principio”, mientras el mar no acabe de tragarnos “para nunca y para siempre”:
“En el origen está el término o vice-versa”.
Montpellier, diciembre de 1988.
André Coyné.
La memoria es aleatoria.
En uno de los párrafos finales del texto que, el 3 de marzo de 1974, leyó en el Instituto Nacional de Cultura, bajo el título Poetas en la Lima de los años treinta, E. A. Westphalen recordaba que, desde 1935 hasta la fecha, no había publicado poemas, ni tampoco casi escrito. Agregando: “Debo mencionar que había intentado, un poco antes, unos ensayos de lo que se llamaba poesía social. No tenían desde luego nada que ver con la poesía”, y, a renglón seguido: “De esta época data también un grupo de cortos poemas eróticos. Un par trató en vano de publicar Coyné, años después, en una revista española de poesía. Los originales se han perdido”.
Yo llegué al Perú en las últimas semanas de 1948. Mi amistad con Westphalen fue inmediata, traduciéndose en mi presencia en el Nº 6 de Las Moradas, a cuyo Comité de redacción seguidamente ingresé, en sustitución de Fernando de Szizlo que en los primeros meses de 1949 emprendió viaje hacia París. La única “revista española de poesía” con la cual tenía alguna relación era Raíz, órgano de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Madrid, que dirigía J. Guerrero Zamora, a quien conociera en agosto del 48 en Segovia, en el ámbito del primer curso para Extranjeros organizado en la España de posguerra. En su Nº 3 —invierno 1948-49— había salido uno de mis poemas, pero en breve dejó de publicarse y, según parece, no ha quedado huella de ella ni en las hemerotecas ni entre los bibliógrafos.
Sea como fuera, cuando conocí Poetas en la Lima de los años treinta, a través de su inclusión —junto con Las alternativas del novelista de J. R. Ribeyro— en el tomo Dos Soledades, luego distribuido por el INC, rememoré ese intento mío que Westphalen señalaba, sin que nada entonces me llevara a dudar de que, en verdad, todo fuese hecho definitivamente consumado.
Hasta que, el año pasado, vuelto ya de cuarenta años de errares por los cuatro y tantos continentes, al recuperar viejos papeles y ponerme si cabe, a ordenarlos, abrí una carpeta doblemente obsoleta, que inesperadamente me ofreció los originales de L’oeil obèse —e, intercalada entre sus hojas, la serie perdida de Westphalen—: algo más que los “cortos poemas eróticos” a que aludía la charla de 1974; en realidad, todo un conjunto que, cuando se reedite la poesía completa, habrá que inserir entre Belleza de una espada clavada en la lengua, que reúne los sueltos conocidos de 1930-1978, y Arriba bajo el cielo, colección inaugural del segundo Westphalen, el nacido en Lisboa a principios de los 80 —aparentemente tan otro del primero, el que empezara a fulgurar, “andando el tiempo”, “ a la aventura”, en el cielo “sin noche y sin día” de la Lima de los años treinta— y más profundamente tan él mismo, en la medida en que ambos poseen por igual la virtud de sorprendernos, puestos a revelar, cada uno a su modo, “el fin” que fue, es y será “del principio”, mientras el mar no acabe de tragarnos “para nunca y para siempre”:
“En el origen está el término o vice-versa”.
Montpellier, diciembre de 1988.
André Coyné.
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