miércoles, 14 de diciembre de 2011

Por qué Boceli es Medio Futurista. Por Víctor Ruiz Velazco

Para empezar, digamos que Boceli es medio futurista porque en la contracción que hace de las voces de sus dos apellidos (Bonilla Celis) para crearse un seudónimo o, quién sabe, tal vez un heterónimo, el resultado es un apellido patricio: Boceli. Como sabemos, el movimiento futurista surge en Italia, impulsado por el notable genio de Marinetti, quien no precisamente era italiano, sino más bien Egipcio nacido en Alejandría. Entonces, aquí hay dos coincidencias entre Boceli y Marinetti y sus cercanías al futurismo: ninguno de los dos, a pesar de las claras ligazones, bueno, digamos solo ligazones, que tienen con Italia, ninguno de los dos, decía, nació en el país de forma devota.

En segundo lugar, puedo decir que Boceli es medio futurista porque es un apasionado del movimiento, de la velocidad, y estoy seguro de que de no haberle entregado sus libros a tiempo, también del salto y la BOFETADA, esta última reservada para mí, desde luego. Pero es medio futurista porque a pesar de sus ímpetus guarda en él un callado amor por el silencio y la contemplación. Cuando Boceli interpreta el violín, por ejemplo, se convierte en un violín también él. Y ojo, hablo del instrumento y no de bajos instintos. Lo que quiero decir, para no seguir confundiéndome es, y ya en serio, que precisamente esta clave de humor que inyecta en sus poemas es lo que vitaliza y en muchos casos da sentido a su propuesta estética. En Boceli el “no tomarse en serio” es un postulado muy serio y una virtud también, pues le inyecta a la poesía peruana, y perdonen la grandilocuencia de esta sentencia, algo que hasta este momento nunca se había manifestado: El humor. El humor que siempre estuvo reñido con este arte de Dioses para algunos. Boceli aterriza la poesía, le pone ruedas y monta en ella mismo skater, pero no la pisa. Su humor es muy serio y por eso no nos arranca carcajadas sino una leve sonrisa. Está claro que la poesía no está hecha para reírse, pero tampoco solo para estar triste. Boceli es arriesgado, es lúdico y por momentos es también medio autista. Tiene expresiones duras y frases antipoéticas, pero con encanto y trabajo, mucho trabajo (si lo sabré bien como su editor) logra configurar un universo profundamente suyo.

Extravagante y a ratos genial. No, probablemente una genialidad del tipo de Ezra Pound, sino del tipo de ingenios de la Liebre de Marzo de Alicia en el País de las Maravillas: Inventos.

Pero volvamos a tratar de definir por qué Boceli es medio futurista y no futurista completo. O sea, nunca me abofeteó por demorarme en entregarle sus libros. Se molestó, se quejó y hasta se achoró, pero no me abofeteó, pero esto no lo hace ser medio futurista. Boceli es medio futurista, decía, porque a diferencia de Marinetti, y lo que proponían sus manifiestos misóginos, Boceli es un enamorado del amor, motorizado o no, pero en el cuerpo de una bella dama, y si tiene traje de enfermera… mejor. Para Boceli, no hay modo de que Un coche de carreras con su capó adornado con gruesos tubos parecidos a serpientes de aliento explosivo... un automóvil rugiente, que parece correr sobre la ráfaga, es más bello que la Victoria de Samotracia. Es decir, podría ser, siempre y cuando ese coche tuviera adentro a una enfermera guapa con todo y su traje puesto. La presencia de la amada es el motor de esta máquina. Es lo que impulsa y licua la sangre del poeta que hierve a mil para crear la combustión deseada y salir disparado, dispuesto a asaltar la Luna o a estrellarse contra la primera pared que se le tope.

Finalmente no sé qué pasó con la chica del choque, la misma chica de la avenida Salaverry y la misma chica cuyo viejo era un tombo que se hacía al tercio porque sabía que Silecob era buena onda, pero eso, creo que a estas alturas ya no importa mucho. Lo que importa es que ese motor salvó a Boceli de ser un futurista completo. Lo cual hubiera sido terrible por la anacronía que esto supone. A cambio tenemos a un ave rara que espero siga sacándole esas notas agudas al dolor para transformarlas en sonidos graves de un labio que se va de medio lado para esbozar una sonrisa mientras asiente, completamente convencido de que está leyendo a un poeta.

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